Toros

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Adiós a las armas

Cayetano brinda a Paquirri la muerte del sexto de la tarde, del que a la postre pasearía un trofeo
Cayetano brinda a Paquirri la muerte del sexto de la tarde, del que a la postre pasearía un trofeolarazon

Hay pocas cosas en la vida más difíciles que la despedida. Saber elegir el momento de cerrar la puerta e irte torero de la cara del toro, definitivamente. La historia aporta ejemplos de todo tipo. Y no siempre los más grandes han sabido irse. «Guerrita» mandó con poder califal en el cambio del siglo, pero se fue a rastras: «No me voy, me echan». La relación de Antoñete con la despedida fue siempre un camino de ida y vuelta. Rafael de Paula se arrancó la castañeta en un ataque homérico de Hybris y luego se arrepintió, como se arrepentían también los dioses griegos. El mismo arrebato –pero sin arrepentimiento– sacudió a Manzanares padre en Sevilla, al que le cortó el añadido entre lágrimas su hijo torero. «Espartaco» tuvo una primera despedida triste y luego otra grandiosa, la que se merecía. Acabó la corrida, lo sacaron como un príncipe, 10.000 personas adorándote, y se fue a cenar una tortilla a casa de sus padres. De todos, el que mejor ha sabido irse es Curro Romero. También ha sido el que se ha ido más torero de la cara del toro. Sin año del duro recorriendo España y sin las pompas de la efeméride. Un festival de corto en una plaza con ruedas de carro y luego la llamada de teléfono a la radio, después de darle vueltas a la voltereta de Morante que había visto de cerca por la mañana: «Me voy, sí Fernando, me voy para siempre». La tarde de ayer fue una tarde de despedida, aunque no el adiós definitivo a las armas. Francisco Rivera Ordóñez –luego «Paquirri» en honor al padre caído– se despidió de La Maestranza, donde tomó la alternativa hace más de 20 años. La plaza homenajeó a Manolo Montoliú con un minuto de silencio por el 25 aniversario de su muerte: el mismo día y en la misma plaza. Aunque el mejor homenaje se lo tributó su hijo el sábado con un par que fue pura emoción y un fogonazo de aquel infausto año 92. Rivera Ordóñez y Cayetano también homenajearon a Paquirri cruzando el albero e hincándose a portagayola. ¡Cuántas veces Paquirri delante de los chiqueros en Sevilla, impasible salvo la mano retadora! Antes, cuando el público le daba importancia a que un torero se jugara cabalmente la vida delante del túnel negro. Rivera se despidió con una oreja. El público la pidió y el presidente la concedió: el público manda. De más peso fue la oreja de Cayetano en el sexto. Salvando el gran cuarto, los toros de Daniel Ruiz no fueron para conquistar Roma. El trasiego nocturno de camiones al campo fue mal presagio. Esta corrida nunca cotizó cara en las casas de apuestas.