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Un lugar maravilloso llamado Atlanta
En su segunda temporada, la serie creada por Donald Glover sigue siendo una de las ficciones más intrépidas y brillantes de la televisión actual
En su segunda temporada, la serie creada por Donald Glover sigue siendo una de las ficciones más intrépidas y brillantes de la televisión actual.
Durante su primera temporada, «Atlanta» se convirtió en un éxito de crítica y público en Estados Unidos y proporcionó a su creador y protagonista, Donald Glover, dos Emmys y dos Globos de Oro. Y es normal: es una serie inteligente y profunda pero no da la sensación de pretender serlo, y está llena de hilarante drama y lacerante comedia. Hasta podríamos decir que es una de las mejores ficciones que se emiten actualmente en televisión, y por eso resulta tan incomprensible el maltrato al que ha sido sometida en nuestro país: tras ser estrenada de mala manera en Fox la semana pasada –once capítulos en dos días, de madrugada–, su segunda temporada está disponible bajo demanda en Movistar Plus.
Quizá sea por lo extraña que resulta la energía que la serie emana, procedente del conflicto entre la ambición de su propuesta –su intento de ser singular y de cambiar el modo en que los negros son retratados y sus historias son contadas en la pequeña pantalla– y el embotado inmovilismo que aqueja a sus personajes. En última instancia, «Atlanta» habla de cómo las cosas nunca cambian, o de cómo los cambios en realidad no sirven para nada. La segunda temporada lleva esa desesperanza aún más lejos de lo que lo hizo su predecesora, pero, eso sí, sin perder nunca de vista la proximidad entre la tragedia y el humor. Al principio de los nuevos episodios se nos informa de que nos encontramos inmersos en lo que en la ciudad se conoce como «la temporada de robos», un período prenavideño de chorizeo y desconfianza generalizado. Todo el mundo es víctima de él de algún modo. Lo único que cambia de un episodio a otro es quién roba y quién está siendo robado. De hecho, uno de los grandes temas de los nuevos capítulos son todas las cosas que a una persona le pueden ser arrebatadas: la dignidad, la autonomía, la seguridad y, por supuesto, el dinero. El dinero –su búsqueda, su obtención, la ansiedad que genera– es el asunto de la mayoría de los momentos cómicos en «Atlanta». Por otra parte, decimos, la hostilidad reina. Nadie confía en nadie. Hasta las más mundanas situaciones están cargadas de tensión. A uno de los personajes, por ejemplo, se le estropea el plan porque nadie se fía de que su billete de 100 pavos sea auténtico. Para un hombre negro, hasta tener dinero provoca problemas de dinero, porque ni tener todos los billetes de 100 del mundo podría llegar a relajar a quienes se sienten amenazados por su mera presencia en la sociedad.
En tierra de nadie
En uno de los nuevos episodios, asimismo, Paper Boy (Brian Tyree Henry) es atracado a punta de pistola por un amigo con problemas financieros. El ladrón pide disculpas en varias ocasiones al hombre al que todavía considera su amigo al tiempo que le reclama las llaves del coche. La única reacción de la que Paper Boy es capaz ante la situación es una mirada lateral que a la vez denota incredulidad y resignación, y que de hecho sirve para resumir el espacio mental que ocupan los cuatro protagonistas de la serie, una incómoda tierra de nadie entre el cabreo que sus dificultades les causan y su derrotada aceptación.
Por último, la nueva temporada también parece meditar sobre lo extraño que tener éxito resulta y las ansiedades que conlleva, ahora que la carrera musical de Paper Boy despega y tanto él como Earl (Glover), su primo y manager, empiezan a ganar dinero. En el tercer episodio, la pareja es acosada por un camarero, y en el segundo, Paper Boy ni siquiera puede encontrar a un solo camello en la ciudad que no trate de sacarle fotos en secreto y publicitar en Instagram sus encuentros. Un encuentro con un adulador ejecutivo subraya uno de los temores recurrentes en lo que hace Glover –también en su faceta como cantante–: cuando todos quieren algo de ti, no puedes confiar en nadie. En su segunda temporada, continúa empeñada en retratar no solo el miedo y la angustia constantes que azotan a los ciudadanos afroamericanos de a pie sino también, en general, en capturar esas situaciones de la vida que a menudo nos hacen sentir estúpidos, o los malentendidos y errores que nos dejan frustrados y ansiosos. Y en cada episodio, e incluso en cada escena, encuentra formas originales y creativas e hilarantes de hacerlo.
Por qué hay que verla: piensen lo que piensen quienes la emiten en nuestro país, es una de las series más brillantes y originales que se producen en la actualidad.
El mayor acierto: la fluidez con la que mezcla tonos y registros y pasa de lo personal a lo político y del lado más cómico al más trágico.
Si le gusta también puede ver... «Atlanta» no se parece a nada, pero viéndola uno piensa de manera alternativa en series como «Twin Peaks», «The Wire», «Louie», «Insecure» o «Better things» entre otras.
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