Feria de Málaga
El temple asusta al miedo
Soberbia faena de Miguel Ángel Perera, llena de carácter y valor. Sufrió dos cogidas de las que salió milagrosamente ileso entre la admiración del tendido
Málaga. Sábado 4 de abril. Lleno total. Cuatro toros de Daniel Ruiz (1º, 2º, 4º y 7º) y 4 de Jandilla, desiguales de hechuras y poco juego en líneas generales.
Morante de la Puebla, de grana y oro. Estocada caída. Silencio, metisaca y silencio.
El Juli, de azul marino y oro. Dos pinchazos y estocada corta. Ovación, pinchazo y media. Silencio.
Miguel Ángel Perera, de grana y oro. Estocada corta y desprendida. Ovación, estocada y dos descabellos. Aviso y oreja con petición de la segunda.
Alejandro Talavante, de grana y oro. Pinchazo y estocada. Silencio, estocada y silencio.
La película no estaba nada mal. Las figuras del momento no habían dado una sola vuelta al ruedo en los seis primeros toros, lo cual era motivo hasta de alegría para ciertos personajes. No se adivinaba mucho futuro en el séptimo del encierro, incierto y feo de estampa, por mucho que el inicio de faena, electrizante con pases cambiados en los medios, caldeara unos ánimos ya mustios a estas alturas. Pero Miguel Ángel Perera se iba a convertir en dueño de la tarde tras un natural que pudo acabar en tragedia. El toro lo prendió por la ingle y lo buscó luego con saña, pero el valiente respondió como lo hacen los toreros de casta.
Atornillando las zapatillas en la arena, y con el compás muy abierto, cuajó un toreo soberbio, largo y ajustado, de quietud total, de riesgo asfixiante, pero además con un temple portentoso. Porque el toro, con todas sus dificultades, encerraba en sus entrañas un fondo de clase que supo descubrir el maestro en una faena colosal. Valiente pero rítmica, bravía pero enclasada, poderosa y a la vez suave. El clamor alcanzó cotas altísimas en un pase de pecho final infinito, interminable como sus naturales a cámara lenta, como sus redondos hondos y auténticos. Y con el gentío rendido, el toro volvió a lanzarlo por los aires para cobrarse la venganza cuando el maestro pretendió invadir su terreno. Tras la estocada, el toro se resistió a morir, el puntillero falló en el último instante, Perera marró con el descabello y todo quedó en una sola oreja, premio ridículo para una faena cumbre en la que no sólo el valor, sino también el temple, asustaron al miedo. Una faena que valió por toda una corrida.
Porque la tarde amenazaba con gatillazo de los gordos. Quiso calentarla El Juli, pero su primera faena, meritoria aunque un punto tensa frente a un toro sin clase, no cuajó: y no digamos la del sexto, un oponente que por su falta de fuelle apenas transmitió las complicaciones que en realidad llevaba dentro. Y quiso encenderla Perera con unas chicuelinas apretadísimas ligadas con tres gaoneras lentas, pero tras un inicio cambiado de escalofrío, el de Jandilla pidió socorro y el ambiente se fue apagando. Antes, Morante había lidiado con la brevedad recomendada en estos casos a un ejemplar de poco fuelle y malas hechuras. Y después, Talavante meció bien el capote, con buen aire, por lances, chicuelinas, cordobinas y galleos, y dibujó dos tandas de magnífico estilo que apuntaban a faena grande, pero el de Daniel Ruiz cambió para mal. Todo, no obstante, era susceptible de oscurecerse, y no sólo por el nublado que, como una premonición, terminó por cubrir el cielo malagueño. El quinto fue un perfecto inútil y Morante lo lidió entre las protestas de un público decepcionado. Después, Perera puso orden y Talavante quiso responderle en un toro que sólo sirvió para que Morante apuntara un quite. El del perdón.
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