Panamá
Se llama Caliope y me gustó mucho
Restaurante en la Ciudad de Panamá
Me encantó no sólo el cuidadísimo emplatado y la elegante presentación sino también la originalidad de los nombres de algunas de estas obras.
“Se llama Caliope y me gustó mucho”. Con estas palabras quedan enmarcadas perfectamente las sensaciones que tuve en este restaurante de la capital panameña.
Un magnífico proyecto, con poco tiempo de vida, que, en mi opinión, va actualizando la, ya de por sí, magnífica cocina de este país. Una soberbia utilización de la extraordinaria materia prima que brindan estas fértiles tierras aplicándole técnicas más modernas, sin esconder las influencias y productos de otras vanguardias gastronómicas. Una fusión que llega a la excelencia en el plato.
El local es, por sí mismo, una declaración de intenciones. Se ha estudiado hasta el más mínimo detalle. Iluminación, mobiliario, pinturas, decoración, mesas o música nos alertan de lo que ocurrirá; que esa velada gastronómica será algo único, irrepetible. Créanme que lo consiguen.
Me encantó no sólo el cuidadísimo emplatado y la elegante presentación sino también la originalidad de los nombres de algunas de estas obras de arte efímero. “En el Barrio”, “La Guapa”, “Carbón Ardiente”, “Belly Dance”, “Carpe Diem”, “Mi Jardín Botánico”, “Cordero Robes Pierre”, “Cédula Tres”, etc.
No son nombres de elaboraciones al uso pero tienen, cuando el comensal las prueba, su explicación. Por ejemplo, un excepcional pulpo al carbón, velouté con ají panca y almejas salteadas responde al nombre de “Carbón Ardiente”. Bautizan, también con mucho sentido, como “Mi jardín Botánico” a una exquisita ensalada de espinacas baby, microgreens, tomate seco, champiñones, maní, queso de cabra y vinagreta de mostaza y miel.
Dice la web de este restaurante que ofrecen una experiencia culinaria única con comida de fusión internacional. Añadiría algo más. Incluyen una gran dosis de entusiasmo y un amor a la cocina que salta a la vista. Creatividad sin complejos -sin filtros, sin rodeos- logrando fusiones muy equilibradas.
Todo ello, hay que resaltarlo, es fruto y consecuencia del trabajo y dedicación de un magnífico equipo de profesionales, tanto en sala como en cocina.
No quiero dejar en el olvido un detalle que me parece debería verse más en muchos restaurantes. También en aquellos que cuentan en sus paredes con numerosos galardones y reconocimientos internacionales. Se trata de una cocina a la vista, donde el comensal ve, observa, aprecia y aprende cómo se prepara cada plato. Un hecho que denota valentía y que, repito, debería estar más de moda.
Lo que más destaca, si a bebidas nos referimos, es su amplia gama de cócteles. Aquí los nombres, siguiendo esa costumbre antes recalcada, también son llamativos. “La Niña, la Pinta y la Santa María”, “La Chica de Moscú”, “El Mariachi”, “En el Caribe”, “Remojito”, “Mo-aji-to”, “Pisco Tónic”, “Michu Michu”,”Piskiwi”, “ Grand Father”, etc. Y así una inagotable selección de cócteles y piscos cuyos nombres dejan vislumbrar algunos de sus ingredientes principales.
Debo reconocer que me sorprendió muy gratamente este nuevo templo gastronómico en la capital panameña.
A pesar de su poco tiempo de vida ya es una referencia. Algo que se escribe fácilmente pero sólo el trabajo, el sudor y el esfuerzo lo logran.
Un gran proyecto hecho realidad, en pleno casco histórico de la ciudad, y “hogar gastronómico” del chef italiano Martino Pace a quien tuve la suerte de conocer y admirar su trabajo. De verdad, un restaurante muy recomendable.
Háganme caso. Si están en ciudad de Panamá, vayan, disfruten y cuéntenlo también.
Juan Antonio Narro Prieto
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