Kim Jong-un

EE UU despliega el escudo antimisiles en Corea del Sur

Pekín y Pyongyang protestan por el sistema, que podría revisarse si gana Moon Jae In.

Estados Unidos ha desplegado el escudo al sureste de Seúl, en un antiguo campo de golf. Imagen de archivo
Estados Unidos ha desplegado el escudo al sureste de Seúl, en un antiguo campo de golf. Imagen de archivolarazon

Pekín y Pyongyang protestan por el sistema, que podría revisarse si gana Moon Jae In.

En medio del tenso pulso que mantienen los principales jugadores de la partida que se desarrolla en la península coreana desde hace semanas, ayer fue Estados Unidos el primero en mover ficha. Lo hizo para anunciar que su polémico escudo antimisiles ya se encuentra operativo en Corea del Sur, una noticia que provocó las enconadas críticas de Pyongyang y Pekín, que se oponen con firmeza a la puesta en marcha de este sistema.

El Sistema de Defensa Terminal de Área de Gran Altitud (THAAD, en inglés) «está operativo y tiene capacidad de interceptar misiles norcoreanos y defender a la República de Corea», confirmaron ayer las fuerzas estadounidenses en un comunicado. Aun así, como reconoció anónimamente un militar norteamericano a Afp, el sistema sólo «ha alcanzado su capacidad inicial de interceptación» y necesita que se le agreguen más dispositivos para que funcione a pleno rendimiento, previsiblemente antes de que finalice este año.

Desde que Seúl y Washington acordaron el despliegue del THAAD el pasado mes de julio dado el gran número de pruebas de misiles que efectuó el régimen de Pyongyang (que bajo la égida del joven tirano Kim Jong Un han alcanzado cifras récord), la polémica se ha convertido en compañera inseparable de este mecanismo de defensa. La semana pasada, Estados Unidos comenzó a montar el sistema de radares y otros componentes en un campo de golf abandonado de Seongju, a 200 kilómetros al sureste de la capital surcoreana, un tenso momento en el que cientos de vecinos protestaron rodeados de policías por la instalación de un sistema que los sitúa en el punto de mira de sus belicosos vecinos del norte. Su oposición es compartida por otros muchos compatriotas, que consideran que el despliegue se aprobó de forma precipitada por el Gobierno anterior de Park Geun Hye, ahora descabezado por su implicación en un esperpéntico caso de corrupción. Esta opinión se vio reforzada después de que el presidente estadounidente, Donald Trump, dijese a Reuters la semana pasada que Seúl debería pagar los 1.000 millones de dólares que cuesta el THAAD, algo que contraviene lo pactado en un principio.

Poco después, la Casa Blanca se puso en contacto con su contraparte surcoreana para asegurarle que los términos del acuerdo no habían variado y que Estados Unidos asumía los costes, lo que volvió a dejar en evidencia lo impredecible de tratar con el actual mandatario americano. Por ahora, el favorito a convertirse en el nuevo presidente surcoreano en las próximas elecciones del 9 de mayo, el candidato liberal Moon Jae In, ha pedido la paralización de la instalación del sistema defensivo y ha dicho que, de ser elegido, revisará el acuerdo dados los problemas que le está ocasionando con su vecina China, donde sus productos y empresas están sufriendo el boicot de una población que se opone a este escudo porque creen que puede interferir en sus sistemas militares.

Ayer, Pekín volvió a reiterar su disconformidad con la presencia del THAAD en las inmediaciones de su territorio y aseguró que, de seguir así, habrá consecuencias. «Instamos a las partes involucradas a detener de inmediato el despliegue del sistema», aseguró Geng Shuang, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino. «Estamos decididos a tomar las medidas necesarias para defender nuestros propios intereses», amenazó el funcionario. Esta nueva escalada verbal dio al traste con el pequeño respiro en las tensiones que se había logrado después de que Trump declarase a Bloomberg que no tenía problemas para reunirse con el líder norcoreano si se daban «las circunstancias correctas». «Sería un honor», añadió el mandatario estadounidense. Pese a que el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, pronto aseguró que «claramente esas condiciones no se dan ahora» , las palabras del magnate estadounidense sirvieron, por unas horas, para rebajar el tono de un conflicto al que, por ahora, no se le ve solución próxima. La intervención de Trump a favor de un encuentro con el líder del régimen más ermitaño del mundo se entendió como una prueba de la influencia que está ejerciendo China en esta crisis. El presidente Xi Jingping se ha mostrado partidario de regresar a las conversaciones a seis, la política también conocida como «Sunshine Policy», que permitió la negociación con el sistema comunista en 1996. Si finalmente el liberal Moon Jae In alcanza la presidencia surcoreana, se ha mostrado partidario de recuperar el diálogo con su vecino del norte e incluso ha anunciado que su primer viaje oficial será a Pyongyang. Moon Jae In es un firme defensor de la reunificación de la península coreana, un extremo hasta ahora improbable por el actual clima de tensión. En estos momentos, las piezas del complejo tablero asiático se van moviendo hacia la colisión y habrá que esperar a si el nuevo mandatario surcoreano imprime un cambio de dirección. La maniobra tiene que sortear el liderazgo irracional del tirano Kim Jong Un.