Caso Bretón
«Si denuncias sin pruebas, los jueces se ríen en tu cara»
Atodo se acostumbra uno. Incluso a la violencia. Esa es la sensación que tuvo Susana durante más de 20 años. Conoció a su marido cuando tenía 15. Después se casaron. Y las discusiones iban subiendo de tono. Llegó a un punto que hasta los policías que se topaban con la pareja en la calle le advirtieron: «Déjelo ahora. Estas cosas sólo van a peor». Y así fue. Susana fue maltratada psicológicamente durante años. Sin embargo, el detonante no fueron los malos tratos, sino una infidelidad de su esposo. Él lo negó todo el rato. «Ahora, a mis 40 años, lo pienso y parece mentira que le abandonara por eso», asegura. Con todo, ha conseguido salir adelante. Sobre todo gracias a la labor de la Fundación Adecco: desde ayer, ha vuelto a poder trabajar. Sin embargo, el camino ha sido tortuoso. Sufrió varias amenazas de muerte. Incluso las llegó a grabar por teléfono. Él nunca llegó a ponerle la mano encima, aunque sí que hubo empujones e, incluso en una ocasión, la amenzó con un cuchillo. Ella abandonó su casa con sus dos hijos y prácticamente «con lo puesto», y se fue a casa de su hermana. Se decidió a denunciar y fue directamente a la Policía. Con todo, opina que los agentes se lo «pusieron crudo»: «Te dicen que te van a ayudar, pero luego la ayuda es más bien escasa». Eso sin contar los problemas técnicos: el teléfono de ayuda que le facilitaron no funcionaba correctamente: «Tiene que estar enchufado todo el día; dura menos de 24 horas», asegura. Se celebró un juicio y su marido fue condenado a una orden de separación y a cinco días de arresto domiciliario. «Una orden de alejamiento no nos beneficia. Yo tenía que seguir en contacto con su familia, el seguía viendo a los niños... Y hacía caso omiso de la orden. Cuando hay niños de por medio, las órdenes de alejamiento son lo peor». Eso sí, aún a día de hoy considera que lo mejor para sus hijos es que vean a su padre. Con todo, éste ha dejado de visitarlos. «En cuanto ha visto que ya no me podía hacer daño con eso, ha dejado de verlos. Ahora estoy encantada», asegura. Incluso reconoce que llegó a pasarlo mal al verle en el calabozo y, por supuesto, durante el juicio. A pesar de las sentencias, las amenazas no cesaron. «Me amenazó con matarme. Y dijo que, aunque acabara en la cárcel, le daba absolutamente igual», dice. Aquí sufrió uno de sus desencantos con la Justicia. Entre otras cosas, obligaron a sus hijos a testificar, pese a que jamás habían visto u oído nada que pudiera ser de utilidad en el juicio, lo que provocó que tuvieran, aun a día de hoy, que solicitar asistencia psicológica. Pero lo que más le indignó es que, «como en esta ocasión no tenía pruebas, el juez se rió en mi cara». Por eso, si tiene que hacer una recomendación a todas aquellas mujeres que estén sufriendo violencia doméstica es «que sean inteligentes, y que nunca se presenten a un juzgado sin pruebas que certifiquen que han sufrido malos tratos».
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