Accidente de autobús
«Si muero, quiero que me entierren en Espinardo»
Rosario Fernández, superviviente, recuerda que minutos antes del siniestro hablaba con el párroco y con una amiga sobre la muerte
BULLAS (MURCIA)- Rosario Fernández Moya recibe, tras el funeral celebrado en el pabellón de Bullas, los abrazos y el cariño de sus vecinos. Ella advierte antes de que la besen: «Cuidado, no me aprietes muy fuerte». Todos quieren saber cómo está. Un vecino se acerca y le dice que ya son tres los cumpleaños que tiene que celebrar: el oficial, el de otro accidente de tráfico del que salió con vida hace 20 años y éste. «Será el Señor, que todavía no me quiere con él allá arriba», bromea. «Estoy bien, dentro de las circunstancias», añade, aunque está en una silla de ruedas pues no puede mover una pierna, tiene 10 puntos de sutura en la cabeza y alguno más en la oreja izquierda. Tiene dolores, pero la medicación que le han recetado se los van aliviando.
Chari, como se refieren a ella constantemente, viajaba en el autobús siniestrado junto a su hija, «su Ainoha» como la llama, y su hermana Encarnación. Están fuera de peligro, aunque siguen hospitalizadas. Chari salió del hospital la noche del domingo y, pese a que algunos familiares se lo desaconsejaban, quiso ir al funeral. Es el rostro de la esperanza en esta tragedia, aunque entró visiblemente emocionada entró al pabellón Juan Valera para dar el último adiós a 13 de sus compañeros de viaje.
Recuerda con especial cariño a Ascensión, a la que nombra continuamente con el apelativo de «Chon». Habla de su alegría, de su buen humor, de su sonrisa. Minutos antes del accidente, «Chon» bromeaba con el sacerdote Miguel Conesa, al que gritaba de una punta a otra del autobús que se lo había pasado muy bien y que pensaba volver el año que viene.
Ascensión, que decía con humor que no era muy devota, había prometido a don Miguel que a partir de ahora iría todos los domingos a Misa.
La vida y sus caprichos quisieron que la última conversación de ambos, según narra Charo, que también participó, fuese sobre la muerte. «Chon» quería morir santa, a lo que el sacerdote respondió que su último deseo sería ser enterrado en su pueblo natal, Espinardo. Ayer, este pueblo murciano, junto a Bullas, también estaba de luto. Hasta allí se trasladaron numerosos vecinos por la tarde para despedir al que había sido su párroco durante sólo dos meses.
Fue un trágico accidente el que sesgó sus vidas junto a las de 13 de sus feligreses. Charo lo recuerda perfectamente. Cuenta que en cuanto sintió el vaivén del autobús –dice que iba muy rápido–, se temió lo peor. Su instinto hizo que inmediatamente decidiese poner sus brazos delante de su hija y su hermana con la intención de que no saliesen despedidas, aunque no lo consiguió. Están heridas, pero no se teme por su vida.
Luego llegaron las vueltas de campana y un «pom» final, el preludio de lo que serían llantos y llamadas de auxilio. Estaba consciente y pudo llamar a un familiar para informarle de lo que había pasado, pero estaba atrapada y tuvo que ser rescatada por los bomberos. A sus pies, un cadáver. Ella pensaba en Dios. Alguien se acercó y le dice que su hija y hemana están bien.
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