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El barrio judío de Berlín

Dentro de los lugares que el viajero irá descubriendo por este itinerario destaca Hackesche Höle, un complejo de ocho patios interiores construidos en 1906 que constituyen la mayor zona de patios cerrados de Alemania

En Berlín no existió un barrio judío en un espacio definido, al menos no como un gueto
En Berlín no existió un barrio judío en un espacio definido, al menos no como un guetolarazon

En Berlín no existió un barrio judío en un espacio definido, al menos no como un gueto. Los alemanes-judíos de Berlín eran una población importante y de grandes recursos, lo que les permitía vivir en distintas y acomodadas zonas de la ciudad.

En Berlín no existió un barrio judío en un espacio definido, al menos no como un gueto. Los alemanes-judíos de Berlín eran una población importante y de grandes recursos, lo que les permitía vivir en distintas y acomodadas zonas de la ciudad. Actualmente se conoce por barrio judío de Berlín al barrio de Scheunenviertel debido a que fue un área ampliamente habitada por judíos en el siglo pasado al encontrarse alrededor de la Nueva Sinagoga y del Antiguo Cementerio Judío.

El recorrido por el llamado barrio judío es un viaje en la historia a través de fachadas de edificios con hendiduras de metralla, de storpersteine incrustadas en las calzadas, del gran terreno vacío en el que se encontraba una edificación que fue bombardeada, del grupo escultórico junto al cementerio que recuerda a las víctimas de las deportaciones...

Los patios interiores del barrio judío

Dentro de los lugares que el viajero irá descubriendo por este itinerario destaca Hackesche Höle, un complejo de ocho patios interiores construidos en 1906 que constituyen la mayor zona de patios cerrados de Alemania. En 1972 fueron declarados monumento histórico. Son testimonio de una época en la que los judíos fueron parte del desarrollo social y económico de Alemania, ya que se ha constatado que en sus plantas bajas proliferaban establecimientos comerciales la mayoría regentados por familias judías.

En los inicios estos patios modernistas se construyeron para integrar viviendas, espacios de trabajo y lugares para el ocio –cafés, cines y clubes–. Después de la Primera Guerra Mundial comenzó el deterioro de estos recintos, pues muchas empresas quebraron teniendo que cerrar sus locales. Tras la Segunda Guerra Mundial todo el conjunto pasó a manos del Estado. Durante años hicieron varias reformas, pero no fue hasta 1995 cuando se inició una profunda restauración de Hackesche Höle. Hoy día, por su belleza y singularidad arquitectónica, se han convertido en un lugar de imprescindible visita.

Conectados por cortos pasajes, ocupan veintisiete mil metros cuadrados entre las calles Rosenthale y Sophienstrasse. En su laberíntico trazado sorprende la fachada de azulejos esmaltados del Hof I o la rosaleda de filigranas florales del Hof VII. Pero su mayor identidad son las pequeñas boutiques mezcladas con acogedores negocios de hostelería. Estos patios mantienen la esencia berlinesa de antaño.

Un recorrido desde los patios

Voy caminando. Enlazando un patio con otro. Tras la amplitud del primero y del segundo, los restantes son recogidos y pequeños. La calma parece poblar cada uno de sus recovecos. A pesar de los múltiples comercios, envuelve el silencio, como si el sonido presentara disculpa por haber invadido en otro tiempo con el ruido de bombas y lamentos. Salgo al exterior. Tropiezo. Miro hacia el suelo. Unos cuadrados con nombres judíos inscritos sobresalen del pavimento. Son las storpersteine, baldosas de cemento y latón que conforman el monumento exhortatorio más descentralizado del mundo. Grabados sobre cada una de ellas, los datos de alguno de los seis millones de judíos víctimas del Holocausto. Las calles que voy recorriendo parecen lienzos de gris adoquín y dorado metal que decoran el escenario de un gran duelo. En las fachadas de los inmuebles contrastan lisas paredes reformadas con otras repletas de dentelladas causadas por metralla. No se han tapado para que no se olvide nada. En los balcones, tiestos con hermosas flores parecen querer atrapar la mirada del que por allí pasa, no sea que la huella de la guerra entristezca el alma. Entre dos edificios un gran vacío sobrecoge. En él se encontraba en el pasado un bloque de viviendas. Sobre las paredes que sostienen esa ausencia se encuentran placas con los nombres de los que allí una bomba les arrebató la vida en una noche cerrada. Muy cerca, el antiguo Cementerio Judío asemeja un jardín sin plantas, como si sus desaparecidas lápidas hubieran sido flores arrancadas. Me adentro en el camposanto. La hierba crece indómita y furiosa proyectando una imagen abandonada, aunque tal vez su salvaje emerger de la tierra sea una necesidad imperiosa de cubrir la superficie por si hubiera quedado algún resto de cuando fueron esparcidos los que enterrados descansaban.

Continuo, la Nueva Sinagoga, el colegio..., y al andar me pregunto cómo es posible que un barrio que “no existió” albergue cicatrices que hieren al ser contempladas.

Tour realizado con ToursGratis.com