Toros
Ureña impone el corazón por encima de la suerte
Difícil lote del murciano con un deslucido encierro de Adolfo Martín en la Feria de Otoño de Madrid
Las Ventas (Madrid). Última de la Feria de Otoño. Toros de Adolfo Martín, muy bien presentados en conjunto. El 1º suavón por el derecho y orientado por el izquierdo; el 2º, de media arrancada pero humillada; el 3º, manejable, franco y punto soso; el 4º, orientado y peligroso; el 5º, repetidor, humilla, repone y con codicia; y el 6º, distraído, mirón y deslucido, muy complicado. Lleno en los tendidos.
Juan Bautista, que sustituye a Antonio Ferrera, de caña y oro, estocada que hace guardia, nueve descabellos, aviso (silencio); dos pinchazos, media, tres descabellos (silencio); estocada corta, descabello (algunos pitos).
Paco Ureña, pinchazo, aviso, estocada (saludos); pinchazo, estocada perpendicular (saludos); estocada, aviso (saludos).
Adolfo cerraba Otoño, mientras del campo llegaban noticias poco halagüeñas sobre la salud de Victorino Martín. 88 años repletos de vida en una vida para la historia. Con la corrida de Adolfo se echaba el cierre a la feria de Otoño en su nueva versión extensa y repartida. «Horquillero» y el picador Pedro Iturralde casi abrieron el espectáculo con el tercio de varas al segundo. En tres ocasiones fue el toro, más despampanante por la distancia que por la entrega debajo del peto. Era el turno de Ureña. Su vuelta. El día después. Dos días después de que el milagro le dejara hacer el paseíllo. Tuvo el toro cortedad en la arrancada pero el embroque lo hacía con humillación, aunque le costara viajar. En esos términos creó Ureña toda la labor, seria, centrada y hasta extensa.
Descomunales eran los pitones del cuarto. Y en la fachada quedó el argumento. No quiso viajar el de Adolfo Martín y usó esa infernal cornamenta como parapeto de los sueños e ilusiones de Ureña que quiso, que lo intentó, que le buscó las vueltas a pesar de que cada segundo vencido en la cara del animal era un entuerto de difícil solución. Asustó al miedo. Y al público, que casi le pitó para que le matara.
Apretó a la cuadrilla como si no hubiera mañana el sexto y radiografió como punto de partida a Ureña desde que le presentó la muleta. Aquello no iba a ser fácil. Y no fue. Paradas a mitad de camino. Miradas asesinas, antes y durante. Al paso. Lento todo y no por el temple si no por el conocimiento: ambos sabían lo que ahí pasaba. A la deriva de todo. Camino de nada. Ureña no tuvo lugar, no hubo un resquicio sobre el que elevar la más mínima ilusión del toreo. Ni por la versión heroica. Y la tuvo, porque soportar ahí, y le cogió, lo era. Dignísimo. Le aguantó una bomba de valor a Ureña el corazón.
Un lote distinto se llevó Bautista que venía a sustituir al gran ausente, ausente en mayúsculas: Antonio Ferrera. Y a la postre, más todavía. Temple tuvo el que abrió plaza por el derecho e incluso franqueza; otra historia era «Madroño» por el izquierdo. Cumplió Bautista en una faena templada a la que puso fin en el centro del ruedo con una estocada (que hizo guardia) pero se le atravesó el descabello.
Franco y muy manejable fue el tercero de la tarde con el que Bautista anduvo sobrado de oficio y en la verticalidad con un buen final de faena. Lo mejor. No le acompañó la espada. De nuevo. Y rasa quedó la cosa.
«Jardinero» fue el quinto y el toro más propio del encaste de los que habían salido. Fue pronto, repetía, reponía por dentro y tomaba el engaño por abajo. La embestida no iba larga, el desafío estaba servido, que por algo la ganadería era de Adolfo Martín. No hubo lugar, porque la faena no fue, no tuvo la estructura sobre la que poner la primera piedra a las emociones. Sumó un buen puñado de pases como si los matices, las teclas, no tuvieran nada que decir en el éxito de la tauromaquia. Y así fue, nada dijo. Se cerró Otoño y esta vez con la suerte cruzada.
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