Feria de Málaga
Con héroes así, la Fiesta es inmortal
Histórica y épica tarde de Antonio Ferrera, Javier Castaño, que siguen toreando heridos, y de Álvaro de la Calle
Gijón. Quinta de la Feria de Begoña. Se lidiaron toros de La Quinta, serios y astifinos. El 1º, manejable, embiste al paso; 2º y 6º, movilidad sin humillar; 3º y 5º, de buena condición; y el 4º, bueno, premiado con la vuelta al ruedo. Casi media entrada.
Antonio Ferrera, de grosella y oro, casi entera (saludos); pinchazo, estocada y herido (dos orejas); pinchazo, estocada (oreja).
Javier Castaño, de blanco y oro, estocada trasera (oreja); herido; estocada (dos orejas).
Álvaro de la Calle, de grana y oro, dos pinchazos, buena estocada (oreja).
Parte médico de Antonio Ferrera: «Herida por asta de toro en el tercio medio del muslo derecho, con trayectoria ascendente de 15 centímetros, que diseca la femoral y el paquete vascular sin romperlo». Pronóstico «reservado». Parte médico de Javier Castaño: «Herida por asta de toro 5 centímetros en el periné entre el coxis y el recto, sin afectar ni a recto ni a esfínter». Pronóstico «menos grave».
A las ocho de la tarde el destino se había saltado todo el guión de la corrida. Al completo. Poco quedaba en el ruedo de lo que estaba planteado de antemano. Y tres toros de La Quinta aguardaban todavía en los corrales. La Fiesta y sus misterios. Un cúmulo de emociones nos fue arrebatando la tarde minuto a minuto ahogándonos por momentos, asustados en ocasiones. Abrumados ante la expectación en otras. Toro a toro nos fue devorando, eclipsando, hasta acabar rendidos. Agotados, exhaustos, tan llenos como vacíos. Algo íbamos a dejar en la plaza y mucho nos íbamos a llevar de ella. La tarde nos marcaría desde la piel y acabaría por hundirse emocionalmente hasta la médula, pero todavía no lo sabíamos. En ese tercer/cuarto toro no paraban de ocurrir cosas. Dolorosas unas, emocionantes otras. Hasta que de pronto no quedaban toreros anunciados en el ruedo. Antonio Ferrera cayó herido al entrar a matar al tercero. Y de qué manera. Pero no fue sangre gratuita. Lo dio todo. Con mayúsculas. De principio a fin. Soberana actuación de Ferrera, un portento físico que puso a funcionar la cabeza y el corazón y fue capaz de dar la vuelta a la tarde. Tiró la moneda al aire y se llevó la cara y la cruz todo en uno. De rodillas recibió al de La Quinta y lo hizo por tijerillas. Una, dos y a la tercera un farol al que siguió lances de bella factura. El sorpresón vino después. Ni picar dejó Ferrera. Se subió al caballo y marcó un puyazo, cortito y en la yema, de precisión milimétrica. ¡Así quita del medio a la mitad del escalafón, carajo! Perfecto. Ni un lance regaló. En un suspiro estaba ya dando fiesta al toro. Un todoterreno, una locura, ni pestañear podías, te perdías algo... Cuajó al de La Quinta, que fue toro bueno en la muleta, con movilidad, sin humillar en exceso pero muy buen aire. Un pinchazo precedió a la estocada. Se echó sobre el morrillo con todo y con todo le metió el toro el pitón en el muslo. Aguantó en el ruedo. Y andando, en un ejercicio de amor propio que ponía el vello de punta, se fue a la enfermería. El papelón se le quedaba a Javier Castaño. O eso creíamos.
En el saludo de capa al cuarto, apretó el toro, y antes de que el torero encontrara refugio en el burladero le cogió y le corneó. No había dudas. En apenas cinco minutos había cambiado el festejo. A Álvaro de la Calle, el sobresaliente, le quedaban por delante tres. Y de La Quinta. Menuda broma. Resolvió con un poso ejemplar ante un toro bueno, pero que exigía seguridad y aplomo. La encontró. No hubo un resquicio de dudas en la puesta en escena de Álvaro de la Calle. Ni media. Valiente, firme y muy torero todo lo que hizo al de La Quinta, que se premió con una generosa vuelta al ruedo. Sobresaliente fue en general el encierro, aunque hoy pase más discreto ante el caudal de emociones con tres toros de muy buena nota, tercero, cuarto y quinto. Todo seguido, como el festejo.
Antes de que saliera el quinto, se abrió la puerta, se rumoreaba que Ferrera iba a volver al ruedo. Y así fue. Antonio y Javier Castaño, con la sangre recién derramada, la carne herida, dolorida... y ataviados con un pantalón de monosabio regresaron al redondel. Héroes de otro tiempo. De otro siglo. Impactado el público. Atónito. Impensable en la estructura mental del raciocinio, de la cordura, de la normalidad. Salieron al ruedo a matar o morir. A no dejar al compañero solo. Compromiso. Responsabilidad. Valor de valores. El toreo. En la vida. Y en este siglo XXI de traiciones. Y se dejaron la piel en ese quinto, que fue buen toro, y mejor torero (Ferrera) y en ese sexto, que tuvo movilidad sin entrega. Por mil la multiplicó Castaño. Más tibios habían sido los comienzos. ¿A quién le importaban ya los comienzos? Un preámbulo había servido. La antesala de la épica, una tarde colmada de argumentos para volver a una plaza de toros. Ayer nadie miraba el reloj ni pensaba en sus cosas. La admiración y devoción por lo que ocurría en el ruedo lo inundaba todo. Con héroes así, capaces de salir a un ruedo a morir, la Fiesta será inmortal. Y auténtica.
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