Feria de San Fermín
Tan altos de cruz, tan bajos de casta
Eugenio de Mora corta con oficio la única oreja de la tarde.
Pamplona. Octava de San Fermín. Se lidiaron toros de la ganadería de Conde de la Maza, grandes, serios y altos de presentación. El 1º, franco y se desplaza a media altura en la muleta; el 2º, descastado, deja estar pero sin grandes opciones; el 3º, desarrolla sentido pronto y poco juego; el 4º, mirón y de mal estilo; el 5º, de corta y rauda arrancada; el 6º, con movilidad, sin entrega, pero se desplaza. Lleno en los tendidos.
Eugenio de Mora, de nazareno y oro, estocada (oreja); y media caída, estocada (silencio).
Antonio Nazaré, de azul marino y oro, estocada corta (silencio); y estocada punto trasera, ocho descabellos (silencio).
Juan del Álamo, de blanco y plata, dos pinchazos (silencio); y estocada corta, un descabello (silencio).
El «No hay billetes» ya se había puesto a la una del mediodía, la hora del apartado en la plaza de la Misericordia, ese acto social con chistorra y cerveza de preámbulo. Se apartaban los toros de Conde de la Maza que apenas hacía unos minutos se habían disputado las cuadrillas de Eugenio de Mora, Nazaré y Juan del Álamo en el sorteo. Por los corrales los vimos pasar con una candidez tremenda, no echaban una mirada de más a pesar de las muchas que tenían encima. Era la vuelta de este hierro a Pamplona más de tres décadas después. Por la tarde se llenó de nuevo la plaza, por segunda vez en el día, Pamplona bulle a todas horas y por todos los rincones, no hay manera de calmar una fiesta que es en definitiva tan del pueblo y tan plural a la vez. A pesar de ese lleno al que uno se malacostumbra, no fue la corrida de la apoteosis. Nos fumamos la tarde en un pis pas y menos si tenemos en cuenta la merienda, que quieras o no aligera. Nadie se movió de allí a pesar de los pesares y logró Antonio Nazaré meternos en el esfuerzo que estaba haciendo ante un quinto, muy alto, largo y con una caja enorme, que tenía corta y lista la embestida. Duro el toro. Insistió y quiso labrarse un futuro mejor con lo que tenía delante. Apostó con franqueza y sacó más de lo que había. Lástima que la espada cayera trasera y le condenara a un sainete de descabellos que, sobre todo aquí, no tiene perdón. Ponía así fin a su tarde sanferminera. Su primero, segundo en realidad por orden de lidia, dejó estar descastadete y sin sumar. Correcto el torero y meritorio con el quinto.
Eugenio de Mora se las vio nada más llegar con uno de los toros más potables del encierro. No fue bravo, pero sí se desplazaba en el engaño con cierta franqueza, aunque nunca lo haría entregado ni por abajo. Condicionante que hace muy difícil lo que parece fácil. Compuso el de Toledo un faena larga y buscándose dentro de la lidia para limar asperezas y lograr así el trofeo. Mucha caja tuvo el cuarto, ya habíamos entrado en una locura de toros altos y con una estructura de otra dimensión, éste además fue muy mirón desde el principio, cuando el torero estaba todavía con la capa. Desarrolló igual en la muleta, radiografiaba antes de hacer realidad su embestida y luego lo hacía a saltos, a la defensiva...
El sexto fue toro brutote, enorme también, que tuvo más movilidad e ímpetu que el resto de la corrida. No quiso tomar el engaño por abajo pero al menos pasaba por allí. La faena de del Álamo pasó por muchas etapas, pero no llegó a encontrar la fórmula mágica en una faena de menos a más, de haberla, y tampoco con la espada. El tercero desarrolló sentido y dejó pocas opciones en el camino. Se le pegó mucho, y en ocasiones mal, a la corrida en varas, pero la verdad es que la tarde se nos había ido liviana, frugal de emociones. Toros tan altos de cruz, tan apabullantes para la vista y tan vacíos de casta. Complicada jarana en el ruedo.
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