Bruselas
¡Vuelven a involucrarme!
«Ahora que creía estar fuera vuelven a involucrarme». Era el amargo lamento de Michael Corleone en la tercera entrega de «El Padrino» al comprobar cómo una vez más su condición de próspero empresario se veía asaltada por fantasmas de un pasado de corrupción y delincuencia. Dedicaba pingües inversiones a la beneficencia y hasta había creado una fundación que le acarreaba la bendición de los jerarcas del Vaticano, pero siempre acababan presentándosele nombres propios que le recordaban su condición de rehén de viejos compañeros de viaje a los que le hubiera gustado dejar en el recuerdo. Lamentablemente volvían a involucrarle. Parecida sensación debió experimentar Mariano Rajoy horas después de la «mascletá» de euforia que suponía la aprobación de los Presupuestos al conocerse una severa sentencia de la «Gürtel». Los actos de antiguos compañeros de dirección del partido sobre los que ni Rajoy ni ningún miembro de su Gobierno han visto condena alguna han regado de nitroglicerina la esperanza de un año y medio de legislatura difícil pero con la garantía de estabilidad al menos en terreno económico. El presidente tiene sobrada experiencia en muchas cosas y una de ellas es la de pagar las fiestas de otros. No en vano ya tuvo que apechugar en 2004 con toda una derrota electoral contra pronóstico, no tanto motivada por la falta de gancho en su programa como por la gestión de su antecesor a cuyo gobierno es cierto que pertenecía Rajoy, pero que tuvo como primer elemento de castigo a una guerra de Irak cuyo apoyo político abanderó el ex presidente Aznar.
Tampoco fue desdeñable una vez conquistada La Moncloa, la herencia económica de la etapa de Rodríguez Zapatero que nos tuvo durante meses flirteando con la intervención de la UE. De todo ello se acabó pasando página a satisfacción, incluidas investiduras de adversarios y hasta una moción de censura a cargo de Podemos. Rajoy acabó haciendo buena la denominación que le asignaron sus más incondicionales, «la Roca». Ahora hablamos de otra cosa, del pinchazo a una pústula que se ha convertido en la gran justificación que andaban esperando quienes no veían la manera de cambiar al actual inquilino de La Moncloa. En este punto y hora del lunes que abre una semana de alto voltaje político resultaría cuando menos osado aventurar el resultado final de la moción de censura presentada para sentar a Pedro Sánchez en la jefatura del Gobierno tras haber quedado a medio centenar de escaños de la formación vencedora. Sin embargo, no hace falta poseer el don de la videncia para colegir que el más grave desafío al que se ha enfrentado el país en décadas de democracia como es el intento de golpe en Cataluña y la correspondiente crisis institucional está ganando, solo con mirar y sin despeinarse, el set que ahora se juega en esta delicada fase del partido. Evítese al menos que se hagan más sonoras algunas todavía contenidas carcajadas que llegan desde Bruselas y Berlín.
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