Historia
Serguéi Dovlatov: el autor frente a la URSS
Este viernes se estrena UNA película que retrata seis días en la vida del escritor ruso que se vio marginado por la Unión de Escritores soviética y vivió en la desesperanza absoluta hasta que emigró a Estados Unidos, donde había publicado algunos de los textos que logró sacar de su país escondidos en microfilmes y con la ayuda de amigos.
El cine y unas cuantas traducciones habrán de contribuir a que la figura de un autor ruso muy poco conocido, Serguéi Dovlatov, ya sea una referencia de cierta época de represión hacia los escritores en una Unión Soviética para la cual solo podía existir una línea de pensamiento, de escritura. Entre nosotros, la editorial Fulgenio Pimentel, desde hace pocos años, ha proporcionado la ocasión al lector de conocer en español tres de sus obras: «Retiro», en la que se contaba cómo un autor decidía irse a una especie de parque temático en honor a Pushkin con un tono sarcástico y conciso; «Oficio», cuyo manuscrito una mujer francesa pudo sacar de la URSS oculto en un microfilme y en que Dovlatov retrata la censura oficial del aparato soviético y cómo sistemáticamente todas las editoriales le rechazan sus escritos; y «La maleta», en la cual una cita al comienzo del poeta Alexandr Blok –«Incluso así, Rusia mía, eres mi tierra más querida»– refleja bien a las claras la relación de amor-odio del autor hacia un país que le puso las cosas tan difíciles que hubo de exiliarse. Aquella novela empezaba realmente de un modo bien llamativo en una evocación del Departamento de Visas y Registro, el organismo policial encargado de los trámites de salida al extranjero de los ciudadanos soviéticos, cuando el escritor reunía el papeleo para irse de tierras rusas. Era un texto delirante mediante el cual borraba todo rastro de dramatismo en torno a la obligatoriedad de solo poder llevarse un equipaje mínimo una vez cruzase la frontera. Así, la maleta que lo acompañaría en su salida y que contenía algo de ropa y poco más servía de presencia continua, simbólica, sobre la pobreza y esperpento comunista que se vivió en la URSS. Dovlatov escribió este libro después de llevar viviendo en Estados Unidos diez años, y en él fue rememorando episodios de su vida, desde sus andanzas cuando era estudiante en la Universidad de Leningrado y tenía una novia que estaba en contacto con gentes cultas y sofisticadas y había de subsistir por medio de todo tipo de peripecias que acababan en diversos trapicheos que jamás eran como se preveía. De este modo, la alocada historia de cómo robó los botines al alcalde o su situación en casa, pues su mujer le reprocha ser tan perezoso que ni siquiera se molestaba en abandonarla, se contaban con gracia y desparpajo con una prosa llena de anécdotas biógrafas.
Fondo autobiográfico
Tales anécdotas retratan muy bien una época, como la de los años sesenta, cuando Dovlatov trabajaba en la redacción de un periódico, o como cuando se despertó borracho en un hospital siendo miembro del ejército soviético después de una etapa como boxeador profesional. Toda esta andadura tiene etapas tan decisivas para su escritura como la experiencia de ser guardián de un campo de prisioneros en Komi, su traslado en los años setenta a Estonia, donde intenta convertirse en escritor, aunque el KGB le confisque algunas de sus obras, y su trabajo como guía turístico en el museo Pushkin. Dichas experiencias le inspirarán cada uno de sus libros, siempre con trasfondo autobiográfico, y su perseverancia hará que éstos lleguen a Estados Unidos microfilmados y transportados por algunos amigos. Allí, gracias a su viejo amigo Joseph Brodsky, que tiene una marcada presencia en la película realizada por Alexey German Jr., colaborará con «» y llegará a ser redactor jefe del periódico ruso «»«Tu voz es profundamente auténtica y universal. Tenemos suerte de tenerte con nosotros. Tienes grandes dones que ofrecer a este loco país», dijo Kurt Vonnegut de él– . Pero añadamos algún que otro detalle en torno a la vida del autor al que el cineasta Alexey German Jr. ha llevado al celuloide por medio de «Dovlatov», que se estrena en España el próximo viernes 17. El filme, con una fotografía tenue que es clave para dar la sensación de grisura vital que sufría la población y unas interpretaciones naturalistas que dan una imagen de verosimilitud tanto como de cierto ambiente surrealista, reconstruye seis días de la vida de este hombre nacido en la localidad de Ufa, en 1941, que era hijo de un director de escena judío y una actriz armenia que acabaría trabajando como correctora periodística, y que pasaría gran parte de su vida en San Petersburgo. Primero, estudia en una escuela de arte y trabaja en una imprenta y, más adelante, ingresa en la Facultad Estatal de San Petersburgo para estudiar finés, aunque lo expulsan dos años después. Le llega el turno de los tres años de servicio militar obligatorio, y, aunque ya en la película la voz en off, él mismo, dice que le comunicó a su madre a los ocho años que quería ser escritor, en esa época de juventud es cuando realmente emerge con una característica voz propia con la novela «La zona». Tras cumplir el servicio militar regresa a San Petersburgo con el objetivo, que tan bien refleja la película mediante el protagonista, Milan Maric –que encarna a la perfección la permanente desilusión vital que arrastraba Dovlatov, siempre integrado en diferentes grupúsculos artísticos y a la vez con una mirada independiente hacia todos, que lo admiran casi de forma unánime–, de conseguir que la Unión de Escritores lo acepte. Sin embargo, tendrá que ejercer de negro literario, ayudante de escultor, periodista y secretario para sobrevivir, al tiempo que escribe con una actitud que choca frontalmente con lo que espera el rígido sistema soviético. «Dovlatov» es el espejo de aquel clima represivo e intimidante en que cubrir las necesidades básicas diarias era lo fundamental y la poesía un asunto social palpitante. El resultado: ser rechazado por las editoriales, frente a las que no se doblega. Hasta que consigue publicar algunas de sus obras en el extranjero y llegar a Norteamérica siguiendo los pasos de su mujer y su hija, que en la película tienen un peso determinante para transmitirnos la idea de un Dovlatov que no sabía ser un hombre familiar y a la vez se ganaba el afecto de los colegas artistas y la atracción de otras mujeres. Al final, después de publicar doce libros, entre novelas y colecciones de cuentos, le llegará la muerte mientras es transportado en ambulancia al hospital tras sufrir un ataque cardíaco, sin haber alcanzado aún los cincuenta años y sin que en la Unión Soviética hubiera visto la luz ninguna de sus obras. Semejante situación del escritor frente al poder político, que le vigila y le castiga si no se adapta a las normas de lo que se ha de decir en pos del bien general que dictan los gobernantes, tuvo en efecto su máxima expresión, por duración y contundencia, en la vieja Rusia rural, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas del siglo xx en sus consecutivas dictaduras. Los precedentes de lo que apuntamos, del sufrimiento de aquellos que alzaron la voz y fueron silenciados son ilustres y lejanos: el padre de la literatura rusa, Alexandr Pushkin, al que tanto se cita en esta cinta, fue desterrado de San Petersburgo dos veces: la primera por componer unos poemas políticamente incorrectos y la segunda, por declararse ateo. Años más tarde, Fiódor Dostoievski, por su participación en una tertulia literaria –lo que para las autoridades equivalía a cometer crímenes contra la seguridad del Estado–, es condenado a ocho años de trabajos forzados en Siberia y a la prohibición de seguir publicando. A partir de tan terrible experiencia, Dostoievski escribirá «Memorias de la casa muerta» (1862), que inaugura la narrativa penal rusa, con tantos ejemplos al alcance. Acaso el más llamativo de ellos, el de Aleksandr Solzhenitsyn –también evocado en la película–, que con «Archipiélago Gulag» (1973) popularizó un término –Gulag es un acrónimo de las palabras Glavnoe Upravlenie Lagerei o Dirección General de Campos de Trabajo– que luego se usará comúnmente para referirse a la «reeducación» promulgada por el gobierno soviético, a veces practicada en «centros psiquiátricos».
«La verdadera autoridad»
Tal cosa le sucedería a Brodsky, que en 1964 fue detenido, examinado en un hospital mental, acusado de «parasitismo» y deportado cinco años a una remota aldea; y en efecto, hacia el final del filme le dirá a su amigo que el KGB ya le ha dirigido varias amenazas. En la edición española de las citadas «Memorias» de Dostoievski, los traductores Jesús García y Fernando Otero señalaron que «la literatura y la crítica literaria rusas constituían en esa época una tribuna para la manifestación del pensamiento político y una influyente fuerza social». Así, la presencia de lo literario en la ciudadanía hace de lo publicado «la verdadera autoridad», según Vitali Chentalinski en «De los archivos literarios del KGB», y de ahí el temor a ello de los poderosos: «Más que un arte, la literatura ha sido siempre en Rusia una especie de parlamento social que compensaba la carencia de un verdadero parlamento político al ejercer de voz de la conciencia y de la verdad. La palabra ha sido tan valorada entre nosotros que por ella se ha llegado incluso al asesinato». Y es el uso de la palabra el que llevó a los desenlaces más crueles a muchos autores: «Durante el periodo soviético fueron detenidos unos dos mil escritores. Cerca de mil quinientos perecieron en cárceles y campos de concentración mientras esperaban en vano que se los pusiera en libertad», dijo Chentalinski, destacando en ello el caso de Osip Mandelstam, desaparecido en un campo de concentración de Vladivostok en 1938, al que Dovlatov también cita en un momento dado, tras cometer el siguiente «delito»: escribir un poema sobre Stalin y su «bigote de cucaracha», por lo que pasaría cinco años en prisión ante tamaña «actividad antirrevolucionaria».
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