Valencia
Castella corta las dos a un «Juncoso» para soñarlo
El toro fue premiado con una merecida vuelta al ruedo; el francés sumó tres trofeos y uno Fandi
Valencia. Tercera de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación. El 1º, flojo y deslucido; el 2º, de buena condición, punto tardo; el 3º bis, movilidad algo brusca y repetidor; el 4º, noble y bueno; el 5º, grandioso toro, premiado con la vuelta al ruedo; y el 6º, con nobleza, movilidad y repetidor, aunque menos clase. Tres cuartos de entrada.
El Fandi, de caña y oro, estocada (silencio); estocada, aviso (oreja con petición de segunda). Sebastián Castella, de azul pavo y oro, pinchazo, estocada (oreja); estocada trasera, aviso (dos orejas). Román, de verde botella y oro, dos pinchazos, estocada (silencio); pinchazo, estocada, tres descabellos (silencio).
Todo transcurría según lo previsto. ¿Previsto? ¿En una plaza de toros? Sí, previsto. Una larga cambiada en el tercio. ¿Torero? David Fandila «El Fandi», ramilletes de verónicas, en esta ocasión no de las verdaderas, que este torero sí sabe mecer la capa. No fue el caso. Siguió la cosa después con un par de entradas en el caballo, poco énfasis puso el toro en lo suyo, que era lo nuestro. Quite por lopecinas: una capote volador mientras el torero quiebra la embestida del toro. Segunda parte, o tercera, qué sé yo. Llegamos al tercio de banderillas. Tres pares tres. El segundo con dos quiebros anteriores para calentar y antes de cerrar el círculo, y como mandan los cánones, debe, el del violín. Llegó el de Cuvillo al tercio de muleta como si le hubieran estrujado el alma entre carrera y carrera. ¿Y encima tenía que moverse? No quería, no podía. Y ahí el torero de Granada entre un sí y un no, nos hizo pensar que estaba la faena hecha. Similar patrón con un cuarto, que fue un bombón de noble y por ello se llevó una infinidad de muletazos con un batiburrillo de pases, derechazos, molinetes, también de rodilla, círculos agarrando el lomo al toro. Más rodillas, desplantes, rodilla de nuevo y manoletinas para que no faltara de «na». La estocada a la primera... Y caprichos de la vida, cortó una oreja con fuerte petición de la segunda. Qué cosas.
El cómplice perfecto
Ni una pulsación más arriba ni más abajo tuvimos cuando arrastraban al burraco segundo que tuvo buena condición, aunque resultara tardo en el tercio final. En blanco con el capote Castella hizo después una faena premiada con un trofeo, en la que alternó el toreo por ambas manos. Ahora una, ahora la otra. Ligado en ocasiones, intermitente otras por las paradas del toro y antes de la guinda no faltó el péndulo, antesala de los circulares. Ese pase aborrecible para algunos y exultante de diversión para otros. No me encuentro entre los segundos. Con un triplete de pases cambiados por la espalda comenzó la faena al grandioso quinto. Pedazo toro, noble, movilidad, entrega, repetición, el cómplice perfecto para soñar el toreo y hacerlo realidad. «Juncoso» se dejó hacer fiel a su destino como si no hubiera mañana y al final se le premio con la vuelta al ruedo, justo después de otorgar a Castella los dos trofeos. En la faena, que fue larga en el tiempo, firmó muchas tandas, todas correctas y algunos muletazos soberbios, sobre todo ya en el ocaso. Conquistó al público en pleno calentón emocional, pero al cerrar los ojos poco poso dejamos atrás.
Sin oxígeno nos dejó Román en dos ocasiones con el tercero. En el centro esperó al toro y cuando ya éste venía embalado le pegó una arrucina (la muleta por detrás del cuerpo) y el milagro fue ipso facto. El toro, no sabemos cómo, pero pasó. Y una vez más. Una locura. En el centro le dio fiesta después, muchos muletazos pero casi todos tropezados. El Cuvillo tuvo cosas buenas, repetición y movilidad, pero muy sensible a los matices. Ante el mando y la suavidad respondía mejor, pero si cazaba la muleta se violentaba por dentro. A Román le costó que le saliera la faena limpia, a pesar de que había expuesto de veras en los comienzos. No le cogió el ritmo al sexto, que tuvo movilidad y repetición aunque poca clase. Y la historia se fue diluyendo, entre el frío que arreciaba a esas alturas.
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