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Estambul, capital del mundo

Una ciudad entre dos continentes, el lazo eterno que une Europa y Asia, que ha llegado al siglo XXI cargada de un magnetismo irresistible

Reportaje gráfico: Julio Castro
Reportaje gráfico: Julio Castrolarazon

Una ciudad entre dos continentes, el lazo eterno que une Europa y Asia, que ha llegado al siglo XXI cargada de un magnetismo irresistible.

Primero la llamaron Bizancio, después Constantinopla (cuando el emperador Constantino trasladó, en el siglo IV, la sede de su imperio hasta los confines de occidente) y ahora, Estambul. Un lugar único en el mundo, la metrópoli erigida entre dos continentes, donde el mar Negro y el de Mármara mezclan sus aguas, allí donde los cartógrafos decidieron que Asia debía empezar y Europa terminar. Estambul es la heredera de la inmensa riqueza legada por tres poderosos imperios (bizantino, romano y otomano) visible en una fascinante colección de mezquitas, palacios, iglesias y bulliciosos mercados cargados de penetrantes olores a especias. Una ciudad bendecida por el paso de los siglos en la que, con un simple paseo por sus calles, resulta muy fácil entender hasta qué punto tenía razón Napoleón cuando se atrevió a asegurar que «si el mundo fuese un solo estado, Estambul debería ser su capital». Estambul es, sin duda, una ciudad a la que es imposible no querer volver, de las que enamoran sin remedio.

Si algo distingue a Estambul de otras ciudades es su capacidad para reinventarse, y Santa Sofía, el más iconográfico de sus templos, da buena fe de ello, con sus casi 1.500 años de historia y después de haber sobrevivido a diversos avatares. Las primigenias edificaciones sobre las que se alza Hagia Sophia fueron construidas por orden de Constantino (360 d.C.) y Teodosio II (415 d.C.), ambas completamente destruidas por sendos incendios. El 27 de diciembre del año 537, Justiniano hace su entrada en la nueva Basílica de la Santa Madre Sofía. El cabeza visible del Imperio romano de Oriente había encargado la nueva construcción a Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, quienes, en poco más de cinco años, lograron terminar la que hoy está considerada como una de las grandes maravillas de la arquitectura mundial. El gran sueño del emperador se veía cumplido: levantar un templo que superara a todos los conocidos, incluido el Gran Templo de Jerusalén construido por el hijo del Rey David.Cuentan los cronistas de la época que tal fue la emoción de Justiniano al ver la grandiosidad de su obra que no pudo evitar exclamar: «Salomón, te he superado».

Imprescindible

Con la llegada del Imperio Otomano en 1453, la mayor iglesia del mundo cristiano fue convertida en mezquita y se añadieron cuatro minaretes, por si quedaba alguna duda sobre su culto islámico. En 1934, Kemal Atatürk abolió las oraciones en Santa Sofía y la transformó en museo, declarándola símbolo de su compromiso con una sociedad secular con evidente vocación occidental. Ayasofya (así la llaman los estambulitas) está situada en Sultanahmet, el barrio histórico declarado Patrimonio de la Humanidad, donde se reúne todo aquello que nadie debería perderse en una primera visita a Estambul...y tampoco en las siguientes.

Justo enfrente de Santa Sofía, la Mezquita Azul, el lugar de oración más grande de Estambul, única en el mundo (junto a la Meca) por estar rodeada por seis minaretes, lo que obligó a los saudíes a construir un séptimo para evitar semejante agravio. Su interior es de una belleza indescriptible, la perfección absoluta de la simetría, adornada con 20.000 azulejos de Iznik (de sus fábricas salían la porcelana para las mesas de los sultanes) que le aportan la tonalidad que le ha dado nombre. Está construida frente a los restos de lo que fuera el gigantesco hipódromo romano (podía albergar más de 100.000 espectadores, ríase usted del Bernabéu), convertido hoy en gigantesca plaza en la que sobresalen la columna de Constantino y el obelisco de Tutmosis III (traído desde Luxor), el monumento más antiguo de Estambul.

Sin todavía salir de Sultanahmet podemos visitar el complejo palaciego Topkapi, centro administrativo del Imperio Otomano desde 1465 hasta mediados del siglo XIX. Sus salas, con una decoración que parece no tener límites, nos sumergen en la vida de los sultanes y su séquito de concubinas. La Cisterna Basílica (o Palacio Sumergido), a poco más de cien metros de Santa Sofía, es uno de los monumentos más visitados y sorprendentes de Estambul: fue construida en tiempos de Justiniano I como un depósito subterráneo capaz de almacenar hasta 100.000 metros cúbicos de agua. Entre sus 336 columnas destacan dos cuya base son cabezas de Medusa; para evitar la maldición mitológica de ser convertidos en piedra al mirarlas, una está situada boca abajo y otra de lado. Y nadie debería irse de Sultanahmet sin antes disfrutar de una de las experiencias turcas más populares en todo el mundo: el hamman. Imprescindible el Ayasofya Hürrem Sultan Hamamm (por su nombre, muy cercano a Santa Sofía) uno de los baños más especiales de la ciudad, construido en 1556 por Suleiman el Magnífico como regalo a su esposa. Conserva su aspecto original en perfecto estado, por lo que tenemos lujo asiático asegurado.

De compras

Ninguna visita a Estambul se puede considerar completa si no compramos. Oportunidades para sacarle filo a su tarjeta de crédito y practicar el noble arte del regateo no van a faltar. Estambul está plagado de tiendas, pequeños mercados, vendedores ambulantes y, por supuesto, el Gran Bazar, el mercado cubierto más grande del mundo; un auténtico laberinto con 22 puertas de entrada (toda una aventura intentar salir por la misma que se ha entrado), 64 calles, 20.000 personas trabajando en las 4.000 tiendas y cerca de 300.000 visitantes diarios. Perderse entre sus calles es tan inevitable como recomendable; hay que hacerlo sin miedo porque, en caso de necesidad, siempre habrá alguien dispuesto a ayudarnos a encontrar nuestra salida... hablándonos en español, por supuesto. Podemos comprar prácticamente de todo: alfombras, oro, cuero, lámparas y souvenirs de todo tipo; pero no hay que quedarse solo con eso porque el Gran Bazar es mucho más, son cinco siglos de historia comercial que han conformado una ciudad en miniatura con cafés, restaurantes, oficina de correos propia, comisaría de policía, casas de cambio y dos mezquitas.

Otro mercado que nadie debería perderse es el Bazar de las Especias (o Bazar Egipcio), una auténtica sinfonía de color y aromas exóticos. Está muy cerca del Gran Bazar, es mucho más pequeño y, gracias a ello, se recorre en menos tiempo y sin riesgo a perderse. El lugar idóneo para comprar dulces locales, frutos secos y, por supuesto, especias.