Restringido
Talidomida, así actuaba la molécula de la malformación
El juicio contra la farmacéutica alemana que desarrolló el fármaco y causó al menos 3.000 víctimas sólo en España en los años sesenta, quedó ayer visto para sentencia. LA RAZÓN analiza los errores que condujeron a una de las mayores alarmas sanitarias de la historia
LA RAZÓN analiza los errores que condujeron a una de las mayores alarmas sanitarias de la historia
Hice la mili en el Ejército del Aire, como conductor bajo el mando de un general sexagenario y muy cordial. En uno de esos recorridos rutinarios entre su casa y el cuartel me contó una historia personal estremecedora. Allá por el año 60 del siglo pasado, su mujer, embarazada, sufría las terribles náuseas propias de una primípara. Por consejo de un médico conocido había adquirido varias dosis de Imidan, fármaco muy adecuado para reducir los engorrosos síntomas. El general aún suspiraba al recordar que, justo el día que iba a iniciar el tratamiento, habían invitado a comer en casa a un doctor del Ejército que los alertó: «No tomes eso, no me llegan noticias nada buenas sobre su principio activo». El principio activo en cuestión era la talidomida, el fármaco que ha protagonizado uno de los escándalos más sonados de la historia de la medicina y cuyas víctimas vieron ayer iniciado el juicio que tratará de resarcir los daños que causó, si es que eso es posible. El hijo de aquel general pudo haber nacido con graves malformaciones en brazos y piernas como hicieron otros cientos de niños españoles cuyas madres consumieron talidomida durante su embarazo entre 1958 y 1963.
Talidomida es un nombre genérico que ya nunca podrá dejar de asociarse a los más de 20.000 individuos nacidos en el mundo con focomelia (carencia o excesiva cortedad de las extremidades). Su fórmula molecular (C13-H10-N2-O4) alberga una historia de horror e ingenuidad científica. Hasta que no empezaron a investigarse los primeros casos de malformaciones, nadie se había percatado (o no había dado importancia al hecho) de que existían dos presentaciones de la molécula. Ambas tenían la misma fórmula pero cambiaban la disposición de un carbono como si se tratase de dos imágenes especulares. Se parecían tanto la una a la otra como se parecen nuestras manos izquierda y derecha, de manera que se produjeron fármacos que mezclaban ambas de manera inconsciente. Hoy habríamos dicho que la talidomida presentaba dos «enantiómeros» (una forma eficaz contra las náuseas y otra que producía graves efectos en el feto) y merced a las nuevas reglas de nomenclatura y registro de fármacos jamás se habría permitido la comercialización de la segunda. Pero en la Europa de los 50 el detalle era desconocido por la ciencia. El resultado fue lo que muchos medios llamaron la «catástrofe de la talidomida», un terremoto con epicentro en Alemania que se extendió por más de 40 países en los que el medicamento se comercializó.
Según alertaba la revista «Life» en 1962, en Alemania se habían distribuido 141.500 tabletas y sólo las superaban las 200.000 dosis consumidas en Perú. Dosis muy pequeñas de la molécula eran suficientes para provocar daño incluso si era consumida por el padre (ya que afecta también al semen). Hubo un caso excepcional que hoy se estudia en los libros de historia de la medicina. La doctora Frances Oldham dirigía en 1960 la Food And Drug Administration (la entidad responsable de autorizar medicamentos en Estados Unidos). Se opuso a dar luz verde a la talidomida a pesar de las presiones que recibió. Se aferró a un texto publicado por el «British Medical Journal» dentro de la sección de cartas al editor en el que se informaba de las primeras sospechas sobre la molécula. Oldham fue condecorada por el presidente Kennedy, apareció en la portada del «Washington Post» como heroína nacional y contribuyó a que cambiaran en todo el mundo las normas para la autorización de fármacos.
El paradójico legado que la talidomida dejó es que hoy tenemos un sistema de protección farmacológica mucho más potente y seguro gracias al triste suceso. En España no tuvimos una doctora Oldham. O quizás tuvimos héroes anónimos que, como el médico de aquel general del Ejército, impidieron en privado que el terremoto llegara a más de una familia. Pero lo cierto es que el nuestro fue uno de los últimos países en prohibir la comercialización del fármaco. Por nuestras farmacias se distribuyeron siete presentaciones diferentes de talidomida hasta dos años después de que hubiera sido retirada en el resto de Europa. El Imidan, por ejemplo, siguió vendiéndose hasta el 21 de enero de 1963. En Alemania se prohibió en noviembre del 61; en Portugal o Gran Bretaña, pocos meses después. Ahora, sin embargo, la talidomida sigue utilizándose como medicamento. Bajo el nombre comercial de Thalomid, es prescrito para el tratamiento de algunos tipos de cáncer, como el mieloma múltiple. Se administra bajo estrictas medidas de seguridad, con supervisión médica y es muy eficaz en algunos casos. Pero no es fácil que se desprenda del estigma que lo acompaña desde aquellos años de mediados del siglo XX.
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