Televisión

Las máquinas vienen por nosotros

Después de casi año y medio de espera, los fans pueden respirar tranquilos: la segunda temporada de «Westworld», con Evan Rachel Wood, Ed Harris y Jeffrey Wright, llega a HBO España mañana

Jeffrey Wright, que interpreta a Bernard Lowe, es el jefe de programación del parque y asiste sorprendido a la rebelión de los robots
Jeffrey Wright, que interpreta a Bernard Lowe, es el jefe de programación del parque y asiste sorprendido a la rebelión de los robotslarazon

Después de casi año y medio de espera, los fans pueden respirar tranquilos: la segunda temporada de «Westworld», con Evan Rachel Wood, Ed Harris y Jeffrey Wright, llega a HBO España mañana.

En su primera temporada, que la catapultó a la categoría de fenómeno mundial, «Westworld» pasó sus primeros compases prometiendo reflexionar sobre asuntos como la conciencia, el destino o la idea misma de la humanidad hasta que, llegado el momento, en lugar de eso se dedicó a plantear una serie de acertijos con los que hipnotizar al espectador, hacerlo especular y rastrear internet sin descanso en busca de teorías plausibles que explicaran esos enigmas. Y el gran problema es que aquella pila de misterios rápidamente resultó ser todo cuanto esos diez episodios iniciales podían ofrecer pese a los esfuerzos de Jonathan Nolan y Lisa Joy, sus creadores, por convencernos de estar viendo algo realmente importante.

«Westworld» regresa mañana a HBO España y lo hace con lo que, al menos a primera vista, son buenas noticias: a juzgar por sus primeras cinco horas de metraje, en esta segunda temporada la serie no parece empeñada en jugar al escondite con nosotros, ni se ve aplastada por sus propias ínfulas «new age».

Recordemos que el punto de partida argumental de la serie es un parque de atracciones al que los más ricos entre los ricos acuden para sumergirse en un simulacro de las viejas películas del Oeste poblado por androides, y usar a esos robots para dar rienda suelta al tipo de proclividades que en el mundo real les están prohibidas: la tortura, la violación y el asesinato, esencialmente. La última vez que supimos de ellas, tras adquirir recuerdos y una sensibilidad autónoma y descubrir el libre albedrío, las máquinas se rebelaban de forma sangrienta contra sus opresores humanos.

Al principio de la temporada que mañana ve la luz, el proceso insurgente prosigue. El protocolo de seguridad del parque ha sido desactivado y la mayor parte de sus empleados han huido o están muertos. Las reglas que en el pasado gobernaron el mundo de «Westworld» han sido destruidas, y lo que en su día fue el relato de un despertar se ha convertido en la historia de una revolución. Y en el proceso, la serie ha adquirido buena parte de la energía que hasta entonces tanto se había echado de menos en ella; arranca rápida y se mueve ágil, empujándonos con eficacia de una escena a la siguiente. Sigue presentando el tipo de estructura no lineal que desde el principio adoptó como sello de estilo –hay cuatro hilos argumentales principales que se extienden a lo largo de diferentes cronologías– pero en todo momento, o casi, el espectador es capaz de discernir en qué escenario geográfico o temporal se encuentra.

Brutalidad explícita

También el gusto de Nolan y Joy por la escenificación de la violencia, tan comentado en la primera temporada, parece haber sido recalibrado. La serie sigue siendo inequívocamente explícita por lo que respecta a la brutalidad y el derramamiento de sangre, pero ahora sus motivos para serlo resultan más convincentes. Anteriormente la violencia en el parque Westworld era gratuita por definición: ensañarse con los androides no acarreaba consecuencia alguna más allá de un cambio de aceite o un cambio de pieza, y los humanos eran inmunes a la violencia de los robots. Pero, decíamos, esas normas han sido superadas, de manera que ahora cualquiera de los personajes podría morir de forma repentina, y por tanto la barbarie que los rodea posee verdadero significado.

Dicho esto, está por ver cuándo empezará «Westworld» a explorar todas las posibilidades que la toma de conciencia de sus cibernéticos protagonistas pone a su disposición, o incluso si llegará a hacerlo en algún momento. Visto lo visto, la serie está menos interesada en meditar sobre sus decisiones que en regodearse en el caos que han creado. Puede que esos personajes aseguren conocer la verdad que se encierra detrás de aquello que están buscando, pero nosotros seguimos en la inopia sobre lo que tienen en la cabeza, y eso es un problema por varios motivos.

La idea general sobre la que «Westworld» se sostiene es una inversión del concepto central de «Matrix» (1999): lo que aquí vemos no son un grupo de humanos que luchan por recuperar la realidad que las poderosas máquinas les arrebataron, sino a unas máquinas que destruyen a los humanos que las han apresado en una simulación. Los robots son los héroes, pues, y nuestras simpatías deberían alinearse con ellos como en su día lo hicieron con Neo y Trinity. Pero eso resultaría mucho más fácil, claro, si fueran portadores de psicologías complejas y no el tipo de metáfora andante que, en última instancia, sirve para un roto y un descosido: un grupo oprimido se rebela contra sus opresores.

Lo que la nueva tanda de episodios ofrece sigue siendo poco más que, por un lado, el tipo de frases de diálogo que uno se encuentra en los posters publicitarios de cualquier estación de metro –«tengo un último personaje que interpretar: yo misma»– y, por otro, tópicos sobre lo miserable que es nuestra especie encarnados en la capacidad para la crueldad y la venganza que los robots desarrollan a medida que se hacen más humanos. Está bien que «Westworld» haya dejado atrás esa obsesión por avasallarnos con el tipo de jeroglíficos ante los que la única respuesta posible es encogerse de hombros, pero estaría aún mejor si lo que nos ofreciera en lugar de ellos fuera algo más que simple y simplista misantropía.