Londres

La prisión hidroeléctrica

Una cascada artificial a 50 metros para generar 3,2 MW/h

La prisión hidroeléctrica
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Para los fans de Harry Potter la ilustración de la derecha les recordará ligeramente a la temible prisión de los magos tenebrosos. Esta cárcel imaginaria, parecida en cuanto aspecto a la televisiva Azkaban, es la propuesta de Margot Krasojevic.

Para los fans de Harry Potter la ilustración de la derecha les recordará ligeramente a la temible prisión de los magos tenebrosos. Esta cárcel imaginaria, parecida en cuanto aspecto a la televisiva Azkaban, es la propuesta de Margot Krasojevic, arquitecta de Londres, que imagina esta curiosa instalación en pleno Océano Pacífico frente a la costa canadiense.

Para asegurar la construcción en este ambiente hostil, la estructura flotante sería de hormigón armado y estaría sujeta al fondo marino (entre 600 y 2.000 metros de profundidad) gracias a cuatro columnas semisumergibles. Y para ayudar a la estabilidad se instalaría un anillo de turbinas flotantes, a la vez que se genera electricidad, se añade una sujeción extra sobre el mar: «El interior se compone de una serie de secciones elípticas divididas en celdas, recubiertas de acero y de pantallas holográficas con vistas del exterior y del interior que crearían un panóptico caleidoscópico», explica Krasojevic.

El punto fuerte de esta surrealista propuesta es la concepción del sistema energético. Un mix de soluciones que, aunque en este caso sean económicamente inviables, acaparan cada vez más hueco en el panorama de la construcción sostenible y las energías renovables. La primera idea es bombear el agua de mar, un recurso al alcance de la prisión, hasta un depósito con capacidad de hasta 12.000 m3 situado a 50 metros de altura y desde ahí liberarlo, como si de una central hidroeléctrica se tratara, hasta las turbinas flotantes, que generarían 3,2 MW/h de electricidad y la llevarían hasta tierra por cables submarinos para alimentar a un total de 2.045 familias: «Cuando la demanda energética es menor, la energía se usaría para volver a llenar el depósito», continúa Krasojevic. Pero es que además de este circuito principal, ocho convertidores de energía de las olas Pelamis ayudarían a bombear el agua hasta arriba: «El anillo Pelamis se compone de cuatro partes con cinco secciones cada una», dice Krajosevic.

Cascadas ornamentales

El mar es un recurso de energía aún por explotar. Según datos de la Comisión Europea, el poder del mar ya cubre un 0,02 por ciento de las necesidades en el continente. Para generar electricidad del océano se puede aprovechar el gradiente salino, el gradiente térmico, la fuerza de las olas y las corrientes. Aunque las tecnologías son incipientes, existen proyectos como el Pelamis P2 del centro Europeo de Energía Marina que confirman el potencial del mar. En este caso, el aparato con forma de serpiente de 180 m puede generar 750 kW de electricidad, lo suficiente para iluminar a 1.500 familias. El cilindro utiliza un fluido hidráulico que se mueve gracias al oleaje activando un generador.

Por no hablar del potencial de las cascadas artificiales. Este tipo de caídas de agua se instalan de forma permanente o temporal desde hace unos años como elementos ornamentales que ya de paso climatizan de forma natural el ambiente. Entre las más conocidas, las del Memorial World Trade Center, las cascadas artificiales más grandes de EE UU, con 98.000 litros de agua reciclada empujada por 16 bombas (con capacidad de 11.000 litros por minuto) hasta la caída a 9,14 metros de altura. Según datos de la prensa americana, cada una costó más de 64.000 euros y usaban 1 MW cada hora (el consumo equivalente de una familia durante casi cuatro meses).

En algunas instalaciones se plantean el aprovechamiento de la caída para generar electricidad. Es el caso del desarrollo que el estudio Fenwick Iribarren está planificando para Doha, la capital de Qatar. En su proyecto, según adelanta el arquitecto, se incluye «una cascada de 50 metros de altura. Se está estudiando la viabilidad técnica para aprovechar la energía», explica Fenwick. Ha sido también el caso de la reciente cascada de Amposta, una instalación temporal de un mes, desarrollada por el estudio Morcillo+Pallarés, que sirve de ejemplo para comprobar si la cárcel hidroeléctrica podría ser rentable, lo que en términos energéticos se traduce en que sea capaz de producir más energía de la que consuma.

Su equipo contaba con tan sólo 5.000 euros para montar la cascada sobre un puente sobre el río Ebro a su paso por la localidad catalana: «Dividimos la instalación en cuatro circuitos de tubos rígidos de polietileno. Cada circuito tenía 17 derivaciones de 32 mm de diámetro. Cada una impulsaba un caudal de 500 litros por minuto; a pleno rendimiento conseguía verter 2.000 litros por minuto de agua, gracias a la potencia de cuatro bombas sumergibles. Éstas necesitaban 1,47 kW/h para llevar el agua desde el río a la cota del puente, que estaba situada a 12 metros. Pensamos usar la energía cinética de cada chorro de agua para iluminar un punto de LED, pero el presupuesto lo impidió. En nuestra opinión, el proyecto es interesante y la teoría es buena, y los conceptos están ahí, aprovechan una fuente natural, poco potenciada hasta ahora como el oleaje del mar. Sin embargo, la subida de una columna de agua de tales dimensiones, y de tan elevado caudal para hacer visible la cascada, requiere de una fuente de energía brutal y constante», explica Ana Morcillo, arquitecta socia del estudio.

Socialmente insostenible

Otro punto a combatir con las cascadas es que para ser visibles necesitan un fondo. A ellos les sucedió lo mismo, la imagen nocturna se potenciaba al contar con el fondo oscuro, pero de día apenas era perceptible, por no hablar de los problemas que la salinidad del agua genera a la larga en las tuberías: «Las cascadas artificiales deben de estar muy bien fundamentadas y tener una finalidad diferente a la de ser autosostenibles; pueden recuperar parte de la energía invertida en generarlas, pero su ejecución debe justificarse para otros fines. Por ejemplo, si utilizas una cascada artificial dentro de un edificio (en un atrio) eres capaz de generar un microclima (refrescando el ambiente) y de esta forma reduces los gastos de climatización», concluye.

En el aspecto económico es poco viable, pero también socialmente es escasamente sostenible. El arquitecto Mark Fenwick opina: «Parece una vuelta a Alcatraz: las familias no tienen cómo llegar, los presos están aislados y parece que tampoco tienen privacidad. La estructura metálica en un ambiente de oxidación no es el ideal y cuanto más alto el centro de gravedad, más se movería. En arquitectura cada cosa tiene su necesidad; éste no tiene sentido real, pero es interesante porque al igual que los cómics, se sale de los corsés de lo funcional. De la investigación de la NASA en la Luna salió el teflón, por ejemplo».