Bilbao
El Cid, un trofeo con «Victorinos» a medida
Al sevillano le toca el lote noblón de un variado encierro del ganadero de Galapagar en la última de Bilbao
Bilbao. Última de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Victorino Martín, bien presentados y muy serios. El 1º, rajado y deslucido; el 2º, toro con fondo, a media altura, repetidor y de buen juego; el 3º, duro y complicado; el 4º, mirón y muy orientado, peligroso; el 5º, noble, repetidor, sin excesiva entrega y de larga duración; y el 6º, encastado, exigente y con opciones. Media entrada.
Diego Urdiales, de azul y oro, pinchazo, buena estocada (saludos); pinchazo, estocada (saludos). El Cid, de verde esperanza y oro, media estocada, un descabello (saludos); buena estocada (oreja). Luis Bolívar, de turquesa y oro, estocada, dos descabellos (silencio), media, metisaca, aviso (silencio).
El cuarto de Victorino salió de salida y se estrelló contra el burladero de matadores en un medio salto contra las tablas. Lo que no sabíamos es que pocos metros después nos esperaba segundos de pánico mientras veíamos a un espontáneo, sin muleta ni nada, cumplida una edad, dar con una chaqueta un lance al toro. Una locura que le pudo (ni sabíamos) costarle la vida, porque al segundo envite, le agarró del pecho y le dejó inerte en el ruedo. Espantosa e innecesaria imagen. Hubo milagro. Urdiales se hizo cargo del victorino, que fue toro peligroso, orientado y mirón, no daba opciones para mucho. Lo enseñó, lo vimos, se justificó y le dio una muerte digna. No se podía pedir más. Lo malo de todo esto es que el toro que abrió plaza, su otro oponente, fue un toro rajado, a Victorino también le salen mansos los toros, con el que Diego Urdiales sólo pudo dejar constancia de una cosa que en estos lares es casi un milagro: la torería. Cuando cayó el cuarto, y ya nada le aguardaba en corrales, pesaba más que a este torero sólo le veamos una tarde en la feria. Y en tan pocas. Con este lote una tarde es lo mismo que cero.
Un tranvía se le vino a Bolívar en el tercero cuando se puso en el centro del ruedo con la zurda. Declaración de intenciones. El toro había descolgado la cara desde que salió por la puerta de toriles. Siempre por abajo. Le salieron los demonios en las distancias, y a ese primer envite del colombiano fue ya con veneno y amago de rebañar. Sacó violencia y mucha casta difícil de gobernar en esos términos. Cambió de pitón Bolívar y por la diestra logró una tanda, sometido, ahí andaba el lío, pero a nada, a la mínima, se violentaba y el derrote era un huracán. Se fue complicando e imponiendo las dificultades. Resolvió con la espada. El sexto tuvo mucho que torear y el colombiano le fue cogiendo la medida poco a poco. Embestía por abajo, pero ágil de cuello, rápido, raudo en los movimientos e imprevisible, no había la seguridad de que una embestida fuera igual a la otra. El interés estuvo siempre en el ruedo y Bolívar consiguió tandas de mucho mérito al natural, lo intentó por la derecha, buscaba y buscaba. Lástima que la espada, con la que se perfiló cuando ya había sonado el aviso, no estuviera a la altura.
Tremenda fue la suerte de El Cid ayer a la hora de sortear. Tremenda, sin paliativos. Parecieron dos corridas distintas. Una la que mató Urdiales y otra la del sevillano. El dulzor del quinto fue exquisito, noblote, repetidor, sin demasiada entrega, pero dejando estar a placer, sin límite y sin caducidad. Fue a éste al que El Cid cortó un trofeo después de una buena estocada y una faena extensa, correcta diríamos, uno, dos tres muletazos. Cuatro, cinco, seis tandas... Todo en orden y concierto, pero faltaba alma. El segundo fue toro bueno también, en el ritmo, en el primer tramo de la arrancada, le costaba hacerlo entregado por abajo, pero no era victorino de maldad. Anduvo con mucha soltura con el capote y oficio con la muleta. Un lote a medida, aunque la corrida fuera de Victorino. Y, por cierto, no nos aburrimos.
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