Literatura

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Barral ya no tiene versos sueltos

Barral ya no tiene versos sueltos
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La ingente obra memorialística de Carlos Barral (Barcelona, 1928-ídem, 1989) junto a su creativa labor como editor comprometido con la excelencia literaria, han ocultado su esencial condición de poeta. Por si fuera poco, la divulgación casi popular de los versos de señalados compañeros de generación, como Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo, ha ensombrecido una lírica erróneamente tildada de hermética e impenetrable. De ahí la importancia de esta definitiva edición de su poesía completa a cargo, con prólogo y notas, de Andreu Jaume; epílogo cómplice y entrañable de Malcolm Otero Barral, nieto del poeta; y con el acertado título de «Usuras y figuraciones», que el propio Barral utilizó en anteriores recopilaciones de sus versos. Es esta una escritura meditada e intelectual más que sentimental o emotiva, pero su carácter autorreferencial –«Toda mi poesía lírica es autobiográfica»– la sitúa en un tiempo y un lugar, los de la propia experiencia del autor, que nos la hace cercana y reconocible. Esta personalísima estética proviene de Baudelaire y los simbolistas franceses, Verlaine y Rimbaud; sin olvidar a Mallarmé y Rilke o los admirados clásicos latinos, Lucrecio, Catulo u Ovidio. De igual modo es manifiesta la distante actitud hacia la cultura anglosajona, el rechazo de la poesía social de postguerra y cierta lejanía para con la generación de 1927.

Salpicado de mar

Con este bagaje se aborda una poética del testimonialismo íntimo, la caducidad de la existencia, el ocaso de las pasiones o un característico paisaje marino, de simbólica transcendencia personal. Es lo que hallamos en poemarios como «Metropolitano» (1957), reflejo del extrañamiento del ser humano con una naturaleza en la que no se acaba de insertar; «Diecinueve figuras de mi historia civil» (1961), exponente de la mala conciencia de pertenencia a una provilegiada clase social, el mar como referente moral, la sombra del padre ausente, la iniciación sexual, el consolidado amor en la figura de Yvonne, o la turbia historia de una sojuzgada colectividad: «¡Qué oscura gente y qué encogidos vamos!»; en «Usuras» (1965) destaca un calculado culturalismo aplicado a los estados de ánimo del autor, y la idea del fingimiento poético con Pessoa como referencia; o «Lecciones de cosas. Veinte poemas para el nieto Malcolm» (1986), libro de carácter testamentario, autorretrato de la decadencia física; y «Extravíos», textos póstumos donde, para la condición humana, el mundo es ancho y ajeno, en una relación presidida por el absurdo nihilismo.

Superando convencionales esquemas emotivos heredados del romanticismo, se impone aquí una trabajada experimentación con el lenguaje poético, logrando versos de clara objetivación del paso del tiempo: «Probar / a imaginarme tiempo atrás, / cruzar ahora / adulto por la escena del recuerdo, / y añadir / el grueso de la tierra / que se ha incrustado en nuestra piel / blanca de aquellos años»; o del paisaje asimilado: «Más seguro / azul que el de la mar, más inmediato, / lloviendo en la conciencia como un bálsamo». Excelente edición esta de la poesía de todo un clásico, ahora accesible, moderno y arrebatador.