Feria de Bilbao
Fuente Ymbro: tan grandes como vacíos
Gonzalo Caballero, única ovación en una tarde deslucida en la primera de Otoño
Las Ventas (Madrid). Primera de la Feria de Otoño. Se lidiaron novillos de Fuente Ymbro, muy serios de presentación. El 1º, noble, sin fondo, descastado; el 2º, rajado; el 3º, de desigual ritmo, le falta un tranco; el 4º, noble y paradote; el 5º, noblón, justo de transmisión y raza; y el 6º, descastado. Menos de tres cuartos de entrada.
Gonzalo Caballero, de azul cielo y oro, estocada (silencio); estocada contraria (saludos). Borja Jiménez, de verde hoja y oro, dos pinchazos hondos, pinchazo, aviso, pinchazo, descabello (silencio); estocada contraria (silencio). Francisco José Espada, de blanco y oro, estocada defectuosa (silencio); estocada caída (silencio).
Justo en ese momento en el que miramos a los novilleros para recuperar ilusiones perdidas mientras la cúspide se reencuentra entre dimes y diretes, o en esa cada vez desmejorada versión de los valores que se defendieron y pelearon antaño, llegamos a Madrid para darnos de bruces con una novillada, que bien pasaría por corrida de toros, muy hecha y cuajada de Fuente Ymbro. Pero la seriedad quedó ahí, en una presencia, en ocasiones fea y destartalada, y siempre vacía de contenido, que no dejó lugar, ni un sólo hueco para que el festejo pasara a mayores. En balde. En balde la tarde y las ilusiones. Despellejadas una a una. Como pétalos de margarita, pero sin lugar al romanticismo. Gonzalo Caballero, Borja Jiménez, nuevo en esta plaza, y Francisco José Espada, autor de una de las faenas más templadas de toda la temporada en la monumental, pisaron el ruedo venteño en la primera de la Feria de Otoño. De estreno la arena madrileña. Tibio debut. Como el de Borja Jiménez, que se fue a portagayola en el segundo y sorteó el medio brinco del toro encaminado a frenarse de salida. Lo que apuntó ahí nada más salir, lo mantuvo después, en banderillas incluso y en la muleta ni les cuento, muy rajado el animal. En tablas y desentendido del burdo juego este de torear. Tan sólo quedaban dispersas las ilusiones del novillero, que se dilataron con un quinto, noblón y tan justo de transmisión que amenazaba con matar de aburrimiento al tendido. Sacó el repertorio el novillero, todo, al completo, pero la tarde pesaba ya.
Abrió plaza Gonzalo Caballero con un astado noblón al que le sentaba mal la distancia corta. Sufría de agobios: cuanto más cerca y más por abajo, peor respondía. Y así fue. Pasada la inercia de los estatuarios en el centro del ruedo, nunca llegó la continuidad. El cuarto tuvo nobleza. Y hasta ahí puedo leer. Después era tan parado, tan pobre de espíritu que la faena de Caballero, punto encimista y plena de entrega, no logró equilibrar los ánimos.
Francisco José Espada volvía a Madrid después de toda la temporada. Guardábamos el recuerdo del temple, de torear despacio, de esas sensaciones que perduran con el tiempo porque contienen un halo de distinción. No volvió a ocurrir en Otoño. Y mira que Otoño tiene algo, no sé qué, pero nos suele dejar emociones para pasar el invierno. Puede ser hoy o mañana o el domingo tal vez. ¿Quién sabe? Pero la novillada, qué digo, la corrida de toros lidiada como novillada de Fuente Ymbro cerró las puertas y Espada anduvo más tibio que aquella vez con un tercero informal, pero que al menos iba por allí sin dar demasiadas cuentas. Descastado y con ganas de rajarse salió el sexto. Mal final. Tampoco había empezado bien la cosa. Tres días tres. Tres tardes quedan para que Otoño nos alimente el invierno. Que luego se hace largo.
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