Soria
Solsticio de verano: la noche de los dioses del fuego
Desde tiempo inmemorial, los seres humanos han celebrado la noche más corta del año vestidos de superstición y culto pero con el fuego como elemento purificador y sanador: una hoguera llena de misterios.
Desde tiempo inmemorial, los seres humanos han celebrado la noche más corta del año vestidos de superstición y culto pero con el fuego como elemento purificador y sanador: una hoguera llena de misterios.
El solsticio de verano en el hemisferio norte, la noche más breve del año, la de ayer, tiene muchos nombres y muchas caras, pero tras la aparente multiplicidad, como en la paradoja de la filosofía antigua, se esconde una unidad primordial que se pierde en la noche de los tiempos. Es la noche de transición. Llamémosla Saint John’s Eve, Noche de San Juan, Midsummer, Sankthansaften, Jaaniohtu, Szentiván-éj, Litha, Midsommar, Juhannus o Mittumaari: como quiera que sea, tras los múltiples nombres y después de las edades, está la esencia. Cuando el sol se pone el día 23 de junio se celebra la mágica fiesta del solsticio de verano en toda Europa y en los países de tradición occidental, heredada del corazón del mundo antiguo. La festividad cristiana –procedente del conglomerado pagano del mundo mediterráneo, celta y germano– se celebra oficialmente hoy, pero la víspera, la noche, retiene aun todo el peso derivado de la antigua celebración precristiana. Hay que recordar que esta fiesta fue una típica apropiación tardoantigua del sincretismo cristiano que subsumió fechas clave del calendario agrícola de las divinidades mistéricas (Dioniso, Isis u Osiris) y de las celestes del año solar (Eón, Zeus y Febo Apolo en el mundo clásico, pero también dioses desde Ormuz a Mitra o Zurvan Akarana), tomó diosas y semidioses y los tornó santos y vírgenes, en la fusión religiosa y cultural más inteligente de la historia. La fiesta se renombró en honor de San Juan, quien según la tradición nació como precursor de Cristo justo seis meses antes del Mesías, cuyo nacimiento se sitúa también en otro momento clave del calendario solar, tras el solsticio de invierno y la noche más larga, el 25 de diciembre. Se diría que el ciclo solar del año quedaba así representado por las dos figuras más significantes dentro del plan divino del cristianismo, en torno a las que bascula el Nuevo Testamento, y que tienden puentes con el Antiguo y, merced a estas fechas y a toda la carga que conllevan, con la tradición pagana. Hay que destacar la especial importancia de San Juan como vínculo con el Antiguo Testamento al ser el último profeta y como «hombre divino» o «theios aner» de la tradición judeohelenística.
Clave, ritual y simbólico
La fiesta del comienzo del verano ha sido celebrada desde tiempo inmemorial y tiene como elemento simbólico el fuego que quema figuras, pecados o malas intenciones y renueva a los fieles para el resto del año. En la más pura tradición mística, que recuerda un magnífico libro de Pietro Citati, el fuego se constituye como una paradójica «luz en la noche», en esa noche mágica que nos guía para afrontar el resto del ciclo hasta el siguiente solsticio. Sin entrar a considerar las antigüedades cristianas de esta fecha tan señalada, salta a la vista que recoge una tradición anterior arraigada tan primordial como el conocimiento del hombre prehistórico de los ciclos del sol. No por casualidad el santuario de Stonehenge, cuya «avenida» principal estaba alineada con el solsticio veraniego, estaba dedicado a este momento clave del año. Pero puede que los más antiguos testimonios en época de las celebraciones del solsticio de verano se remonten al mundo iranio, en el que tampoco es casual que el fuego fuera el elemento clave, ritual y simbólico, de la que quizá sea la más antigua religión profética del mundo, el zoroastrismo.
Predicada por Zoroastro y basada en los textos sagrados del Avesta, esta religión milenaria veneraba este momento, centrándose en la visión del sabio señor Ahura Mazda, frente a su fuerza opuesta, el espíritu destructivo del mal, Angra Mainyu, creadores respectivamente la vida y la no-vida. Su sistema ritual, con sus siete espíritus benéficos y siete espíritus malignos, presentaba una subdivisión del año en seis fiestas o «Gahanbar», que se celebraban al acabar las seis estaciones del calendario zoroástrico. El solsticio de verano, que se conocía por la denominación de Maidyoshahem Gahanbar (literalmente, la fiesta de «la mitad del verano»), era uno de los festivales clave para la purificación de la comunidad. Huelga recordar el papel del fuego en esta religión, el elemento purificador al que se rinde culto como luz divina y simbólica de Ahura Mazda. El zoroastrismo tuvo continuación en el Imperio Romano gracias al culto a Mitra, que, en el sistema de Zoroastro, tendrá el papel de vigía y guerrero del bien. La gran expansión de Mitra llegaría a partir de la época helenística, con su adopción por la dinastía de reyes greco-persas de Comagene, cuando su culto resultó enriquecido con los saberes griegos del momento, notablemente las doctrinas filosóficas. A partir del siglo II, sobre todo, las legiones romanas y el comercio extendieron por todo el orbe romano el culto a Mitra, convertido en dios principal de una nueva religión mistérica de mitología antigua, astrología oriental y orientación platónica, que tenía el 21 de junio una gran fiesta de solsticio. En el Imperio romano proliferaron los Mitreos –conocido es el de Mérida– y el culto a este dios mistérico que, en cierto modo, allanó el camino del cristianismo.
Las celebraciones de la Noche de San Juan se extienden así desde antiguo por toda la vieja Europa y están especialmente arraigadas no solo la Península Ibérica sino en los países nórdicos, especialmente en Suecia y en el Reino Unido. También los germanos y los celtas del norte de Europa veneraron esta festividad, relacionada con la cultura de los druidas. Los festivales religiosos incluyen hogueras y la acción de bailar o atravesar el fuego: en nuestros lares, abundan las hogueras de costa a costa, desde Alicante a La Coruña, desde la Iberia ancestral al Finis Terrae. Una de las celebraciones de rasgos más arcaizantes, como han estudiado los antropólogos desde el maestro Caro Baroja, se da entre nosotros en San Pedro Manrique (Soria), con el acto de caminar sobre fuego. Este ritual es también de una antigüedad insondable y ha servido en el contexto de esta noche y en otros momentos del calendario religioso de diversos pueblos como una prueba de fe y valor o como un rito de paso, siguiendo la añeja pero esencial definición de Van Gennep (1909). El «Paso del Fuego» de San Pedro Manrique se da precisamente en la noche de San Juan y participan, llevadas en volandas, las llamadas «móndidas», auténticas sacerdotisas primordiales. Es interesantísima la comparación con otros festivales de pasos por el fuego, con purificación y sanación, como la Anastenaria, en el norte de Grecia y en Bulgaria, que muchos estudiosos remontan a la época bizantina pero que otros relacionan con los antiguos cultos dionisíacos. Hay otros rituales en esta noche mágica, como las abluciones y baños o el caminar por los montes druídicos en búsqueda de la planta misteriosa que nos iluminará. Pero qué duda cabe de que el fuego es el alma de esta noche, su espíritu creador y purificador. El fuego, sobre el que se salta o se camina –y que, a su vez, camina con el celebrante y lo acompaña misteriosamente–, la hoguera ancestral en torno a la que se danza, es lo que define a esta noche de transición y paso a otra etapa de la vida cíclica.
Stonehenge y arqueoastronomía
El famoso conjunto megalítico de Stonehenge, al suroeste de Inglaterra, suele congregar aún hoy a bastantes devotos del neopaganismo para celebrar el solsticio de verano, el día más largo del año y que era especialmente venerado en época prehistórica, como han mostrado investigaciones de arqueólogos y astrónomos. Una de las disciplinas punteras, de hecho, y más interesantes en el estudio del mundo antiguo es la llamada arqueoastronomía, que se dedica a estudiar la disposicion arquitectonica de los restos arqueológicos de las culturas antiguas según reflejaban el uso y el conocimiento del calendario solar y de los astros (en España hay, por cierto, grandes expertos en ello). En el caso de Stonehenge, un conjunto seguramente de finalidad religiosa construido entre el 3000 y el 1600 antes de Cristo en al menos tres fases diversas, aunque se desconoce en detalle su uso y su sentido, sobre el que existen varias teorías, sí que se ha comprobado que durante el solsticio de verano, si se mira en la avenida central hacia el noreste, se ve el alba de una manera alineada perfectamente con los restos arqueológicos.
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