Irak

La aventura de Putin desborda el tablero sirio

El ataque de Moscú en Siria no sólo refuerza al presidente Asad y los intereses rusos en Oriente Medio, sino que también es un desafío a Obama y a la vieja alianza entre EE UU y la UE en política exterior.

Vladimir Putin quiere defenderse del terrorismo yihadista en el Cáucaso
Vladimir Putin quiere defenderse del terrorismo yihadista en el Cáucasolarazon

El ataque de Moscú en Siria no sólo refuerza al presidente Asad y los intereses rusos en Oriente Medio, sino que también es un desafío a Obama y a la vieja alianza entre EE UU y la UE en política exterior.

El motivo oficial que Rusia esgrime para intervenir en Siria es el que mejor suena a la comunidad internacional, derrotar al Estado Islámico. Sin embargo, sólo un día después de comenzar los bombardeos, Moscú ya tuvo que reconocer, ante la evidencia de las posiciones que golpea, que su objetivo incluye otros «grupos terroristas». Y la discordia surge en la definición de terroristas. El canciller ruso, Sergei Lavrov, explicó que la aviación rusa ataca las coordenadas y objetivos que marca Damasco, que lógicamente considera terrorista cualquier grupo que amenace su poder. El primero es el Frente Al Nusra, la marca de Al Qaeda en el país; el segundo, la oposición suní armada, financiada en muchos casos desde el exterior; y el tercero, efectivamente, el Estado Islámico. Solo el viernes, al tercer día de bombardeos, la aviación rusa comenzó a golpear posiciones del grupo yihadista, fue en los alrededores de la ciudad Raqa, su bastión en el noreste del país. En todo caso, según informes de inteligencia británica, únicamente el 5% de los bombardeos rusos apuntan por ahora al Estado Islámico.

Descubierto el farol de salvar al mundo del EI, el motivo más evidente de la intervención rusa en Siria es la continuidad del presidente Asad, que garantiza el puerto de Tartus, única base naval rusa en el Mediterráneo, así como los contratos de compra de armamento. Sin embargo, el fin no justifica los medios, el presidente Putin es consciente de que la figura de Asad está muy desgastada. No es descartable que continúe en un primer momento durante un eventual proceso de transición, posibilidad que algunos gobiernos europeos, incluido el español, empiezan a asumir como mal menor. Sin embargo, la continuidad de Asad a largo plazo es inviable y, en ese sentido, la presencia militar asegura a Rusia una voladura controlada del régimen y tener palabra en el futuro del país, un aliado histórico desde tiempos soviéticos. Por otra parte, Putin ha encontrado en Siria una ocasión para desgastar la tradicional alianza en política exterior entre EE UU, al que considera enemigo último, y la Unión Europea, rival simplemente coyuntural a cuenta de Ucrania, pero con la que está condenada a entenderse. Los países europeos suelen seguir el guión de Washington en política exterior, al menos en Oriente Medio, pero en Siria tanto los bombardeos aéreos de la coalición desde hace ya un año como el programa de la CIA de entrenamiento y financiación de la llamada oposición moderada han resultado ineficaces, sino directamente un fracaso.

Con miles de refugiados llegando a Europa, no pocos gobiernos comunitarios están dispuestos al menos a escuchar propuestas alternativas para romper el statu quo y solucionar el problema de raíz, mejor sin mancharse las manos. Y es ahí donde entra Putin y su carta de presentación como azote del EI, con el único precio de hacer la vista gorda a Asad, punto innegociable, en cambio, para Obama, que tacha de «tirano» al presidente sirio por los expeditivos métodos de su Ejército durante la guerra, principalmente las bombas de barril sobre zonas urbanas.

En clave interna, Siria es para Putin una forma de desviar la atención de sus compatriotas de la delicada situación económica que atraviesa el país. Antes lo fue Ucrania, pero las hostilidades allí han cesado, la tregua se respeta religiosamente desde el primero de septiembre. La resolución política del conflicto en Donbás llevará meses o años, si es que alguna vez se resuelve, pero la vertiente militar toca a su fin. Así, Putin necesita otro foco de atención para darse importancia y presentarse como un gran líder en la arena internacional ante la opinión pública rusa. En el otro lado de la balanza, y pese a no desplegar soldados sobre el terreno, el Kremlin asume también importantes riesgos con la intervención en Siria. El principal, convertirse en blanco prioritario del terrorismo yihadista, una lacra que ya golpeó con fuerza Rusia pocos años atrás. Recordamos que en el país viven 20 millones de musulmanes y las provincias del Cáucaso norte, como Chechenia y Daguestán, siguen siendo un avispero de yihadismo.

Para contener el empuje yihadista en Chechenia, Putin utiliza al heterodoxo presidente Ramzan Kadyrov, que ha ofrecido sus tropas para combatir al EI en Siria. A su juicio, la coalición internacional que lidera EE UU contra el Estado Islámico contribuye al reforzamiento de este movimiento radical islámico. «Desde que EE UU y Europa comenzaron a proporcionar ayuda financiera a la oposición siria y bombardear posiciones del EI, el proceso de paz no ha avanzado», dijo el presidente checheno.

Los líderes del conocido como «Emirato del Cáucaso» juraron el año pasado lealtad al Estado Islámico, que nombró a Abú Mohamed al Qadari responsable de la nueva provincia del califato, rebautizada como «wilaya’ Kavkaz». Moscú cifra en 2.400 los rusos combatiendo en Siria e Irak en las filas del EI, que junto a otros 3.000 rusoparlantes procedentes de ex repúblicas soviéticas de Asia Central, integran la célula Furat, conocida como una de las más feroces en combate entre los extranjeros. Se trata de ciudadanos con pasaporte ruso que podrían regresar en cualquier momento y continuar la yihad en casa.