Sevilla
Mal día para cambiar la plaza por el sofá
Lo que distingue la fiesta de los toros de todas las demás artes no es sólo el rito sacramentado de la muerte en una plaza. Es también la incertidumbre, la ilusión, la sorpresa, lo inesperado, aunque eso convierta a veces una corrida en una cuestión de fe, como el que rellena todas las semanas el boleto del euromillón sabiendo que no toca. Cuenta Carlos Marzal que un día se lió la manta a la cabeza y se fue en coche al Puerto de Santa María. De Valencia al Puerto en coche porque toreaba Paula, al que andaba siguiendo con loca devoción. ¿Y si es hoy el día? ¿Y si hoy toca? Pasó un quinario para planificar el viaje a contrarreloj y llegar a la corrida. Y fue tocata y fuga. Se levantó el Levante como para arrancar de cuajo la plaza del Puerto, y mira que es grande la plaza de El Puerto. En fin, que se suspendió la corrida... El ex fiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce participó recientemente en el foro taurino de LA RAZÓN y dijo que en el cine, como en los toros, hay momentos en los que parece que se suspende la vida, que el tiempo no corre, en los que el arte te descarrila. Es cierto. Qué taurino no lo ha sentido, pero la diferencia fundamental radica en que en el toro es todo puro azar y quizá por este motivo las emociones, cuando tocan, explotan de otra manera, de forma más rotunda. Viene todo esto a que pocos apostaban por la corrida de ayer. Manzanares subido desde hace unos años en un carrusel de subidas y bajadas pese al zambombazo de Madrid; Castella, con una larga historia de querer y no poder en Sevilla; López Simón, que no acaba de superar su concepto bravo, pero mecánico del toreo. Y, para remate, una de García Jiménez (Matilla) con baile previo de corrales. Era lógico que a uno pudiera tentarle acabar el fin de semana en el sofá viendo otra vez «Centauros del desierto», que tanto le gusta a Torres-Dulce. Pero llegó la sorpresa, que conviene que al taurino le coja en una plaza de toros. Manzanares firmó una faena a la altura de los mejores momentos de Manzanares en Sevilla, con un toro –el quinto– que fue una máquina de embestir y planear. Lo siento por los que se perdieron los dos cambios de mano que fueron la cadencia y el ritmo misterioso del toreo. Una oreja que pudieron y debieron ser dos. Y Castella, por fin, logró quitarse una espina y ese cascote de hielo que lo separa de Sevilla. El toro –primero– fue un mansito de los que se entrega hasta dejarse la vida. Castella, a diferencia de otros muchos Castellas que se han visto en Sevilla, esta vez sí estuvo a la altura de la seda. Lo siento por el que no compró ayer ese boleto de ilusión que son también, y sobre todo, los toros. Y lo siento por un amigo que me envió un mensaje truñándose «en la Santa Inquisición». Cambiar la plaza por el sofá tiene sus riesgos.
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