Teruel
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En el sur de Teruel, hay un paraíso natural similar a la Toscana italiana que espera al turista en busca de lo auténtico: El Matarraña.
Miles de españoles viajan cada año a La Toscana italiana, de sol y paisajes reconocidos e incluso inmortalizados en la gran pantalla; pero mucho más cerca, en el sur de Teruel, hay un paraíso natural similar que espera al turista en busca de lo auténtico: El Matarraña.
Este rincón desarrolla sus infraestructuras turísticas con una máxima: "El respeto máximo al territorio y a su identidad", explica a Efeagro la técnica de turismo de la comarca Eli Díez.
Muchos de los viajeros que la descubren, unos 80.000 al año según los últimos datos, repiten; al menos, un 40 % de los turistas que se escapa a esta comarca vuelve a visitarla en otra ocasión.
En la zona, destacan sus campos de olivo y almendros, la exhuberante naturaleza en torno al río Matarraña -que da nombre a la comarca-, y el ocre de sus construcciones en piedra, que trasladan al visitante siglos atrás en la historia.
En su centro, el municipio de Valderrobres, que junto al vecino Calaceite tienen el reconocimiento, merecido, de formar parte del exclusivo club de "los pueblos más bonitos de España".
Dentro de la villa de Valderrobres destaca el imponente conjunto del Castillo, del siglo XIV, y la Iglesia, de estilo gótico mediterráneo, que se han ido transformando en paralelo a su apasionante historia.
Además de la monumentalidad del conjunto, los amantes del arte tienen la oportunidad de conocer hasta diciembre de este año una exposición de grabados titulada "Dalí frente a Miró: los surrealismos".
Las huellas del paso del hombre en El Matarraña son ancestrales: en varios municipios del norte de la zona se encuentran restos de hasta siete poblados íberos, todos visitables.
Para los turistas más naturales, el vecino pueblo de Beceite permite, entre otras rutas, la de la Pesquera, cinco kilómetros de camino en paralelo al río salpicado de 16 pozas naturales, los espacios más reclamados para refrescarse y tomar el sol durante el verano.
Por su parte, el camino del Parrizal tiene un primer tramo de 800 metros apto para todo tipo de público, incluso para carritos infantiles, en el que además del paisaje se pueden descubrir pinturas rupestres y una ruta botánica.
Los más deportistas pueden continuar la ruta de once kilómetros, con una duración de tres horas.
En verano y Semana Santa, son los visitantes españoles -fundamentalmente vascos, madrileños y catalanes- los que se acercan a esta comarca, aunque el empuje del turismo en la zona vino de mano extranjera.
En los años 1990, unos ingleses compararon y rehabilitaron "con mucho gusto"una masía en el municipio de Fuentespalda, recuerda Díez; siguiendo esta estela, la comarca cuenta ya con unas 1.500 camas en alojamientos de diferentes categorías, pero, en general, de "una alta calidad y un trato familiar y personalizado".
Otra forma de recorrer la comarca, muy peculiar, es a través de su ruta por las cárceles; en su mayoría, construcciones sólidas que se hallan en la parte baja de los ayuntamientos y cuya edificación se enmarca entre los siglos XVI y XVIII.
Son curiosos espacios con poca luz y ventilación, y en algunos se conservan argollas, cadenas y grilletes originales; se pueden visitar junto a los consistorios de Calaceite, La Fresneda, Fórnoles, Fuentespalda, Monroyo, Peñarroya de Tatavins, Ráfales, Torre de Arcas y Valderrobres.
Mención aparte merece la gastronomía, desde la más casera, que se puede degustar a buen precio en muchos establecimientos, a la más refinada.
Un aspecto que se cuida especialmente en la comarca con iniciativas como la formación especializada en cocina para profesionales o el programa de calidad "Matarraña en la cazuela"que trata de recuperar las recetas tradicionales de la zona con alimentos de calidad.
Los catorce establecimientos adheridos a este proyecto ofrecen platos de corte tradicional, pero "renovados", como rulo de caldereta a la pastora, el hojaldre de pimiento, el conejo en salsa de almendras o al chocolate o la paella de bacalao con coliflor.
Desde el gusto, la vista, el oído y sobre todo desde el corazón, por la tranquilidad que se respira a cada paso y por la cercanía de sus gentes, visitar el Matarraña puede definirse como una "auténtica escapada".
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