Alfonso Ussía

Basílica cerrada

Las directivas del Athletic de Bilbao y el Fútbol Club Barcelona han solicitado a la Real Federación Española de Fútbol que sea el estadio Santiago Bernabéu el escenario de la final del Campeonato de España de Fútbol, Copa de S.M. El Rey. Lo entiendo, pero no.

Además del compartido deseo de enredar, hay mucho de pueblerino en esa petición conjunta. Una admiración callada a la Basílica del Fútbol. La verdad es que me he levantado esta mañana, ya inmersa en la primavera, con deseos de bambolear más de un cataplín. El Presidente de la Real Federación Española de Fútbol fue jugador del Athletic de Bilbao y es ferviente seguidor del Barcelona. Hará, por lo tanto, la pertinente gestión. Pero se va a encontrar con una resistencia por parte del Real Madrid. Una resistencia apoyada en la masa social del Club del Paseo de la Castellana, Concha Espina, Rafael Salgado y Padre Damián. Los socios del Real Madrid, que son los propietarios del Estadio Bernabéu, por abrumadora mayoría, no quieren que la Final del Campeonato de España, Copa de Su Majestad El Rey, se dispute en su propiedad a sabiendas de los insultos y desprecios que van a dedicar a España y al Rey muchos de los aficionados que llenarán sus tribunas y gradas.

El Real Madrid es sólo un club. Un club español. El más importante del siglo XX, según la FIFA. Se representa a sí mismo, a sus socios, a sus seguidores y a un sector muy amplio de Madrid, que no hay que menospreciar al otro gran club capitalino, el Atlético. Y cuando disputa, representando al fútbol español en una competición europea o mundial, también representa a España. Pero ante todo y sobre todo es un club con 113 años de existencia, ajeno a presiones políticas y más aún, a coacciones separatistas. El Presidente del Real Madrid es el que manda por decisión de los socios, pero es un socio más. Y los socios del Real Madrid han dicho que en su casa no se insulta a España, no se abuchea a su Himno y no se desprecia al Rey.

Y el que quiera entenderlo que lo haga, y el que no, que baile una sardana o un aurresku.

En las aficiones del Athletic de Bilbao y el Barcelona hay decenas de miles de socios y partidarios que se avergüenzan del oficialismo grosero de sus sectores dominantes. Aficionados temerosos de aplaudir al Rey porque los de su entorno no se lo perdonarían. No ha habido afición mejor tratada en Madrid que la del Athletic de Bilbao. Ha sido, durante un siglo, el primer equipo para los vizcaínos y el segundo para la mayoría del resto de los españoles. Pero ya no es igual. Cuando el cariño y la hospitalidad son correspondidos con grosería, los ánimos cambian. Y el Barcelona, que es «más que un Club» –según ellos, es decir un Club-Club–, parece ignorar que existen millones de españoles barcelonistas, a los que nada les satisface los berridos contra España y sus más altos símbolos. Resulta inexplicable para algunos, pero lo siguen siendo –barcelonistas, me refiero–, a pesar de las incalificables actuaciones del Club-Club en los últimos años. «Está usted mezclando deporte y política», me dirán. No estoy mezclando nada. Me los han dado mezclado ustedes.

En el Real Madrid hay socios de ultraderecha, de derecha, de centro, de izquierda y de ultraizquierda. A nadie le importa un rábano. Y tiene millones de seguidores en España y el mundo. Se trata de un club ejemplar que jamás ha dejado de ser un club deportivo. Sus socios, sus propietarios, se oponen por mayoría –léanse las redes sociales–, a que el partido se dispute en el Bernabéu. Barcelona y Athletic de Bilbao no están obligados a inscribirse en el Campeonato de España, pero lo hacen. El Rey es el anfitrión y al anfitrión no se le insulta en su casa. Entiendo que quieran el Bernabéu, pero de momento, y con las normas tan cobardes y mansas que imperan en nuestro fútbol, el deseo no se va a culminar. Y lo siento por sus aficiones, que en el fondo saben que se les han cerrado las puertas de la Basílica del fútbol mundial. Por su culpa.