Crítica de cine

«Tierra prometida»: Un dilema moral

Dirección: Gus Van Sant. Guión: Matt Damon y John Krasinski. Intérpretes: Matt Damon, Frances McDormand, John Krasinski, Hal Holbrook. EE UU, 2012. Duración: 106 minutos. Drama.

La Razón
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Todo apunta a que «Tierra prometida» se instalará en el terreno del «thriller» de denuncia de corte progresista, ese que, desde películas como «Acción civil» a «Erin Brokovich», ha llevado hasta los tribunales a las grandes corporaciones para destapar sus venenosas estrategias para enriquecerse. Pero a poco que rascas en su cristalina, convencional superficie, surgen las diferencias: Gus Van Sant nos obliga a ponernos del lado de los «malos», es decir, de la compañía del gas que pretende expropiar a precio de saldo las tierras de una modesta comunidad rural, porque lo que realmente le interesa es asistir a un cambio moral, a la toma de conciencia de un personaje que no sabe en qué bando debe finalmente quedarse, que vive en un limbo existencial sin ni siquiera darse cuenta de ello.

Los «buenos» son una voz colectiva maltratada por la crisis, pero que, como en el mejor cine del New Deal rooseveltiano (con Frank Capra como máximo defensor y exponente de las causas perdidas), mantienen su dignidad en la solidaridad y el acuerdo común. La transparencia con que Van Sant acomete este regreso al cine «mainstream», junto con la sensibilidad con que filma el paisaje y la complicidad que le brinda Matt Damon, hacen de «Tierra prometida» una película más insólita de lo que parece a un primer vistazo. Por desgracia, el guión mete la pata con la aparición de un personaje, el ecologista interpretado por John Krasinski, que encarna, él solito, un fastidioso «deus ex machina» que está a punto de derribar la civilizada humildad del resto del filme.