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Toros

Emilio de Justo, Puerta Grande de justicia divina

El torero cortó una y una con dos estocadas memorables y una puesta en escena impecable y Ginés resultó herido en la cara

Emilio de Justo abandona a hombros Las Ventas / Cristina Bejarano
Emilio de Justo abandona a hombros Las Ventas / Cristina Bejaranolarazon

En la suerte natural aguardaba el toro y se sabía la estampa perfecta. Hubo un silencio. Sepulcral. Preámbulo. Un estocadón vino después. Memorable. En sí una obra de arte, aunque cueste pensarlo, mucho más entenderlo. Lo hizo cumbre Emilio de Justo. En los tiempos, en la rectitud, en la sensibilidad para prender en el mismo hoyo de las agujas la estocada. La que determina la lealtad y el respeto al toro, que no vale todo, justo eso nos legitima de la barbarie. Una belleza descomunal tuvo aquello de tal manera que sobraba todo para el desenlace. Todo y todos. Solo De Justo y el animal, que había sido mucho. En el peto empujó y quiso hacerlo también detrás de la muleta. Tuvo casta, franqueza y largura, le faltó un punto de humillación en ocasiones, nunca falta de interés. Así la faena de Emilio de Justo, al que se esperaba, porque reaparecía en Madrid con los puntos frescos todavía de una cornada fuerte en Francia que le había taladrado el muslo y el corazón la muerte de su padre. Hay acontecimientos que sobrepasan. No resultó la faena rotunda, es cierto que se le ensució en ocasiones, pero sí impecable su puesta en escena, su verdad, abrumadora su entrega. Un chorro de emoción fue la manera de morir el toro. Un canto a la vida que encontró premio. Informal y sin entrega fue el cuarto. No importó, porque Emilio de Justo había dado el paso al frente antes. Antes de saber esto, o aquello. Antes de hacer el paseíllo incluso de vestirse de torero. Y por eso se puso frente al toro despojado del miedo, desandando el tenebroso camino de la cornada reciente, de la pérdida de su progenitor, desafiando al desigual animal, que nunca acababa de entregarse a la muleta, desafiándose a sí mismo. Dos coladas por el izquierdo nos pusieron en el disparadero y ya en el tramo final le metió en vereda ipso facto al toro y al público. Se ajustó y provocó en las manoletinas y se fue detrás de la espada. Otra vez. Empujaría el padre desde arriba para otro estoconazo de libro. Asomaron los pañuelos para no dejar lugar a dudas. Y el premio, que hacía la suma más bella del mundo, le abrió la puerta de la gloria justo a la espalda de los infiernos para irse de camino a la calle de Alcalá, cuando la noche ya había caído.

Imagen del percance de Ginés Marín

Román voló por los aires a lo bestia. Qué barbaridad. Una y otra vez. De pitón a pitón se lo pasaba el toro. El segundo. Como un muñeco, cuando logró ponerse en pie se le notó un poco desubicado; el milagro es que tenía el cuerpo entero. No fue fácil el toro, que le había avisado, de media arrancada, desentendido, haciéndose el tonto, porque no quería tragar, le faltaba la continuidad en el engaño. Román quiso, se quedó, igualó los muletazos y se tragó, impávido, un sustazo. Deslucido fue el quinto y así la faena.

Las cuadrillas atienden al torero herido en la cara

“Renacuajillo” no era nombre de toro grande, pero lo fue, y Ginés lo supo. De ahí que se fuera a lo medios, que tomara distancia y que metiera los riñones, él solo como creyéndoselo, como haciéndonos partícipe de lo que iba a pasar. En la distancia basó Ginés la faena, medida, cortita, incluso demasiado, cuando acabamos de entrar de lleno con la tanda más rematada de la faena, se fue a por la espada. Hubo muletazos buenos durante el trasteo ante ese toro que con calidad y transmisión había tomado la muleta. Una media y un descabello desinflaron los ánimos. Pareció tener buena condición el sexto, pero le pegó una navajazo en la cara a Ginés. Una cornada de espejo y tuvo que meterse para dentro. Emilio de Justo vino a Madrid con el muslo abierto y la pena y se fue a hombros... Hay triunfos que son encrucijadas divinas. Y este era de justicia.

Las Ventas (Madrid). Tercera de la Feria de Otoño. Un tercio de entrada. Se lidiaron toros de El Puerto de San Lorenzo y dos de La Ventana del Puerto, 1º y 3º, bien presentados. El 1º, encastado y franco; el 2º, de media arrancada y desentendido, complicado; el 3º, de buen juego; el 4º, informal y sin entrega y el 5º, deslucido.

Emilio de Justo, de verde oliva y oro, buena estocada (oreja); estocada (oreja).

Román, de espuma de mar y plata, estocada que hace guardia, descabello (saludos); dos pinchazos, estocada, aviso, tres descabellos (silencio).

Ginés Marín, de celeste y oro, media, descabello (vuelta al ruedo); herido.

Parte médico de Ginés: «Cornada en la mandíbula derecha de 5 cm que afecta al masetero y nervio facial».