Actualidad

Toros

Ponce puerta grande dejando huella en La Santamaría

El diestro de Chiva firmó un gran capítulo en la historia de la plaza

Enrique Ponce se fue una vez más por la puerta grande de la Santamaría de Bogotá, pero más que eso quedó con la convicción íntima de haber hecho la mejor faena en su dilatada carrera por este ruedo.

Y se podría decir que en ese toro, su primero, el valenciano lo recibió de la mejor manera con el capote, aunque lo que hizo en realidad fue acariciarle con el percal.

Una larga infinita y un trío de chicuelinas cerraron un capítulo de proporciones antes de dar paso a la muleta.

El toro, bien presentado y con nobleza, encontró la perfección del temple y las dimensiones kilométricas de pases que sacaron los olés profundos de una plaza entregada. Igual sucedió con los derechazos como con los naturales, y esos cambios de mano marca de la casa. Y el toro a más. La Santamaría tenía ante sí la mejor versión de Ponce en años. Un pinchazo precedió al espadazo, dos orejas y vuelta al ruedo al toro. Apoteosis de entrada.

Y otra obra de categoría fue la de Sebastián Castella en el segundo de la corrida. El francés dejó aroma de toreo caro en el capote en un quite por gaoneras y saltilleras. El toro de Gutiérrez Arango se vino abajo en la muleta, pero Castella le supo echar una mano en una justa mezcla de arte y poder, con los terrenos cortos como escenario. La espada fue defectuosa. Oreja.

Muy por encima de su primero anduvo Ramsés. De hecho, se impuso a las condiciones de un animal al que le faltó romper porque si bien tuvo nobleza, le faltó alegría.

Fue el sitio, el ponerse donde era y cuando era, que el diestro bogotano sumó los merecimientos para la oreja concedida, más aún después de la espada de colección con que despachó a su enemigo.

Ponce debió buscar fórmulas para hacer del soso cuarto de la tarde algo más que eso. Y lo logró. Con suavidad y sin obligar más de lo que la res podía aportar.

Así, poco a poco, fueron brotando las series que si bien no tuvieron emoción, trascendieron a punta de conocimiento para tirar del que cada vez más amenazaba con pararse.

Con la asistencia rendida a sus zapatillas entró a matar. Pinchazo arriba. Espada desprendida. Oreja.

No tuvo fuelle el quinto, que terminó refugiado en tablas. Castella administró las pocas embestidas y sacó muletazos sueltos con los que logró el reconocimiento del público. Antes, con el capote cuajó chicuelinas de cartel. Palmas.

El del cierre tuvo más fondo que otros de sus hermanos. Y Ramsés se plantó en los medios para ejecutar una faena donde se mantuvo al control de acometidas no siempre compuestas. Al final, los dos terminaron fajados. Espada entera y oreja.