Sociedad

«Ya dormimos tranquilos sabiendo que mis padres no están tirados, sino abrazados»

Tras cinco años desaparecidos, los cadáveres de Antonio y Ana María fueron hallados hace unos días en la ladera de un barranco en Canarias. El robo, principal móvil del crimen

Los cuatro hijos del matrimonio canario luchan por saber qué les pasó a sus padres
Los cuatro hijos del matrimonio canario luchan por saber qué les pasó a sus padreslarazon

Tras cinco años desaparecidos, los cadáveres de Antonio y Ana María fueron hallados hace unos días en la ladera de un barranco en Canarias. El robo, principal móvil del crimen.

Han pasado cinco años, cinco meses y 18 días desde que el matrimonio formado por Antonio Quesada y Ana María Artiles, de 76 y 74 años, desapareciera. Después de ese tiempo sus cuerpos han sido encontrados hace unos días por el perro de un cazador, semienterrados en la ladera de un barranco al sur de Gran Canaria a diez metros de la carretera y en una zona totalmente opuesta y lejana al lugar donde residían.

Allí, en el noreste de la isla, en el barrio capitalino de El Pilar, la noticia ha desatado todo tipo de preguntas. Detrás de la iglesia que lleva el mismo nombre, vivía la pareja de ancianos en un edificio que compartían en distintas plantas con sus cinco hijos. Una casa que el propio Antonio había levantado con sus ahorros para su familia desde que siendo muy joven se trasladara con su mujer del campo a la capital.

Hablamos con su hija mayor en la plaza principal, donde aún cuelga el cartel con la foto de sus padres, un crespón negro y un altar improvisado por los vecinos. Loli y sus hermanas están cansadas. Sus rostros lo dicen todo, pero a la vez se las ve aliviadas. «Es fuerte decirlo, pero estamos contentas porque ya han aparecido, aunque haya sido así, pero por desgracia lo intuíamos».

Para una familia de desaparecidos que lleva tanto tiempo buscándolos, encontrar al menos sus restos supone un coherente motivo de alegría. Muchos otros nunca llegan a saber siquiera qué les pudo haber pasado. Tener a quien llorar, tener a quien honrar, dicen, es el consuelo para el alma. «La noche que nos lo comunicaron dormí más tranquila pensando que mis padres ya no estarían tirados por ahí en cualquier lugar, sino que ya estaban recogidos, abrazados».

Ellas tenían muy claro desde el principio que sus padres estarían muertos. «Primero creí que pudieron haber tenido un accidente de tráfico; pero al segundo día de no saber nada de ellos pensé en este final, porque nadie se lleva a dos personas así para mantenerlas con vida». Además, él tenía una enfermedad renal por la que tomaba un tratamiento diario del que no podía prescindir. Durante mucho tiempo revisaron que en las farmacias lo hubiesen retirado, pero nunca fue así. Fue entonces cuando ellas mismas notificaron a la Policía sus teorías. «Siempre sospechas de alguien, pero claro, no dejan de ser divagaciones. Pero nunca imaginamos que esto pudiera pasar y, sobre todo, con esta violencia. Ahora hay que esperar a ver qué nos dicen».

Las sospechas de que el responsable debió ser alguien cercano al matrimonio han permeado desde el inicio. Ahora cobran más fuerza, ya que junto a los cuerpos se encontró también la cartera de Antonio vacía. El móvil económico se ha convertido con más firmeza en la hipótesis de la investigación, bajo secreto de sumario.

Un donut y tres cortados

Aquella tarde del 6 de marzo de 2012, la pareja dijo a sus hijos que iban a una revisión auditiva de Ana María, pero la última vez que se les vio con vida fue en una churrería a 10 minutos de su casa. Allí, recuerdan los testigos, estuvieron con otra persona más. Un hombre alto, corpulento, canoso, y con gorra. Nadie supo decir quién era. La camarera que entonces trabajaba ahí solo dijo a la Policía que habían pedido «un donut (que se comió Ana María) y tres cortados. Después se marcharon juntos».

A Loli le sorprende que fueran a ese lugar porque no lo frecuentaban habitualmente. «Solían desayunar o tomar café en otros sitios», dice. Si se encontraron allí por casualidad con esa persona sigue siendo aún un misterio.

La mayor de los hijos esboza una sonrisa al recordar a sus padres y los buenos momentos vividos con ellos. Antonio se había dedicado toda su vida al comercio ambulante. Vendedor de plátanos, transportaba la fruta por toda la isla. No sólo sus hijos, los vecinos lo recuerdan como un hombre muy sociable y simpático, con don de gentes. Quizá herencia de haber trabajado toda la vida en la calle.

«Era un gran padre. Un buen hombre, protector de su familia», nos dice. Ella, Ana María, era ama de casa. Hacía mucha vida con sus hijos y sus nietas, sobre todo estaba muy pendiente de uno de ellos, el único varón que tiene una discapacidad cognitiva y que también se llama Antonio, como su padre. Una persona más callada, «pero muy observadora». Como recuerda su hija, «tenía un sexto sentido, si alguien no le gustaba te lo decía; en cambio mi padre, aunque parecía más desconfiado porque la vida en la calle te hace así, era solo en apariencia, porque tenía un gran corazón».

Como jubilados, el matrimonio llevaba una vida tranquila, sorteando los problemas de salud. Él padecía del riñón y acababa de ser trasplantado por segunda vez. «Cuando desapareció llevaba ocho meses con el nuevo trasplante. Estaba feliz porque ahora su cuerpo sí lo había aceptado. Mi madre llevaba una prótesis de cadera y tenía algunos problemas auditivos, pero eran muy independientes para hacer sus cosas». Esa nueva vida, tras la segunda operación, hacía que Antonio disfrutara aún más de sus paseos por la orilla de la Playa de Las Canteras. «A veces se iban los dos; a veces él solo, mientras mi madre se quedaba en casa preparando la comida».

A él le gustaba jugar al «envite» con los amigos; a ella, ir a misa, devota de la virgen María Auxiliadora y la virgen del Pilar que da nombre al barrio. Surgen los recuerdos de las reuniones y las comidas todos juntos en la casa del campo, en Guía, de donde provenían sus padres, en la zona norte de Gran Canaria. Ellos nunca dejaron de ir. «Aunque estaba jubilado, a mi padre le gustaba ir a cuidar sus sembradíos, sus plantaciones».

Y, ahora, ¿Termina o empieza una nueva etapa?, les pregunto. «Termina la incertidumbre de saber dónde estarían, pero comienza la espera por saber quién lo hizo y por qué».