Televisión

«Vergüenza»: Las desventuras de un «bocachanclas»

La comedia de Movistar+, dirigida por Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, es una de las series españolas más arriesgadas de los últimos tiempos

Malena Alterio (Nuria) contempla cómo Francisco Reyes (David) agrede a Javier Gutiérrez (Jesús)
Malena Alterio (Nuria) contempla cómo Francisco Reyes (David) agrede a Javier Gutiérrez (Jesús)larazon

La comedia de Movistar+, dirigida por Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, es una de las series españolas más arriesgadas de los últimos tiempos.

¿Quién no ha vivido cómo en una conversación banal uno empieza a hablar de más hasta meterse en un jardín? Casi todos. La lógica invita a recular, pero los nervios provocan una incontinencia verbal que convierte el jardín en un barbecho. Ése es el modus operandi de Jesús (Javier Gutiérrez), el protagonista de «Vergüenza», una serie de diez capítulos que emite Movistar + bajo demanda y en su canal exclusivo #0.

Jesús es un fotógrafo especializado en el BBC (bodas, bautizos y comuniones). Es su realidad, aunque se crea un artista conceptual, el eslabón perdido entre Chema Madoz y Alberto García Alix. El hombre está instalado en esa fantasía, pero no es lo más triste de su existencia color gris mosca. Lo dramático, aunque la serie sea una comedia, es que es un «bocachanclas» de verbo florido, hasta el punto de que el espectador desearía que su pareja, Nuria (Malena Alterio), le pusiese un celo en la boca o que sufriese una afonía crónica. Es capaz de dar el pésame a su vecino por la muerte de su padre cuando se entera que está en el hospital «por si acaso». Esa impertinencia viene después de que haya felicitado a su esposa por su embarazo cuando solo está gorda. Y no se corta de intentar boicotear la luna de miel de unos recién casados a los que está inmortalizando porque la novia «me está manoseando».

Daño colateral

Cualquiera podría sentir pena de este hombre pero cuesta porque es incapaz de enmendarse, más bien se enmierda, por lo que da ganas de darle una patada en el cielo de la boca o una colleja, cual Amparo Baró en «7 vidas», para ver si se le activa el riego sanguíneo. Nuria es un daño colateral en esta historia. Se puede empatizar con ella porque es una bendita. Aunque la comedia es un género al que las cadenas de televisión en abierto recurren con frecuencia, las plataformas de pago son más reacias. Quizá por el añejo prejuicio de que la calidad va unida al drama y eso de hacer reír no es jugar en la división de honor de la ficción televisiva patria. Cierto es que son pocas las que cumplen unos mínimos estándares y, si el espectador tiene que pagar por ver alguna, ésta tiene que ofrecer un elemento diferenciador. «Vergüenza» lo tiene porque es una comedia que incomoda. Incluso puede generar cierta repulsa visceral ante dos seres anodinos con un déficit de habilidades sociales. Su entorno tampoco ayuda. Por un momento el espectador se puede sentir superior a ellos, pero quien más y quien menos ha vivido comidas familiares en los que sería mejor utilizar cuchillos y tenedores de plástico y ha asistido a bodas en grandes salones vulgares en los que se ha bailado «Paquito el chocolatero», las botellas de vino estaban etiquetadas con una fotografía de los novios o no se tiene ni idea de cómo se llama el primo con el que se lleva hablando media hora. Ahí está precisamente la virtud de esta ficción: que nos pone frente a un espejo... ¿distorsionado?, seguramente; ¿magnificado?, por supuesto, pero realista. Y sí, nos saca los colores, por la vergüenza ajena y la propia, ante las veces que mentimos –ahora se utiliza la palabreja postverdad– y no hay quien nos baje del burro.

Era de esperar que, sobre todo, Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero hiciesen un corte de mangas a los clichés del género y presentasen una ficción heredera de producciones como «Little Britain», «Louie» y «The Office». Queda muy seriéfilo citarlas, pero –y ahí somos un poco como Jesús– pelín pretenciosos. Porque la realidad es que «Vergüenza» huele a mortadela, a gambas a la marinera, a calamares a la romana, a sudor y a desodorante barato porque no puede ser más patético lo que se está viendo en la pantalla. La sonrisa inicial se transmuta en mueca.

Gutiérrez, impecable

La serie parte de una gran premisa aunque le cuesta levantar el vuelo, posiblemente porque gira sobre sí misma y en ocasiones entra en un bucle. Sin embargo, es un pecado venial por la entidad de los personajes –Cavestany siempre ha mostrado querencia por construir seres que viven un drama que, visto desde fuera, provocan risas nerviosas porque siempre tienen un rescoldo de las taras emocionales que queremos ocultar– y, sobre todo, la calidad de las interpretaciones. Se sabe que Javier Gutiérrez, con ese físico tan común que le emparenta con José Luis López Vázquez, Alfredo Landa y Juanjo Menéndez, entre otros, es un actor mayúsculo que forja sus actuaciones desde la naturalidad. Parecida cualidad tiene Malena Alterio. ¿Estamos ante la comedia del año en la televisión? Sin duda, porque si algo han demostrado sus autores es que son unos descarados que no tienen vergüenza.