Accidente de tren en Santiago

«Sólo veía amasijos de hierro. He vuelto a nacer»

Stephen Ward, estadounidense de Utah de 18 años, sonríe desde la cama del hospital
Stephen Ward, estadounidense de Utah de 18 años, sonríe desde la cama del hospitallarazon

Viajaba en el último convoy del tren Alvia que descarriló a 5 kilómetros de la estación de Santiago de Compostela. Elena San José apiló en su maleta el vestido que se iba a poner para asistir a la boda de unos amigos. La acompañaban tres amigas más junto a las sonrisas, las confidencias y el reloj que miraban de reojo según se acercaban a la estación compostelana, su destino. Pero antes de llegar a la estación, cuenta, sintieron «una gran sacudida». Unos minutos antes se habían levantado de sus asientos para coger las maletas. La llegada estaba prevista a las 20:45, pero al mirar al GPS se dieron cuenta de que aún quedaba bastante para la llegada. «Creo que el tren iba con retraso» y parece que «iba rápido», cuentan. Luego ya el tren descarriló y el polvo y las maletas se les vinieron encima. «Todo cambió en una décima de segundo».

A partir de ahí, sintieron una sacudida, «diferente al movimiento normal de una curva», y los coches volcaron. En el caso de su vagón, lo hizo hacia el lado derecho. «Sólo noté mucho ruido y polvo y, cuando se paró, nosotras cuatro tuvimos suerte y estábamos en el mismo sitio sentadas, aunque una de nosotras quedó atrapada. La liberamos y vimos que había fuego en el último vagón, por lo que nos apresuramos a salir», dice.

En el momento de huir, a causa del fuego, observaron un agujero, que «no parecía ni una ventana ni una puerta», y salieron por allí, no sin antes intentar ayudar a algunos de los heridos. «Saltamos las vías y unos terraplenes. Cruzamos y no había salida». «Gracias a la ayuda de los vecinos que hicieron un agujero y con cuerdas pudieron saltar», recordaba ayer esta joven vallisoletana a la salida del hospital, junto a sus tres amigas. Justo en ese momento llegaron los Bomberos, tardaron muy poco en llegar, menos de 20 minutos.

Elena nunca olvidará este día. Recuerda que cuando el tren se detuvo sólo veía «amasijos de hierro, parecían escombros». En ese vagón había cinco personas atrapadas: «Intenté levantar a dos, pero era imposible y como había fuego salimos por el agujero», explica con voz cansada. Es un instante en que «pierdes la noción de la dimensión del espacio», ya que, añade, «al estar volcado el vagón no se sabe si estás de pie o en qué posición».

Al subir a la parte superior de la vía férrea, recuerda que un vecino se dirigió a ellas y se ofreció para trasladarlas en coche, porque una de las amigas «no podía respirar». Cuando ya estaban sobre el puente, echó la vista atrás y vio que se trataba de una curva «bastante pronunciada que el tren cogió muy rápido».

Al final fueron evacuadas por agentes de la Policía. «Fuimos de las primeras personas que llegaros al hospital», señala Elena San José, quien argumenta que cuando fueron atendidas «ni siquiera los facultativos sabían lo que había sucedido y fueron informadas por los agentes».

Margot había cogido el tren camino de Santiago de Compostela. Su padre, que vive en Mera, se había roto el brazo e iba a visitarle. No dejó de gritar «es un horror, es un horror, que alguien me saque de aquí». Permaneció algo más de una hora atrapada en el convoy que viajaba. Los amasijos, las maletas, el polvo y algunas personas se apilaban a su alrededor.

Más de una hora atrapada

No perdió el conocimiento en ningún momento y el tiempo parecía que se hubiera parado. Mientras, su familia la buscaba por todas partes sin obtener respuesta. La mandíbula rota, un dedo, la tibia y el peroné. Por la mañana fue trasladada al hospital de La Coruña para operarla de la clavícula.

El vestíbulo del Hospital Clínico de Santiago de Compostela estaba lleno de pacientes con bata y suero esperando la llegada del Rey Don Juan Carlos. Los familiares de algunos de los supervivientes del trágico accidente preferían estar en otro lado. La hija de un matrimonio de 63 y 67 años contaba a sus familiares que estaba más tranquila tras comprobar que sus padres se encontraban bien. Sus padres venían de Madrid, de visitar a sus tres hijas que residen allí. No quiere dar nombres, pero cuenta cómo su padre se vio sepultado por las maletas. «No perdió el conocimiento, está bien y no nos ha querido contar más». «Mi madre está más cansada, perdió el conocimiento y no se acuerda de nada. Se despertó aquí». En el vestíbulo deambula un señor solitario. Llora, y cuando las psicólogas le preguntan si necesita ayuda se muestra huidizo... No quiere el consuelo de nadie. Cuenta que está allí por un amigo –guardando celosamente que quien está ingresado es su hijo– de unos 21 años. No quiere dar nombres, aunque acepta contar que está mejor... Pero sigue llorando.