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Cuando las mujeres toman las riendas de su vida
Netflix estrenó ayer la segunda temporada de «Las chicas del cable», compuesta por 8 capítulos en los que la acción da un giro hacia el thriller y el misterio.
Netflix estrenó ayer la segunda temporada de «Las chicas del cable», compuesta por 8 capítulos en los que la acción da un giro hacia el thriller y el misterio.
Aranca la segunda temporada de «Las chicas del cable» en Netflix y sus responsables apenas se toman un respiro para mostrar al espectador que las protagonistas –Lidia, Ángeles, Carlota, Marga y Sara– se han metido en un buen lío. O más de uno. Sin pretensión de transitar los sinuosos caminos de «thriller», la acción se encamina rápidamente al drama salpicado, más bien espolvoreado, con instantes más livianos sin llegar a la comedia.
Si algo sabe Bambú Producciones, responsable de títulos como «Velvet» y «Tiempos de guerra», es dar con la tecla correcta para que los espectadores empaticen con las tramas y los personajes. Otra cosa es que, para los más sibaritas, acostumbrados a series rompedoras y arriesgadas –la mayoría de ellas, extranjeras– la consideren un título menor destinado a una audiencia más convencional. Es algo parecido a la gastronomía: se puede preferir un plato sofisticado e innovador –de esos que te quedas con hambre y, por tanto, con ganas de repetir– de un «chef» innovador o un huevo frito con patatas en el que se moja el pan hasta que no quede ni rastro de la yema. Pero lo importante no es tanto lo que se elige como que esté bien hecho.
Una producción honesta
En ese sentido «Las chicas del cable» es una honesta producción que no promete más de lo que da –algún descalabro que otro se ha dado algún «showrunner» con ínfulas, que ha filmado series preñadas de expectativas, tantas, que se quedaba en un coitus interruptus– con una buena ambientación, una trama resultona y un elenco fiable y equilibrado. Y, aunque sin la fanfarria de la excepcional «The Handmaid’s Tale» y «Big Little Lies», está producción también explora, a su manera, la situación de las mujeres en un contexto determinado. Eso sí, no esperen ningún riesgo estético o argumental y sí una trama que se bifurca en múltiples direcciones pero siempre dentro del costumbrismo más ortodoxo. Ángeles (Maggie Civantos), Lidia ( Blanca Suárez), Marga (Nadia de Santiago), Carlota (Ana Fernández) y Sara (Ana Polvorosa) siguen formando una piña que, en el Madrid de 1929 y desde su trabajo de telefonistas, están ejerciendo una revolución, silenciosa, casi opaca a los ojos de la sociedad, pero, como dice Suárez, «gracias a ellas, que las mujeres trabajen ya no es una rareza».
En la segunda entrega de ocho capítulos cada una se tiene que enfrentar a fantasmas del presente que pueden impulsar o poner en puntos suspensivos su evolución. Tras una primera temporada en la que blindaba sus sentimientos, y las intenciones que tenía en Telefónica, Lidia se va abrir en canal, lo que le supondrá un conflicto con los dos amores de su vida Francisco (Yon González) y Carlos (Martín Rivas). «Ha derribado las corazas que tenía. Así no se puede vivir porque no te pasa nada, ni para bien ni para mal». Que le compense lo tendrá que descubrir el espectador. Carlota también tiene un dilema con mayúsculas. Como dice la actriz que la interpreta, Fernández, «es una disfrutona que mantiene un triángulo sentimental y no se plantea elegir a ninguno de los dos». Sin embargo, Sara le pedirá que se sincere con sus amigas. «Va a vivir una dualidad porque sabe que tiene que salir del armario y decírselo a sus amigas, pero le cuesta, por lo que, a cambio, se volcará en las injusticias que sufren sus compañeras», explica. Sara porfiará por ser clara con su orientación sexual, aunque sigue manteniendo esa dicotomía entre su actitud exigente y disciplinada en el trabajo y su fragilidad en los afectos. Sobre esto último, Polvorosa discrepa: «No creo que sea débil pero sí muy emocional».
«Reality» y comedia
Una de sus amigas, Ángeles, después de un suceso trágico, tendrá que resetearse anímicamente. Le quedan las secuelas de haber sido una fémina que ha sufrido la violencia de género pero, como comenta Civantos, «empieza a buscarse a sí misma, sentirse libre y encontrar su identidad». Por su parte, Marga, la más tímida y más condicionada por el qué dirán, «no para de crecer», comenta De Santiago.
Quizá uno de los ganchos de esta ficción es que algunos de los problemas con los que se encuentran se mantienen en el tiempo, sobre todo los que pasan por los sentimientos. «Las vivencias de los seres humanos, sean en el siglo que sean, están marcadas por los mismos miedos, decepciones y alegrías», apunta Suárez. De Santiago añade: «la diferencia, y ahí está lo importante, es que en esta serie se cuenta desde la óptica de las mujeres». Queda dicho.
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