Sevilla
Oreja en el descuento
El sábado de preferia en Sevilla es de lleno en la plaza y de apretón en las barras de la calle Adriano para pedir un refrigerio. Ni una cosa ni la otra. Gran calva en los tendidos de sol, calvitas en los de sombra y cierta calma en los bares del Baratillo. El plante de los cinco toreros del Apocalipsis ha dejado una feria deslavazada y cojitranca, por mucho que algunos se empeñen en ponerse gafas de aumento y ver –como en la película chusca americana de la que no voy a poner el título – tangas ajustados donde hay bragas grandes como paracaídas. La Maestranza es la primera o la segunda plaza de España, según quien la calibre, y lo mejor para la fiesta –la Fiesta- es que éste sea un año de transición y las aguas vuelvan a su cauce.
Las nuevas hornadas deben tener cabida en los carteles, pero el público quiere y paga por ver a las figuras. Lo mismo cuesta una entrada para ver a Morante que al penúltimo de la fila. El personal no es tonto. Hasta aquí el desahogo y de paso vamos rellenando espacio porque no hubo ayer gran cosa que contar en La Maestranza. La corrida la salvó en el descuento la buena disposición y el oficio de Javier Jiménez, que cortó una cariñosa oreja en el día de su alternativa.
De padrino ofició Enrique Ponce, que aceleró su reaparición después de la fea cornada que sufrió en Valencia, donde un toro, con la espada hundida hasta los gavilanes, le buscó el corazón por los huecos de la chaquetilla y a punto estuvo aquello de acabar en tragedia. El gesto de Ponce se lo agradeció el público con una fuerte ovación en el prólogo de la corrida. Y probablemente fue la ovación más cerrada que se escuchó en toda la tarde.
Ponce y El Cid se enfrentaron a una "juanpedrada"de cobardes embestidas que despenaron como pudieron. Hasta que la presidenta sacó el pañuelo verde para cambiar el acaballado sexto toro de Parladé –también de Juan Pedro-, lo mejor fueron los pasodobles «Suspiros de España» y «Cielo Andaluz» que sonaron en los entreactos del cuarto y el quinto. Quizá por eso se fue a la grada del 9, junto a la música, a poner la oreja, Eduardo Canorea, «wiston» y gafas de sol, tranquilidad plácida de viñeta de Peridis, célebre ya por su «váyase a torear a Senegal».
En el sexto, resurrección parcial. Javier Jiménez aprovechó las embestidas cremosas de un «Juan Pedro» justo de fuerza. El niño mimado de Espartaco padre entendió al animal, se lo llevó a los medios y dejó muletazos mecidos, una trincherilla al ralentí y una estocada tras un pinchazo. Que llegue o no a figura es cuestión de tiempo y de un milagro. De oficio, anda sobrado.
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