Zaragoza
La afición de Zaragoza pide libertad y saca a hombros a Talavante
El público gritó a coro «¡Libertad!» al comienzo de una corrida que se cerró con la salida a hombros de Talavante y una oreja para Diego Urdiales.
Plaza de toros de Zaragoza. Primera corrida de la feria del Pilar.
Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación. El primero sin fondo; el segundo, con temperamento y dificultades; noble y de poca duración el tercero; boyancón el cuarto; inválido el quinto; y noble y desclasado el sexto.
Se colgó en taquillas el cartel de «no hay billetes».
Morante de la Puebla, de nazareno y oro: dos pinchazos y media estocada baja (silencio); estocada honda desprendida (ovación).
Diego Urdiales, de grana y oro: estocada caída (oreja); estocada delantera desprendida (ovación).
Alejandro Talavante, de tórtola y oro, que sustituía a Enrique Ponce: estocada trasera desprendida (dos orejas); media estocada tendida y trasera y cinco descabellos (silencio).
Salió a hombros. Hartos ya de estar hartos y tener que soportar al entrar a la plaza los insultos de los apenas doscientos antitaurinos que se manifestaban provocativamente en el exterior, los más de diez mil asistentes que llenaron hoy hasta los topes la plaza de toros de Zaragoza rompieron en un grito unánime de «¡Libertad!».
Como el pueblo en aquellos no tan lejanos tiempos duros de la Transición, los taurinos están reaccionando ahora para pedir el respeto que les parecen haber perdido los políticos y unos animalistas que les tachan constantemente de asesinos.
Pero los que estaban dentro, que multiplicaban por quinientos a los de fuera, esos que al pasar por taquilla dejan un pastón de IVA a la administración central y autonómica y que llenan también estos días los hoteles y los restaurantes de Zaragoza, reaccionaron con ese grito a veces tan mal usado pero que en el mundo del toro está cobrando de tintes de urgencia.
Los aficionados piden libertad para disfrutar de un espectáculo que, por ejemplo, les hace vivir momentos tan intensos y auténticos como algunos de los vividos en esta primera corrida de la feria del Pilar, a pesar del descastado juego de los toros de Núñez del Cuvillo.
Y los vivieron especialmente en la lidia del tercero, un toro también noble pero con algo más de duración que la mayoría de sus desfondados hermanos. No mucha, la verdad, pero sí suficiente para que Alejandro Talavante también alardeara con él de su libertad creativa.
Hubo ya imaginación en el saludo de capa, en el que se sucedieron cordobinas, verónicas, chicuelinas y una airosa serpentina de remate. Y aún hubo un duelo de artistas en el tercio de quites, pues a los templados lances de manos altas del extremeño respondió Morante de la Puebla con unas soberbias chicuelinas, llevando al toro mecido en sus vuelos airosos como una bata de cola.
Así que Talavante no tuvo más remedio que replicarle al sevillano con un quite por altaneras en el que suplió con un ajuste máximo la emoción de la estética. Se caía la plaza de las ovaciones, que aún siguieron calientes tras dos soberbios pares de Juan José Trujillo que prologaron una gran apertura de faena del extremeño, por impávidos estatuarios y pedresinas en la boca de riego.
Pero, lamentablemente, el toro fue perdiendo gas en las sólo dos series de muletazos ligados que pudo sacarle Talavante, antes de tener que meterse entre los pitones, para, cambiándole las geometrías, apurar lo poco que le quedaba de raza al de Cuvillo y asegurar así el corte de las dos orejas que le abrieron la puerta grande.
Si Talavante no pudo redondear con el desclasado sexto ni Morante logró brillar más que en ese quite, al estrellarse contra un lote vacío, antes de ese cénit emocional del tercer toro, Diego Urdiales se había llevado una oreja de verdadero peso tras vencer en el pulso de valor y firmeza que le echó al incierto y temperamental segundo, un toro de escasa alzada pero que se creció con su genio.
Sólidamente asentado en la arena, el riojano aguantó con aplomo toda esa violencia del toro hasta irla sometiendo y moldeando con temple en muletazos largos y arrancados a pulso, con los que tornó en belleza las amenazas. Casi como les pasó a los aficionados con la agresividad de los «pacíficos» animalistas que cada año quieren amargarles la fiesta.
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