Toros
La calidad de Diego reinventa la tarde
Urdiales cortó una oreja en una tarde plena de torería y con una descastada corrida en la última de la Semana Grande de San Sebastián
Urdiales cortó una oreja en una tarde plena de torería y con una descastada corrida en la última de la Semana Grande de San Sebastián
Las cosas, a veces, ocurren despacio, como si de verdad tuvieras tiempo para detenerte en lo que pasa, en lo que va entre un segundo y el otro. De verdad. Eso fue Diego Urdiales ayer con el bronco primero, tan irregular que lo mismo perdió las manos que se metió un poco por dentro. La faena transcurrió entre los márgenes de la tranquilidad y las cosas bien hechas. En busca del muletazo mayúsculo, con la armonía extrema de la pureza como punto de partida y final. Y así, todo, lo que habitaba entre su cuerpo y el toro o lo que crees que está por llegar, gozó de un torería irremediable, de la que te reconcilia por dentro con el toreo. El cuarto se fue a la puerta de toriles aún antes de empezar la faena. Cantado el asunto, Diego se encargó de sujetar al toro que amagaba siempre con irse, con rajarse. Fue la faena medida, asentada y sobre el eje de naturales, casi robados, muy auténticos. Le exprimió y cuando cambió la espada ya no le dejó volver a ponerse, a gritos a tablas. Más torero Diego y revienta. La oreja hizo justicia a una descomunal torería y a unos naturales rematados por debajo de la pala del pitón y temple exquisito. Otra vida es posible.
Paco Ureña fue fiel a su estilo y en la sobriedad intentó una conquista de difícil resolución cuando el toro comenzó a frenarse, faltarle clase y sin ritmo. No renunció a intentarlo y lo mató al primer envite, pero las emociones se fueron disipando, poco a poco, ante la falta de toro. Con un sobrero se las vio en quinto lugar Ureña al romperse el pitón nada más salir el de Zalduendo. Subía el toro, pero no las revoluciones que a pesar de que iba y venía lo hacía con una tremenda sosería. Se alargó Paco y había poco que rascar que no fuera bajo el amparo del aburrimiento.
“Zurrón” vino, en cambio, con toda la clase a cuestas. Descolgado de principio a fin, con la voluntad de repetir en el engaño y las fuerzas contenidas. El pulso de la muleta era la clave para sostenerle la embestida cosida a los vuelos, sin brusquedades. Le tocó en suerte a Ginés Marín, el más joven de la terna, e hizo una labor con intermitencias y algunos pasajes de más profundidad, en las bernadinas finales, tomando distancia, había sido el toro pronto hasta entonces, puso a bombear el corazón de la gente que vivió cada una al límite: en la frontera de salvarse o que el toro encontrara el recoveco perfecto. Un pinchazo precedió a la estocada y hubo petición, pero ahí quedó la cosa. El sexto no acompañó. El toro iba y venía, pero tan soso que aquello no trascendía. Hizo el esfuerzo Ginés en el último toro del último día de feria, pero la emoción se fue alejando poco a poco. El toreo de Urdiales fue el único sostén de una tarde sin argumentos. Y fue capaz de llenarla.
Ficha del festejo:
San Sebastián. Cuarta y última de la Semana Grande. Se lidiaron toros de Zalduendo. 1º, bronco, desigual y flojo; 2º, descastado y sin clase; 3º, bueno con clase y profundidad en la embestida; 4º, va y viene al paso para rajarse; 5º, sobrero del mismo hierro, va y viene sin emoción y rajado; 6, sosote. Menos de media entrada.
Diego Urdiales, de verde hoja y oro, pinchazo, estocada, aviso (saludos); estocada trasera y caída (oreja).
Paco Ureña, de rosa y oro, estocada (saludos); estocada (saludos).
Ginés Marín, de verde botella y oro, pinchazo, estocada arriba punto delantera (saludos); tres pinchazos, media, estocada corta, tres descabellos (silencio).
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