Aquí estamos de paso
Fundamentos esenciales del teatro, o no
Definido el texto y escogido el decorado, comienza la representación
La escenificación del drama requiere un texto preciso y medido, fruto del pensamiento y la habilidad expresiva. Sin ellos, la creación no existe y el relato es simple enunciado. Se escribe una obra o se prepara un espectáculo desde el atributo esencial de la razón y su capacidad. Se añade sensibilidad, algo de poesía, mucha empatía y una pizca de originalidad, y se tiene una obra dispuesta a provocar emoción y quizá invitar a pensar sobre lo visto. Pero el camino es siempre el mismo y con el mismo equipaje: se piensa para emocionar.
Ya con el texto listo, el actor se coloca sobre el escenario. Con un decorado preciso, por supuesto. También aquí se aplica el criterio y actúa de manera singular la fuerza del juicio y el pensamiento. No vale cualquier decorado, hay que ajustarlo al texto y al objetivo del espectáculo.
Definido el texto y escogido el decorado, comienza la representación. Es entonces cuando lo pensado, escrito, organizado, razonado y colocado empieza a actuar sobre el público. Lo maravilloso del proceso es que el mensaje que éste recibe, va a ir directo al corazón. La percepción del arte no es racional, o no debe serlo. Es simplemente intuitiva y se deposita en la sensibilidad, que nada o muy poco tiene que ver con la razón y el pensamiento. Éste puede entrar en el juego después, pero nunca es el primer protagonista.
Algunos artistas, conocedores de la condición humana porque sobre ella trabajan y emiten sus mensajes, saben perfectamente que nos resulta más fácil juzgar que entender, hacer cuentas que clasificar, pedirlas que escuchar. Más aún, en estos tiempos de construcción de barreras y muros, de división entre buenos y malos, de fragmentación entre los míos y los otros, gente ésta equivocada o maliciosa. Hábiles para movilizar ese resorte en el pantanoso universo de las emociones, lo agitan a su favor obteniendo el reconocimiento de sus partidarios y, con suerte, algo de atención de quienes no están en la tribu, pero atienden al espectáculo.
Con ese presupuesto, se sale ya a escena. Primero se imposta la voz y el gesto con vocación de otorgar al momento una extraordinaria relevancia. Lo que voy a decir es muy importante. Con el público atento, expectante, el actor acude entonces a la entraña emocional de los espectadores. Y al misterio, claro, a la intriga. Cuando más humanos, más frágiles y más cercanos sean su exposición y, por supuesto, su drama, más fácil tendrá obtener el resultado buscado. Cuanto mayor sea el rastro de misterio que se va dejando, mayor la conmoción.
Pero la guinda la pondrá la representación. Tiene que ser creíble. Si uno mira el canon de la corrección interpretativa, el espectador ha de convencerse de que lo que escucha es la verdad. Por eso se emociona. Por eso vibra. Por eso aplaudirá y reconocerá la inmensidad del acto teatral.
Una buena representación, bien preparada, bien escenificada y bien interpretada, conseguirá el efecto buscado: el aplauso y el reconocimiento del público. Su entrega, si nada ha fallado y todo se ha desarrollado según lo previsto. El éxito y la trascendencia. Incluso en el tiempo.
Todo esto es una reflexión sobre el arte teatral, de la representación. Cualquier parecido con la realidad de la política es pura coincidencia. O no.
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