Bilbao
Fantasía de Morante contra el desengaño
El sevillano corta una oreja y decepcionante actuación de Manzanares con un buen lote de Cuvillo
Bilbao. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación, algunos por debajo del toro de Bilbao. El 1º, noble, de buen estilo y justo de poder; el 2º, gran toro, un carretón; el 3º, deslucido; el 4º, complicado y con carbón; el 5º, noble y de buen juego; y el 6º, bravo y de buena condición. Tres cuartos de entrada.
Morante de la Puebla, de azul marino y oro, media baja y atravesada, descabello (saludos); pinchazo, media, pinchazo, media, descabello (silencio); estocada buena (oreja). José María Manzanares, de rioja y oro, estocada buena (saludos); buena estocada (saludos); pinchazo, metisaca, aviso, estocada (saludos).
Moría la tarde, como uno siente que muere la temporada, entre la amnesia de apenas distinguir una corrida de otra. Lejos quedan las batallas del G5 unido y más lejos todavía ese duelo en la cumbre. Esa verdad incuestionable que hace el toreo indestructible en el alma humana. Cuando a la vuelta de una tarde de toros acumulas vacío, malo. Ahí gravita todo. Lo que mantiene viva esta Fiesta de locos son esos momentos únicos, que te envuelven y estando ahí arriba formas partes de esa magia que ocurre en el terreno sagrado del ruedo. En esa pendiente a la deriva andábamos, acumulando motivos para renegar, cuando Morante esbozó el toreo a la verónica mientras el quinto toro de Núñez del Cuvillo salía desentendido de la suerte. Entró Manzanares en acción, se trataba de un mano a mano, aunque hasta ahora cada uno había venido a Bilbao a lo suyo, y ese quite por chicuelinas tuvo la misión divina de inspirar al mago de La Puebla para regalarnos un abanico por el mismo palo, pero estrujándonos las emociones, barrocas, hondas, rotas las chicuelinas, una antológica y una media de las que sí recordaremos hundido el invierno en los huesos. Fue un fogonazo. Pero de los que queman la piel. Así el inicio de trasteo, tan lento, tan sublime, tan a plomo, con esa sensación de que es para estar. Lo que da Morante en ese instante no es liviano, hubo momentos de poderosa emoción, calidad y mucha magia en sorprendentes remates a un toro noble, de buen juego, sin demasiada entrega, pero colaborador. Después de esa intensidad de los comienzos, la faena se nutrió más de los adornos, eso sí mayúsculos de personalidad, que de toreo ligado. En la estocada, hasta la empuñadura de verdad, y en una muerte dilatada del toro, esperada por el torero, encontró Morante el ritmo final a la obra para pasear así el único trofeo de la tarde.
Y de ahí vinieron nuestros males, porque toros hubo. Y uno para soñar el toreo. Segundo de la tarde. «Jarandero» de nombre. Lo más parecido a un carretón. No hizo buena pelea en varas, pero se hartó de embestir en la muleta, se abría una barbaridad y encadenaba una arrancada a la otra sin levantar la mirada de la arena negra, abducido, dibujaba una espiral de embestidas que nos hubieran llevado al delirio... Si lo hubiéramos pensado en abstracto un toro ideal para Manzanares, que fue a quien le tocó. Pero no. Demasiadas pruebas, por fuera, un sí pero no. Sin acabar de comprometerse. Sin verlo. Medias mentiras que quieren encubrir medias verdades. Si con este toro tampoco, ¿entonces qué? La estocada fue cumbre pero la gente no tragó. Otro estoconazo prendió en el cuarto, el de la feria. El toro tuvo carbón, por el izquierdo para apostar. Sobran las palabras y nos faltan motivos. El sexto fue otro buen toro de Cuvillo, que aprobó por los pelos en presentación, pero que echó un buen encierro. Humilló este último, muy pronto en la arrancada y con transmisión. Y ocurrió en verdad que no ocurrió nada. Antes, Morante abusó en el tercio de varas del deslucido tercero y dejó destellos con el primero, noble y justo de poder. Morante hizo un paréntesis. Un paréntesis de toreo y nos sirvió para aliviar el desengaño.
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