Feria de San Isidro
Sin salir del cárdeno
Desdibujada encerrona de Alejandro Talavante con una «victorinada» sin raza ni clase en el cartel estrella de San Isidro
Las Ventas (Madrid). Décima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Victorino Martín, desiguales de presentación. Desrazados en conjunto salvo el buen pitón izquierdo del 3º, con transmisión. Lleno de «No hay billetes».
Alejandro Talavante, de sangre de toro y azabache, como único espada, estocada que hace guardia, estocada contraria (silencio); estocada atravesada, descabello (silencio); estocada contraria, dos descabellos, aviso, tres descabellos más (saludos); estocada (silencio); pinchazo, estocada que hace guardia, otro pinchazo, media atravesada, descabello (silencio); estocada caída, descabello (silencio).
El día «T» y la hora «V». Talavante y Victorino Martín. Llegó el momento preciso de cruzar ambos caminos. Fusión anhelada, venerada, pero que terminó en frustrado fracaso, al menos hasta donde ayer leímos. Veremos si quedan más páginas por escribir. El relato nos situó a las siete en punto y después de coquetear otra tarde más con los designios climatológicos, el extremeño asomaba por la puerta de cuadrillas. Hasta tres preparadas para escoltarle en ese gran órdago que sirve para distinguir a los elegidos del resto del pelotón. Tiró la moneda al aire en invierno y, en mayo, salió cruz. Sólo el pitón izquierdo del tercero alimentó el sueño. Parco balance en una corrida de Victorino que se asemejó peligrosamente al reciente encierro de Sevilla. Ni buena, ni mala, sino todo lo contrario.
Rompió plaza «Boticario» después de una cariñosa ovación del tendido que saludó desde el tercio Talavante, que escogió un precioso terno en sangre de toro y azabache. Entipado, salió con muchos pies de salida. Luego, no pasó de discreto en el caballo, donde, lejos de emplearse, se durmió. Esperó lo suyo en banderillas y en la pañosa de Talavante sólo ofreció un par de embestidas francas. Dos derechazos que despertaron los primeros «olés» de la tarde. Hubo dos sin tres y el animal se paró. Siempre media arrancada y midiendo. Inédito por el pitón izquierdo. Complicado para Talavante, que no estuvo bien con la tizona.
Se protestó la presentación, de 505 kilos, y las fuerzas del segundo. Un animal, más en lo de Saltillo, deslucido que midió mucho al pacense. Ya lo había cantado en los primeros compases de la lidia, cuando cortó varias veces en los cites al capote provocando varios desarmes. Cortó en banderillas y volvió a acostarse más de una vez en la muleta de Talavante, que lo intentó sin suerte por ambos pitones. Sin entrega ni clase, el cárdeno no terminó de romper y sólo se empleó un poco mejor cuando lo pudo someter con mando el torero.
«Matacanas», el de más peso de todo el encierro, saltó en tercer lugar. Recibió al torero con un espectacular salto, que se repetiría en el resto del saludo. Siempre con las manos por delante. Larguísimo el primer encuentro, cabeceó en el segundo y, como sus hermanos, se agarró al piso en banderillas. Insistía en la previa el propio Talavante que, viniera lo que viniera, había que confiar en la ganadería. Tras dos toros sin pena ni gloria, el extremeño lo demostró en este astado. Sin probaturas, se plantó en los medios y le echó la seda con la mano izquierda. Franco, por este pitón, el de Victorino la tomó con claridad y trasmisión. A la segunda tanda, Madrid respondió. Hubo algún enganchón, pero los naturales iban bien ligados y aquello tenía emoción, porque algunos pasaron cerca, muy cerca. Rozando los muslos, a un paso de las femorales. Bajó la intensidad en la tanda de derechazos y el extremeño volvió a la zurda. A pies juntos, de uno a uno, y echándole la muleta, le dibujó muletazos de bella factura. Relajado y roto, en cuatro o cinco de ellos. Gusto en los remates. Enterró la estocada, un punto contraria, y no dobló el de Albaserrada. Recurrió al verduguillo y, desacertado, la oreja, de ley, se esfumó.
Poco pudo hacer en el cuarto, al que quitó por chicuelinas –el único de toda la tarde– y que metió la cabeza en el peto para luego salir suelto y sin fijeza. Esa falta de casta volvió a mostrarla en la pañosa del torero, que le planteó los engaños sin que el animal pasara lo más mínimo. Muy agarrado al piso y sin recorrido, Talavante no tardó en desistir e ir a por la espada de muerte. La tarde seguía cuesta abajo y, encima, parecía que quedarse sin el trofeo del tercero por culpa de la espada, había hecho mella en el matador.
Un espejismo vivimos en el quinto. Tímido oasis de con el percal. A la quinta fue la vencida y Talavante pudo estirarse con el capote. Buenas verónicas meciendo el capote con gusto, que remató con una vistosa revolera. La gente volvió a responder con las palmas. Luego, cambió enseguida y derivó en el conjunto de sus hermanos. Sin celo ni casta, no se entregó en la muleta ni bajó la cabeza, siempre por las nubes a la salida de los muletazos. Su matador, contrariado por los derroteros que ya había tomado la tarde, no tardó en liquidarlo.
«Jaquita» era la última bala en la recámara, aunque más bien resultó un disparo al aire que incluso se le pudo terminar yendo al pie al torero. Más ofensivo por delante y cuajado que sus hermanos, el «Victorino» tomó las varas sin pena ni gloria y el segundo tercio fue un puro trámite. Casi se puede decir lo mismo de la faena, un visto y no visto, en el que Talavante no regaló la más ligera coba. Influido por su reservón comportamiento, gazapeando y midiendo cruzado al torero, el extremeño salió ya con el acero y tras una tímida probatura, lo ventiló de estocada caída y descabello. No gustó ese detalle a la gente, respetuosa hasta entonces con el lidiador, y, pese a silenciarlo tras el arrastre del toro, se pronunció con algunos pitos que terminaron medio silenciados por cariñosas palmas de despedida.
Así fue el desenlace, una pura división. Ingrato balance para una grandiosa gesta sin final feliz.
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