José Jiménez Lozano
El coco no es asunto de Estado
No hace falta más que un neto y fuerte imperio de la ley para todos, para que todos quedemos protegidos dentro y fuera de casa
Afortunadamente, hasta en un día en el que se supone que un periódico no podría ofrecer sino noticias y comentarios políticos, pese a tan enorme griterío por escrito, como Bentham nos dijo que eran, con frecuencia los derechos constitucionales, hemos leído bastante más que una simple noticia de que los hombres siguen ahí y como con un rosa en la mano, gracias a una columnista que, bajo el título, ciertamente llamativo de «Leche materna accidental» ha hecho un comentario a una mención sobre la infancia en el Congreso de Diputados y a una noticia según la cual nuestros vecinos franceses también quieren garantizar a los niños una infancia feliz.
La columnista, Emilia Landaluce acude no a los comentarios sociológicos, psicológicos, sistemáticos y abstractos, que son los obligados ahora mismo sino que se sale de este nuestro mundo de Hegel, que nosotros no llamaríamos nuestro mundo ni nuestra casa, aunque no hay otro en el que se nos permita vivir porque todo está hecho para nuestro bien, y en el que ya sabemos lo que tenemos que pensar y decir y juzgar, las dialécticas, los abstractos, los universales, las representaciones, las leyes, los dictados, las teorías y los manejos verbales necesarios producidos y reproducidos por una gnosis triunfante ante la cual se preguntaba ya hace años Jacques Lacan cuál era la estupidez propia, y cuál la ajena que ella no había copiado sino que había producido por sí misma, y que fundamentalmente se destinaba a evitar el mal y el sufrimiento humanos con recetas técnicas e inspiradas en legislaciones sanadoras para todo mal humano.
Pero así están las cosas. «El problema que subyace – escribe la columnista – es la creencia de que la vida (el mal, el sufrimiento, la infelicidad) se puede cambiar por decreto...En realidad, lo que persigue la nueva ley francesa es privar a los padres de ejercer la autoridad frente a los hijos. El ‘‘que viene el coco’’ es maltrato y terror psicológico» porque así lo define el Estado, que es quien gobierna la vida y la muerte de sus súbditos, y denomina según corrección lo que es cada realidad del mundo para cada persona; niño adulto o anciano.
Su Eminencia Armand Du Plessis de Richelieu tenía una sobrina que tenía un gatito a quien amaba, pero el Rey-Sol no lo sabía y aquél la escribió diciéndola que no tenía que amar al gatito por sí mismo, porque a la niña no la podía hablar todavía del Estado, pero ella no dejaría de enterarse en muy poco tiempo de que Monsieur de Saint-Cyran estaba encarcelado en Vicennes, y no estaba acusado de nada, pero era «más peligroso que seis ejércitos», porque no amaba exclusivamente al Estado, sino su propia libertad, y había dicho que por encima de su yo y su conciencia no había, «ni Canciller ni nadie».
La democracia nace, tras el horror de la Revolución, cuando un grupo de hombres sabios se acuerdan de Roma y de su República y tratan de conformar su mundo a imagen de ésta, y entonces uno de esos revolucionarios, Louis de Saint-Just, se percató, enseguida, de que la Revolución debía quedarse a la puerta de las casas y no invadir el espacio familiar, y que el Estado debía renunciar a entender lo que era «el coco» y a tener celos de un gatito. No hace falta más que un neto y fuerte imperio de la ley para todos, para que todos quedemos protegidos dentro y fuera de casa. Así han podido sobrevivir los hombres siendo humanos tanto frente a terrores imaginarios como a la real reaparición de los hombres del saco y «cocos» o criminales raptores como Gil de Rais y la Condesa Battori, que parece que están volviendo ahora.
Pero el Estado, que debe la protección y la instrucción a todos los niños, debe no inmiscuirse en la educación que les deben dar sus padres, y a cada cual lo suyo. ¿Acaso la lealtad no es el gran asunto de la democracia?
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