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Analistas de videojuegos, una profesión de riesgo

La Razón
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En un sector cuyo altavoz, los medios de comunicación especializados se han multiplicado exponencialmente en el último lustro, se da la circunstancia de cierto costumbrismo o estandarización a la hora de analizar los videojuegos. Factores tan sui generis como el apartado gráfico, en función de frames por segundo, la resolución de pantalla, la línea argumental, el apartado sonoro, la jugabilidad y el doblaje al español, son los principales caballos de batalla a los que se enfrentan los publishers bajo la afilada pluma de los críticos. En este sentido, los medios tendríamos que hacer cierto acto de contrición a la hora de plasmar nuestros ideales en artículos. En muchas ocasiones soslayamos un acto esencial de cualquier análisis: ponernos en la piel de la persona a la que pueda ir dirigido el producto y ser permeable a los cambios de los gustos de los mismos.

Resulta cuando menos llamativo que en ciertas ocasiones, fundamentalmente cuando se lanzan los denominados triple A, se aprecie cierto consenso en las notas y comentarios, a raíz de lo que publican los, a priori, medios dominantes en el sector. Ya sea por los tiempos ajustados con los que los medios cuentan con el producto final o a ciertos prejuicios previos que se instalan en la percepción general en los meses previos a su debut, cabe colegir cierto estilo consuetudinario, en la mayoría de los análisis publicados ya sean estos más o menos sesudos.

Metacritic en el centro de la polémica

A la vez tan valorado como temido, Metacritic, el portal donde se recopilan reseñas con puntuaciones no solo sobre videojuegos, sino también sobre películas, discos y libros, se ha convertido en el termómetro favorito de los publishers a la hora de calibrar el grado de éxito de sus lanzamientos. Se trata de un medidor como cualquier otro, al que han sido las propias compañías quienes lo han encumbrado a la categoría de termómetro fiable del éxito o fracaso de sus lanzamientos. A pesar de que no hay una relación directa entre las notas recibidas por un videojuego con las ventas finales de un producto, los editores internacionales se juegan buena parte de su suerte en las copias vendidas en las dos primeras semanas de vida de un lanzamiento, donde debe concentrarse, al menos, alrededor del 40-50% de las ventas totales del producto. Por ello no es de extrañar que coincidiendo casi con los estrenos y a tenor de las cifras que se reciben en tiempo real, surjan de forma inmediata análisis, más o menos certeros, acerca del futuro de las Propiedades Intelectuales, de ahí que cada vez sea más complicado ver nuevas licencias en detrimento de otras con más calado a pesar de su sobreexplotación anual.

Fundamentalistas

Otro alarde de cierto chovinismo del que todos somos copartícipes, en mayor o menos medida, tiene que ver con los denominados títulos minoritarios que llegan a nuestros mercado con cierto tufo de transgresión y no aptos para todos que suelen llevarse la palma en cuanto a las alabanzas de los medios, que encuentran en ellos, además, cierto punto de intelectualidad de los que carecen otros. Si bien es cierto que de una forma u otra hay que apoyar la originalidad, no es menos cierto también que determinadas producciones no responden a las tendencias y gustos de los jugadores habituales de consolas, que son quienes al fin y al cabo compran los videojuegos.

De la misma forma que un analista de videojuegos busca independencia en sus comentarios, siempre al albur de los foreros y críticos naturales en redes sociales, en ocasiones, estos no suelen comportarse con la misma paridad con otros estamentos del sector. Muchas son las polémicas que se suscitan entre compañías y medios por el tratamiento a sus productos, en este sentido los medios suelen actuar con cierto aire de desdén apelando a la libertad de expresión, cuando a todas luces unos y otros están (estamos) condenados a entenderse por un único bien común, a saber, la pasión por los videojuegos.