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Kioto, una ciudad milenaria

En ella nacieron artes tradicionales como el Ikebana, arte del arreglo floral, o el Chadō, ceremonia del té

Kioto, una ciudad milenaria
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Kioto es una ciudad milenaria de Japón. En ella nacieron artes tradicionales como el Ikebana, arte del arreglo floral, o el Chadō, ceremonia del té.

Kioto es una ciudad milenaria de Japón. En ella nacieron artes tradicionales como el Ikebana –arte del arreglo floral– o el Chadō –ceremonia del té–. Este motivo, unido a que fue la capital del país durante más de diez siglos, hacen de Kioto una visita imprescindible dentro de una ruta por el archipiélago japonés.

Kioto, sus orígenes

Fue fundada en el año 794 cuando el emperador Kanmu decidió construir en una cuenca alejada del mar –rodeada por montañas al este, oeste y norte– la nueva capital de Japón. La ciudad fue diseñada de acuerdo con el estilo chino tradicional del Feng Shui, basado en la armonía con el espacio. Este hecho indica la influencia china sobre el país nipón en aquella época.

Kioto ha sabido combinar durante toda su historia la cultura y tradiciones más antiguas con la modernidad que impone el progreso. Así hoy, al recorrer sus calles, se encuentran barrios que conservan sus edificios tradicionales de madera y casas de té en contraposición a construcciones como la Estación de Kioto o la Torre de Kioto.

El río Kamo atraviesa la ciudad y, sin duda, pasear por su ribera es una de las mejores formas de conocer su ecléctico paisaje urbano. Kioto –gracias a su importancia histórica– no fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, y, por ello, conserva numerosos edificios preguerra que sorprenden por su belleza arquitectónica.

Considerada la capital cultural de Japón

Una de las principales fuentes de su economía es el turismo, ya que posee una gran cantidad de patrimonio histórico y social. Es considerada el centro cultural de Japón y alberga algunos de los santuarios, palacios y jardines japoneses más famosos. Con sus aproximadamente dos mil templos (mil seiscientos budistas –religión originada en la India– y cuatrocientos sintoístas –religión nativa–), Kioto es un referente espiritual en el mundo.

Las estaciones en que la ciudad indiscutiblemente deslumbra al que la contempla son otoño, por color con el que se “cubre” –debido al enrojecimiento de las hojas–, y primavera, por la floración de sus cerezos. Sin embargo, y a pesar de sus veranos calurosos e inviernos fríos, la urbe siempre se encuentra repleta de viajeros.

Uno de los lugares más visitados es el templo del Pabellón Dorado, Kinkaku-ji. Se alza al borde de un estanque llamado «Espejo de agua». Su estructura posee tres plantas. Lo que lo hace tan interesante es que los dos pisos superiores están recubiertos con pan de oro que se refleja de manera fascinante sobre el estanque.

Otra de las edificaciones religiosas imperdibles es el santuario Heian Jingu, conocido por el enorme torii rojo –uno de los más grandes de Japón– de su entrada. La paz que sus jardines trasmiten envuelve en una armoniosa calma.

Al oeste de la urbe se encuentra el bosque de bambú de Arashiyama. Recorrer los senderos custodiados por los enormes tallos de bambú de más de veinte metros es una experiencia indescriptible. El balanceo de los troncos producido por el viento crea un murmullo de hojas declarado por los nipones como uno de los cien sonidos que hay que proteger de Japón.

Kioto no es tan solo un destino de viaje

“Un lugar para gozar la punzante melancolía de las cosas”. Así describió Kioto el escritor japonés Junichiro Tanizaki. Y es que el silencio es una constante mientras se pasea por callejuelas estrechas de barrios como Gion –son calles aún transitadas por maikos y geishas–, cuya atmósfera nos transporta al Japón más tradicional.

Kioto no es tan solo un destino de viaje en el cual todavía se pueden contemplar costumbres antiguas: es una ciudad en la que aún se crean tradiciones.