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Amor eterno a La Maestranza

La Razón
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El vínculo de Sevilla con la familia Manzanares era evidente. Una realidad palpable, pero la gran mayoría no conoce muchos de los detalles de un amor eterno que ha trascendido al hombre pasando de padre a hijo. Precisamente, aún sin nacer el joven Josemari, su padre se encargó ya de que la simbiosis se prolongara en el tiempo. Una mañana se acercó Manzanares padre a La Maestranza que tanto le adoraba y asaltó a mi padre, por aquel entonces cirujano jefe del coso sevillano, para proponerle una idea que le acechaba desde hacía semanas: «Ramón, sabes que Sevilla lo es todo para mí, me gustaría que mi hijo naciera en sus entrañas, en la enfermería de la propia plaza, ¿es posible?». Una ocurrencia que por aquellos tiempos obligaba a toda una quimera de papeleo y permisos para llevarlo a buen puerto. El alicantino tenía ya hasta un ginecólogo preparado para que pudiera realizarse. Luego, llegó el invierno y tocó viajar a América.

Estando allí, su mujer se puso de parto en Alicante y no hubo manera de completar su sueño. Sin embargo, todo esto le quedó grabado a Josemari, su hijo, e intentó completar la faraónica idea de su padre en el nacimiento de su primogénito. Finalmente, la burocracia hizo que no fuera posible. Sevilla y Manzanares. Manzanares y La Maestranza. Fundidos. De la mano siempre.

Al llegar a casa, me enteré de su muerte por mi mujer y el abatimiento ha sido importante. Un golpe duro de digerir como la muerte de cualquier amigo. Lo éramos y son muchos los recuerdos que guardo de ambos con otro torero caro y añorado: Paquirri.

Persona entrañable y torero elegante, muy fino, pura naturalidad. En el toreo y en la vida, como suele decirse. Esta ciudad del Guadalquivir lo quiso como a nadie, igual que ahora ha adoptado a su hijo como propio. Si Dios quiere el año próximo lo volveremos a ver hacer el paseíllo en esta plaza. La muerte del padre debe ser el aliciente final que convenza al hijo.