Salud

¿Por qué no podemos dejar de comer patatas fritas?

Investigadores alemanes han acuñado el término «hiperfagia hedónica» para diferenciar entre comer en exceso por placer en vez de por hambre. Los centros de recompensa y la adicción en el cerebro registran una mayor actividad tras la ingesta de este alimento

¿Por qué no podemos dejar de comer patatas fritas?
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Dejar a medias una bolsa de patatas es casi imposible. Ahora, investigadores alemanes han descifrado, en ratas, por qué cuando una persona empieza a comer patatas fritas no puede tomar solo una. La explicación a este hecho reside en la hiperfagia hedónica que afecta a millones de personas en el mundo y que, según el director del estudio, Tobias Hoch, corresponde al «término científico para comer en exceso por placer en vez de por hambre». Esta situación, continúa, «puede sucederle a casi todo el mundo en algún momento de la vida. Su forma crónica es un factor clave en la epidemia de problemas de salud como el sobrepeso y la obesidad que, en Estados Unidos, amenaza a dos de cada tres personas».

Entre las razones por las que las personas se sienten atraídas por este tipo de alimentos, incluso con el estómago lleno, se encuentra, según los investigadores, en la alta proporción de grasas e hidratos de carbono que envían un mensaje agradable al cerebro. Y es que en las ratas que se alimentaron con la misma mezcla de grasas y carbohidratos que se encuentran en los «snacks», los cerebros de los roedores reaccionaron de forma positiva. «El efecto de las patatas fritas en la actividad cerebral, así como el comportamiento frente a la alimentación, sólo puede ser explicado, en parte, por su contenido en grasas e hidratos de carbono», afirma Hoch. No obstante, «tiene que haber algo más en este alimento que lo haga tan deseable», añade.

Mayor actividad

Mediante el empleo de la resonancia magnética para conocer la actividad cerebral de los roedores, se observó que los centros de recompensa y la adicción en el cerebro registran una mayor actividad tras la ingesta del alimento. No obstante, el hecho de por qué hay personas a las que no les gusta este producto con la misma intensidad reside, según el investigador, en que «en algunos casos puede que la señal de recompensa de la comida no sea lo suficientemente fuerte como para anular el gusto de cada uno.Y algunas personas simplemente tienen más fuerza de voluntad que otras en la elección de no comer grandes cantidades».

Sin embargo, la opinión de los expertos se divide ante este hallazgo. Para la doctora y especialista en Nutrición, María Teresa Barahona, «este estudio no revela nada nuevo. No hay ninguna duda en que la genética influye en nuestro comportamiento alimenticio, entre otras cosas». Por ello, es importante diferenciar entre hábito y tendencia genética. Así, «habito es nuestro comportamiento repetitivo aprendido por la educación o la rutina y es modificable con un poco de disciplina, mientras que la tendencia genética es la predisposición instintiva y metabólica que tiene nuestro organismos para tener un comportamiento determinado ante distintos tipos de alimentos como: comer entre horas, apetencia por el sabor dulce, sensación de saciedad, deseo por la comida....», matiza la doctora.

Por tanto, el hábito y la tendencia genética harán, según Barahona, «que un individuo tenga más o menos facilidad para limitar el consumo de ciertos alimentos, sobre todo los dulces y los ricos en grasas».