Ferias taurinas
José Tomás se marca una de rey en la despedida
Gran faena del madrileño que sale a hombros con Manzanares en su última corrida de la temporada española en Valladolid
Gran faena del madrileño que sale a hombros con Manzanares en su última corrida de la temporada española en Valladolid
Ficha del festejo
Valladolid. Tercera de feria. Se lidiaron toros de Luis Terrón para rejones y Núñez del Cuvillo para lidia ordinaria, correctos de presentación. El 1º, mansito y parado; el 2º, como sobrero, mansurrón, violento y descastado; el 3º, extraordinario; el 4º, manso y parado; el 5º, movilidad sin entrega; y el 6º, manejable y rajadito. Lleno de no hay billetes.
Leonardo Hernández, rejón trasero (saludos); rejón, tres pinchazos (saludos).
José Tomás, de verde botella y oro, estocada trasera (oreja); estocada que hace guardia, estocada (dos orejas).
José María Manzanares, de grana y oro, estocada (dos orejas); estocada baja (oreja).
Transcurría la tarde como si no fuera. Algo extraño. Estábamos, o esa era la sensación, fuera de lo que ocurría en el ruedo. Abría plaza Leonardo Hernández, otro cartel rarete que se traga a capón porque la ocasión lo merece, y luego se paga en escena, como que la historia no convence. Cuestión de preámbulo de ceremonia. Al primero de Luis Terrón, que era el enemigo, de serlo, de haberlo, le dieron a elegir a la salida entre bravo y manso y no tuvo dudas, eligió lo segundo. De ahí que la cosa, lo del caballo y el jinete, no fuera con él, ajeno al tema, atento al tendido, buscando la manera de orientarse de qué iba aquello, hasta que Leonardo logró encelarlo: con perseguir al caballo bastaba, y captar la atención de la gente que era complicado. Decoroso, hábil y con oficio ante ese toro mansurrón y con pocas ganas de participar en el asunto.
Llegó la hora. El tramo accidentado. Paró José Tomás al colorao segundo, perdió el capote cuando lo hacía genuflexo, lo deshizo el toro que apretó a Miguel Martín hacia tablas y a punto estuvo de reventarlo. Sobrevino un volatín después del que ya no se repuso y volvió a los corrales. El encontronazo pudo ser fatal con el sobrero. José Tomás se tiró a matar como justificando la locura colectiva que genera más allá de lo que ocurre en el ruedo. Fue toro complicado, mansurrón, rajado, con mal estilo, sin querer perseguir el engaño, más bien queriendo quitárselo del medio y apagándose como una vela con la brisa. Pulcritud tuvo el trasteo. Verdad en los naturales, suavidad ante los derrotes y aguante. En vilo y buscándose, la faena fue perdiendo estructura a la vez que el toro iba perdiendo el poco fuelle que tenía, de bravura ni hablamos, pavor la estocada, el corbatín se lo sacó, esprintó corriendo hacia atrás y se salvó. Las cosas acabaron bien y el de Galapagar, y esa sombra terriblemente alargada, paseó una oreja. La primera de la tarde.
Espectacular fue cómo José María Manzanares entró a matar al tercero, el santo varón (macho, se dice macho) de la tarde. "Aguaclaro"lo dio todo. Recibiendo ocurrió. Perfección en los tiempos, el corazón que le aguanta, la mano que la mete arriba (con la espada, vaya) y la obra es cumbre. Irreprochable. Memorables cierres. Dos orejas fueron el premio a una labor que gozó de momentos sublimes. Uno en especial. Siempre hay uno que colapsa la faena, que la hace libre y de todos, fue un cambio de mano, un muletazo en el que cupieron tres. Si lo somatizas te duele el cuerpo. Imposible aguantarlo; bellísimo. Y también algunos naturales, mecidos, eternos, suaves y templados. Hubo momentos intensos y cargados de armonía ante un toro que fue la excelencia de nobleza, repetición y calidad. Fabuloso cómplice y otros, momentos, a los que les faltó esa fuerza para alcanzar la rotundidad.
El quinto, amigo, el quinto. Con el quinto nos transportamos a otra dimensión. Hablemos de felicidad. Felicidad compartida. Lo llevamos en la cara al cabo de los minutos. Habíamos llegado hasta aquí y merecía la pena. Era el último toro de la temporada de José Tomás. El último del último. El penúltimo que quieren decir y no hizo cosas buenas en el caballo ni en el capote pero ya el prólogo de faena resultó un tormento para las emociones. Ocho estatuarios sin enmendar la figura, daba igual la proximidad, daba igual por dónde anduviera el toro, daba igual todo. Emoción. Ocurrió después que el animal se violentó. Y ahí vino lo mejor. La viveza de los matices de la faena y un rosario casi interminable de naturales de mano muy baja, tremendamente poderosos, soberbios de expresión, de pureza, de verdad y entrega hacia el toro primero y al público después. Se inventó una serie con una granadina atada a un farol que nos llevó al delirio y cuando estábamos entrando en la enajenación se fue a por la espada. ¿Ya? No, no, no... Quedaba más, aunque no lo sabíamos. Y de qué manera. Por la derecha y sin ayuda. Todo alma. Y circulares invertidos con esas trazas camino de la eternidad, de haberla, ahí están. La faena sin estructura, tan loca, sin patrón, sorprendente y mágica. Las normas para saltárselas. Hubo una tanda de naturales, con sus pausas, tal vez de doce, ¿catorce?... Era una faena de rabo que se malogró con una primera estocada que hizo guardia. Recobró el fulgor con manoletinas y se fue derecho tras la espada otra vez. Esta faena la recordaremos.
Manzanares no acabó de comprometerse con un sexto que no fue gran toro ni puso elevados problemas. En cambio, el cuarto, el de rejones, eligió sin fisuras la mansedumbre y no dejó puertas abiertas. Las de la gloria se abrió José Tomás en final de fiesta, una de rey se marcó para la despedida. Y bendito sea. La diferencia es lo que nos lleva al abismo. Y ahí se viven momentos felices.
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