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Duelo a muerte entre borbones

El duque de Montpensier y don Enrique de Borbón se retaron en un intercambio de disparos pactado en el que el segundo, hermano del rey consorte, pereció tras un certero balazo en la sien

Duelo a muerte entre borbones
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El duque de Montpensier y don Enrique de Borbón se retaron en un intercambio de disparos pactado en el que el segundo, hermano del rey consorte, pereció tras un certero balazo en la sien

Una carta, o una hoja volante, para ser exactos, bastó para que el infante don Enrique de Borbón, duque de Sevilla y hermano menor del rey consorte Francisco de Asís, quien para colmo era esposo de la reina Isabel II, sellase su propia sentencia de muerte. Aludimos, claro está, a un duelo a muerte muy poco conocido, sobre el que a menudo se pasa de puntillas o se elude del todo en los manuales de historia. El contrincante era Antonio de Orleans, duque de Montpensier, casado con la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II. Hasta los trapos sucios se ventilaban así en familia.

Titulada «A los Montpensieristas», la dichosa hoja circuló por Madrid a principios de marzo de 1870; en ella, don Enrique acusaba de cobardes y traidores al duque y a todos sus seguidores. El infante acusador tenía razón al menos en una sola cosa: en la desmedida ambición de su enemigo político, que hizo sospechar incluso a varios historiadores sobre su posible participación en el atentado sufrido por Isabel II el 10 de mayo de 1847.

Advirtamos que los hermanos Enrique y Francisco de Asís de Borbón eran la cara y la cruz de la misma moneda familiar: el primero, inconstante, veleidoso y pendenciero; el segundo, en cambio, cultivado, inteligente e incapaz de romper un plato.

El documento rubricado por Enrique de Borbón provocó la ira e indignación de Antonio de Orleans, que exigió de inmediato una rectificación o, simplemente, que el infante negase que el escrito era suyo. Pero don Enrique contestó, desafiante, que no sólo era suyo aquel documento, sino que le incluía otro número de la hoja volante, firmado por él, para que no le cupiese duda de quién era el autor.

La reacción del duque fue fulminante: comisionó a los generales Fernando Fernández de Córdova y Juan Alaminos, y a su secretario, el coronel Felipe Solís y Campuzano, para que se entendiesen con los padrinos que nombrase el infante. Don Enrique designó en representación suya a los diputados republicanos Emigdio Santamaría, Andrés Ortiz y Federico Rubio.

Aceptado el duelo, se acordaron las condiciones entre los representantes de una y otra parte, según consta en un desconocido documento al que aludimos en el apoyo adjunto.

Llegada la hora de la verdad, la fortuna se puso al principio del lado de don Enrique, a quien correspondió, tras el sorteo, disparar primero y elegir el lugar para hacerlo. El infante esperó a que sonaran las tres palmadas de uno de los padrinos, que equivalían a las voces de «preparen, apunten, fuego», para disparar. El proyectil salió desviado, por encima de donde se hallaba su rival, que a continuación erró también al hacer fuego, sin que se supiese a dónde fue a parar la bala. Tampoco en la segunda ocasión apuntó bien don Enrique, aunque su contrincante pudo escuchar el zumbido del proyectil muy cerca de su cabeza.

El duque se dispuso a efectuar su segundo intento: esta vez el proyectil impactó en el culatín de la pistola que sostenía con firmeza su oponente, a quien la bala rozó de rechazo en el hombro izquierdo, sin llegar a perforar el paño de su levita.

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Fue entonces, mientras cargaba de nuevo su arma, cuando el infante don Enrique de Borbón presagió su trágico final. Acercándose a su médico, le entregó el reloj mientras le susurraba al oído: «Montpensier afina la puntería, y si no le doy ahora, presiento que me va a matar».

Pero el infante volvió a fallar, disponiéndose a recibir, resignado, el mortal impacto de la bala. El duque apuntó de nuevo y abrió fuego, consciente de que quizá era la última oportunidad que el destino le brindaba. Esta vez acertó: su adversario hizo una pirueta en el aire antes de caer al suelo de espaldas, con el cuerpo ligeramente inclinado sobre la cabeza.

El médico, que segundos antes había recogido el reloj del infante, comprobó que la bala había penetrado en su cráneo, entre la sien y la oreja derecha. Por la herida brotaba abundante sangre y masa encefálica.

Instantes después, apareció el subdelegado de Orden Público, Maestre, que había intentado detener a los insignes duelistas en sus respectivas casas. Observando que el infante movía aún la cabeza, recogió su sombrero del suelo y se lo puso bajo la nuca; luego enderezó su cuerpo, sacando de debajo el brazo izquierdo. La pistola estaba a los pies del moribundo, que no tardó en exhalar el último suspiro el fatídico 12 de marzo, a los 47 años.

Entre los trece requisitos del duelo, destacamos estos seis: «1º Se colocarán los combatientes a nueve metros de distancia uno de otro; 2º Si el primer disparo por una y otra parte no diese resultado, se acortará un metro de distancia, quedando ocho entre los combatientes; 3º No podrá disminuirse la distancia de ocho metros, cualquiera que sea el número de disparos efectuados infructuosamente; 4º Los disparos se harán sucesivamente y no a la misma vez por parte de ambos, por demostrar la experiencia que en la práctica siempre se adelanta o se retrasa alguno; 5º Se echará a la suerte cuál deba disparar primero, continuándose después por orden sucesivo. 13º A las diez de la mañana del día siguiente, sábado, 12 del actual, habrán de encontrarse los señores infante don Enrique y duque de Montpensier, acompañados de sus testigos y facultativos, en el exportazgo de las ventas de Alcorcón».

@JMZavalaOficial