Televisión

La manada de HBO: Razones para no engancharse

Este «thriller» con vocación feminista hasta el hartazgo, solo destaca por Elizabeth Moss

Imagen del cartel promocional de la segunda temporada
Imagen del cartel promocional de la segunda temporadalarazon

Este «thriller» con vocación feminista hasta el hartazgo, solo destaca por Elizabeth Moss.

A lo largo de la última década, la actriz Elisabeth Moss ha convertido su trabajo televisivo en una herramienta para dar visibilidad a la galopante misoginia que permanece enquistada en la sociedad. Sus personajes en la ficción han sido sistemáticamente degradadas, engañadas, traicionadas, acosadas y sexualmente asaltadas en historias ambientadas tanto en el pasado, «Mad Men»; como en una versión distópica del futuro, «El cuento de la doncella»; o en las zonas oscuras de la Oceanía de nuestros días en «Top of the Lake».

Resulta fácil explicar por qué lo que inicialmente fue concebida como una miniserie de siete horas haya sido prolongada con la segunda temporada que, con mucho retraso, llega a nuestro país el próximo miércoles de la mano de HBO. Creada por Jane Campion, esa primera tanda de episodios tomó las convenciones de una intriga policial –la desaparición de una niña de 12 años embarazada como punta del iceberg de una red de trata de blancas– como excusa para examinar asuntos como el abuso sexual y las luchas de poder entre hombres de mujeres. Buena parte del poderío de aquella historia estuvo en los paisajes neozelandeses en los que transcurría.

Psique dañada

En esta segunda temporada, el entorno geográfico cambia radicalmente, ya que nos encontramos entre las autopistas y las luces callejeras de una metrópolis, Sydney. Asimismo, en esta ocasión el misterio lo encarna un cadáver: la detective Robin Griffin (Moss) tiene un nuevo caso con el que obsesionarse cuando el cuerpo sin vida de una prostituta asiática es hallado en la playa, escondido en el interior de una maleta. A resolverlo le ayudará su nueva compañera, Miranda Hilmarson (Gwendoline Christie).

Para cuando la temporada llegue a su final el misterio criminal proporcionará razonables dosis de tensión pero, como ya sucedía en la primera temporada, aquí la víctima apenas forma parte de la historia. Lo que importa es la psique dañada de Robin, aún atormentada por la terrible violación grupal que sufrió cuando era una adolescente, por el hombre poderoso en el que confió y que usó ese poder para abusar de niños y de ella misma y, por supuesto, por el bebé al que abandonó. La maternidad, de hecho, es un asunto tan esencial en los nuevos episodios como la toxicidad masculina.

Es una lástima constatar que, mientras explora esos temas, «Top of the Lake» experimenta aquí un detrimento creativo que resulta llamativo incluso si tenemos en cuenta que alto había dejado puesto el listón la primera temporada. Entre los principales problemas de «China Girl» hay uno que queda ejemplificado en la pareja formada por Robin –taciturna, silenciosa, atormentada– y Miranda –el tipo de persona que baila en su apartamento vestida de astronauta–. Dicho de otro modo: se trata de mezclar lo sombrío y lo cómico, y en ningún momento logran un equilibrio tonal.

Asimismo, el grado de complicación argumental llega a ser tal que ocasionalmente cae en lo ridículo, y hasta en lo incoherente, por la frecuencia con la que la narración echa mano de las coincidencias. Sirva como ejemplo la que quizá sea la más flagrante: la muerta trabajaba en un burdel cuyo encargado es un irritante alemán, Alexander Braun. Resulta que tiene una novia adolescente llamada Mary, que no es otra que la hija a la que Robin dio en adopción tiempo atrás y con la que ahora trata de reconectar. Para la joven, tener una relación con el gañán germano es la forma perfecta de incordiar a sus padres adoptivos, Julia (Nicole Kidman) y Pyke (Ewen Leslie).

Tosquedad narrativa

La falta de sutileza del guion queda en evidencia de muchas formas. En lugar de dejar que el contenido feminista del relato emerja de forma orgánica de las situaciones, Campion llena con él hasta el último rincón de cada escena. La insistencia con la que la serie presenta a los hombres como violadores, chulos, criminales o sabandijas en general llega a ser involuntariamente cómica; si nos tomáramos un chupito cada vez que la serie retrata una situación de sexismo, al final del primer episodio estaríamos camino del hospital.

El mayor perjuicio de esa tosquedad narrativa lo sufre Robin, que en la primera temporada transmitía una vulnerabilidad conmovedora pero que aquí ha sido convertida en el tipo de treintañera soltera que solo existe en la ficción: hostil, aficionada a la botella, obsesionada con su fertilidad y azotada por pesadillas protagonizadas por fetos. Si pese a ello seguimos siendo capaces de reconocer la humanidad herida que su estereotipada fachada encierra es gracias al trabajo interpretativo de Moss, que no logra salvar «China Girl» pero sí la reitera por enésima vez como una de las mejores actrices de la televisión actual.