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«Me siento orgulloso de José Tomás, ha ejercido su libertad por encima de todo»
Antonio Corbacho reflexiona sobre el mundo del toro en la última entrevista concedida a LA RAZÓN hace un año
Banderillero retirado, hombre del toro y descubridor de toreros. Acompañó en sus comienzos a José Tomás, con la aventura mexicana incluida. Un camino, el del despertar y despegar, que también compartió con Alejandro Talavante. Vive en Sevilla, en el retiro. Disfrutando del campo e inmerso en ese concepto tan peculiar de la Fiesta que no deja indiferente.
–¿A qué se dedica ahora Antonio Corbacho?
–A nada. A estar en el campo y estar tranquilo. Los tiempos que corren son para el reposo y la meditación. Está todo el mundo alborotado y hay mucho miedo en la sociedad. Prefiero estar un poco fuera de juego para no contagiarme.
–En pleno San Isidro, ¿qué recuerdos le vienen a la mente?
–Muchos. Entre otras cosas porque he hecho unas cuantas veces el paseíllo aquí y me he puesto delante de unos cuantos toros. Y además he vivido triunfos muy emocionantes. De apoderado, claro. Y en Madrid nací y aquí me hice aficionado a los toros con mi padre, que me llevaba todos los domingos a Las Ventas torease quien torease.
–¿Así empezó todo?
–Yo recreaba luego todo lo que había visto en la plaza.
–Y Sevilla es...
–Temple, colorido, sonido. Completamente diferente. Cambian los tiempos. En Madrid, sobre todo antes, la entrega era brutal. Si cerrabas los ojos, estuvieras donde estuvieras, y escuchabas esos olés, bien sabías que eran de Madrid.
–¿Ha disfrutado como apoderado?
–Mucho. No soy un apoderado típico. Cada vez que se ha triunfado, es como si hubiera triunfado yo. A veces me ha dado la sensación de estar toreando en el callejón.
–¿Y las tardes malas?
–Me suelo acordar de los muertos de casi todo el mundo, primero de los míos.
–¿Echa de menos apoderar a alguien?
–Cada uno está donde tiene que estar. Mi ojito derecho es José Tomás. Él ha seguido una filosofía ante la vida y ante el toreo.
–¿Cuál?
–La honradez, el compromiso, el respetarse primero a uno mismo y luego al mundo.
–¿Y Talavante?
–Talavante es muy bueno, pero es mejor todavía de lo que enseña.
–¿Cuál es su forma de apoderar?
–Para mí es acompañar en el camino a alguien que va hacia un lugar. Y eso conlleva hablar mucho de toros. Situar conceptos ante la vida que se están perdiendo.
–¿Cuáles?
–El honor, la dignidad, la hombría. Se tiende a la mentira. Algunos futbolistas se tiran al suelo, se quejan y engañan. Y todo vale por ganar. La dignidad y la ética brillan por su ausencia.
–Y en el toro...
–En el toreo esos valores siguen vivos. Aunque no durarán mucho tiempo porque el peligro del toro está en los taurinos. No se piensa en el futuro. Hay voluntad de trabajo, pero poco creativo.
–¿Cómo recuerda esa primera etapa con José Tomás?
–Muy dura y fructífera. Me siento muy orgulloso de él. Además de por la gran figura del toreo que es, porque ha ejercido la libertad por encima de todo. Ha tenido valor para defenderla.
–¿Siguen manteniendo relación?
–Siempre hemos estado muy vinculados, pero llegó un momento en el que sin saber muy bien por qué, dejamos de mantener relación. Sé que es padre y la mayor alegría que me podría llevar sería que no toreara más y se dedicara a vivir y disfrutar.
–¿Y eso?
–Casi le mata un toro, está vivo de milagro, lo que ha tenido que sufrir para rehabilitar la pierna... Y encontrarse otra vez con la presión y el toro. En Valencia, cuando reapareció lo pasé fatal. No se podía negar un triunfo de esa manera, no sé con qué bastardos intereses.
–¿Qué falta en el toreo?
–Dignidad entre los toreros. Ahí está la prueba de los derechos de imagen y al final todo para nada. Acaban convirtiéndose en títeres.
–¿Habla a un torero mientras está toreando en el plaza?
–En el campo, sí, en una plaza no.
–¿Por qué?
–El protagonista es el torero, no el apuntador. Aquí somos todos muy vanidosos y pensamos que quien corta las orejas somos nosotros. Y no: es el torero. Además, él tiene que estar centrado y no escuchando cosas hasta volverse loco. Demasiado se escucha ya en una plaza.
–Y más en Madrid.
–Yo entiendo que la gente proteste si algo no gusta, pero hay que manifestarse en el momento idóneo. Y hay que tener más paciencia.
–En la plaza no habla al torero, pero después de un día malo, ¿cómo es la cosa?
–No hablo. Me amargo. Empiezo a dar vueltas a la cabeza, me pregunto en qué he fallado, qué no he sabido trasmitir.
–¿Y en los buenos?
–Acabo muy cansado. Paso mucha tensión. Cuando acompaño a alguien en ese camino solemos retirarnos, cenar, no recibir a mucha gente y pensar en el día siguiente. Lo de las fiestas tiene su momento. Celebrar está bien para los que ganan copas. Pero en el toreo cuando ganas una batalla, al día siguiente la guerra no ha terminado y el enemigo te puede partir por la mitad.
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