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Ferias taurinas

Aguado, Puerta del Príncipe en una tarde para la Historia

El sevillano corta cuatro orejas y Roca Rey y Morante una cada uno en una tarde de muchas emociones e inolvidable.

Pablo Aguado sale por la Puerta del Príncipe de Sevilla después de cortar cuatro orejas. Foto: Ke Imagen
Pablo Aguado sale por la Puerta del Príncipe de Sevilla después de cortar cuatro orejas. Foto: Ke Imagenlarazon

El sevillano corta cuatro orejas y Roca Rey y Morante una cada uno en una tarde de muchas emociones e inolvidable.

No sé qué asustaba más: si el ímpetu del Jandilla de salida o la ambición desmedida de Roca Rey que volvió a Sevilla a por lo que era suyo. Curioso hubiera sido poner un pulsómetro a Simón Casas, empresario de Madrid y quien tiene contratado al peruano tres tardes como eje de San Isidro nada más acabe esta feria de Sevilla. A mil se le debió poner el corazón al gestor cuando se fue de pronto y sin anestesia a portagayola. O hace un cuerpo a tierra o el toro le quita literalmente la cabeza. No quedó ahí la cosa. Lo que ocurrió en Sevilla estuvo muy lejos de quedar ahí. Le recetó después, ya en el tercio, qué sé yo, tres, cuatro, ¿cinco? largas y faroles de rodillas. Lo que viene siendo un recital de despecho. Aquello tenía un nombre/ misión: dos orejas y rabo. Quitó Aguado. Replicó Roca. El espacio/tiempo era suyo y de nadie más. Un huracán fue con la muleta. O eso quiso. De rodillas. Después en los medios. Desafiando las distancias. Duró poco lo bueno, porque el toro racaneó la embestida y comenzó a echar miradas asesinas y la faena contó más con la ambición que con la técnica ¿Importó? No al torero. Se lo echó a los lomos. Por los aires. Sobre el albero. Tuvo luego la nobleza de no herirle, porque a merced estuvo. Tampoco le hizo mella. Prosiguió con la normalidad de quien está convencido más allá del valor, que lo tiene de acero petrificado, qué bárbaro. Se afligió ante él el toro. Enmudecimos. No encontró opción de faena, pero se jugó la vida sin pensar en el mañana ni tan siquiera en diez minutos después. Se tiró a matar en la rectitud y ahí había un trofeo.

Ocurrió después que la tarde tuvo un nombre mayúsculo y no fue el de Roca Rey. El delirio llegó a cargo de Pablo Aguado y el toreo indeleble para los sentidos, ni les cuento para el lenguaje de la emoción. Dos orejas de golpe soltó el presidente. Se cerraba una faena de ensueño. Absolutamente deliciosa. De principio a fin. Cadenciosa, templada siempre, ligada, con el ritmo del buen toro cosido a los vuelos de la muleta, impecable en los tiempos, gozada en los remates que eran una bocanada interminable de torería, como una lengua de fuego que te puede llegar a quemar pero te quedas ahí impávido en pleno deleite. En un cambio de mano descomunal entró el toreo entero y desbancó de golpe la infinidad de circulares que nos invaden a diario y nos reconcilió con el toreo de siempre. En un solo muletazo el mundo. Así la vida. En la cima, en el clímax de su propia obra, cuajado el toro, sin demorarse, sin un ápice de vulgaridad, en su propio éxtasis cogió la espada para fundirse, y fundirnos, que a estas alturas éramos todos uno. Las dos orejas eran grandiosas, como la obra que había esculpido. Mágico. Como su toreo. Magistral. Redondo. Macizo. Cadencioso. A la cadera. Con las yemas. Innato. Sincero. Inolvidable faena en una tarde para la historia. Fue tal lo suyo, lo que ocurrió allí, que dio la sensación de que puso a cavilar a Morante y por otro lado desfondó la tarde. El torero había sido tan abrumador que llegar a esas cotas no era ni sencillo ni estaba a la altura de cualquiera.

Morante lo había intentado sin más con un primero de media arrancada, pero con todo lo que había pasado y en Sevilla se puso de rodillas con la muleta en el cuarto. Fue lo más. Lo más expuesto y lo más torero. Eso y la manera de entrar a matar, que le valieron un trofeo.

Roca se entregó con ese quinto encastado, pero la faena tuvo más firmeza que continuidad. Las cercanías no le iban bien al toro ni a al trasteo. Daba la sensación de que de pronto se había convertido la faena en el preámbulo de la última de Aguado. Así son los públicos, las plazas y las emociones: ingobernables.

Lo bordó en el sexto Aguado con la capa, a la verónica, sobre los cimientos del reino morantista y la media resultó una punzada inverosímil a las emociones, para despedazarte ahí mismo y hacerte jirones. Sin más. Siguió hasta sonar la música. Si no te rompes con Aguado es que estás muerto. Genialidad de Morante para sacar el toro del caballo con el galleo del Bú. Locura. Cadencia volvió a encontrar en el trasteo de muleta a un toro con más movilidad que entrega. Estaba todo rodado y nos abandonamos a gozarlo. En el filo de la espada se encontraba la gloria de una tarde para la historia. Y Aguado se fue a hombros por la Puerta del Príncipe. Lo que fue. Y nosotros partícipes de una corrida inolvidable.

Ficha del festejo:

La Maestranza(Sevilla). 12ª de abono. Se lidiaron toros de la ganadería de Jandilla, bien presentados en conjunto. 1º, de media arrancada y deslucido; 2º, afligido y de corto recorrido; 3º, bueno; 4º, movilidad y manejable; 5º, encastado y manejable; 6º, movilidad sin demasiada entrega. Lleno de «No hay billetes».

Morante de la Puebla, de mandarina y azabache, media, aviso, seis descabellos (silencio); estocada trasera y desprendida, aviso (oreja).

Roca Rey, de lila y oro, estocada (oreja); estocada (saludos).

Pablo Aguado, de tabaco y oro, estocada (dos orejas); estocada (dos orejas).