Feria de Bilbao

Sin argumentos para pensar en otra cosa que el frío

Eduardo Gallo da una vuelta al ruedo con el único toro bueno de la tarde

El diestro Eduardo Gallo saluda al público de Valdemorillo
El diestro Eduardo Gallo saluda al público de Valdemorillolarazon

En la plaza de toros de Valdemorillo (Madrid). Segunda de la Feria de San Blas y la Candelaria. Se lidiaron toros de La Dehesilla, anovillados de presentación en general. El 1º, noble, desentendido y sin codicia; el 2º, noble y de dulce embestida; el 3º, movilidad y ritmo desigual; el 4º, sin raza ni clase; el 5º, tan manejable como soso; y el 6º, bajísimo de presencia, parado y brutote. Dos tercios de entrada.

Curro Díaz, de verde oliva y oro, pinchazo, estocada tendida (saludos); estocada (palmas); Eduardo Gallo, de azul añil y oro, estocada (vuelta al ruedo); estocada caída (silencio); y Arturo Saldívar, de tabaco y oro, estocada (saludos); estocada trasera (silencio).

Como un soplo de aire caliente en esta ola polar fue el comienzo de faena del jiennense Curro Díaz. Era todavía el primero de la tarde y el frío, sobre todo el simbólico, no había penetrado en los cimientos como ocurrió después. Motivos hubo, para aletargarse y no dejar abandonar la postura, al final casi de indiferencia con lo que ocurría en el ruedo de la primera feria de la temporada (con permiso de Ajalvir). Un sexto, anovillado, abecerrado, qué sé yo, ayudó a ello. Pero aún estábamos en el prólogo, apenas empezaba a desenvolverse el festejo. La nobleza del toro de Pereda la encadenó Curro Díaz en un par de derechazos de buen corte y uno, convencido y relajado, que resultó colosal. Ahí estaba. Despertaba la temporada. Pero no. Casi ahí, al unísono, acabó todo. Ese toro tan noble como desentendido y con poca codicia dejó unas cuantas embestidas sin fuego, como la faena del torero, que se reencontró ya en el ocaso con los ayudados de cierre. Menos opciones tuvo con el cuarto, con tan poca clase como raza.

El toro dulce de la tarde por excelencia fue el segundo, noble y bondadoso. Le tocó al salmantino Eduardo Gallo. De salida meció los vuelos del capote con temple y cadencia. Había marcado el animal un buen punto de partida y lo siguió en la muleta. Primero en un canto al toreo clásico y con arrimón incluido después. Logró el decoro y el temple, pero en un todo y nada que rompió la comunicación con el tendido. Dos mundos paralelos destinados a no encontrarse.

En ese descenso a los infiernos (del festejo, claro), lidió un quinto que tenía a partes iguales la nobleza con la sosería. La falta de continuidad más la largura del trasteo hizo que quedara en poca cosa la historia.

Arturo Saldívar completaba el cartel y a él fue a parar un sexto, de escasa presencia, como toda la corrida, pero más todavía. El mexicano anduvo correcto sin más. En aprietos se le vio con un tercero, que era muy desigual en el viaje y reponía. El trasteo acabó a la deriva y desinflada la tarde.

Corrida plana y gris, sólo esperemos que no sea premonitoria de lo que nos espera esta temporada 2015, ralentizada, dilatada y a la espera de ese vendido aire renovador. Pero renovador de veras. No más de lo mismo, por favor. Ahora o nunca.